De 8 semanas a 2 horas: Crónica de mi revolución profesional con Inteligencia Artificial

Eje Global

Todo profesional que se enfrenta a un problema de alta complejidad conoce esa sensación: la de estar ante una montaña de información que debe ser escalada, analizada y sintetizada de forma artesanal. Es un quehacer intelectual que combina el rigor técnico con el peso de la responsabilidad, un proceso meticuloso de investigación, interpretación y construcción argumentativa donde el tiempo y el detalle son, simultáneamente, recurso y adversario. Entre agosto y septiembre de 2022, experimenté esa realidad de manera intensa.

Como parte de mis funciones en la administración pública, me correspondió formular el Criterio para la debida interpretación y aplicación del marco normativo de las asociaciones público-privadas (APP) en el estado de Jalisco. La tarea era monumental: desentrañar la jerarquía normativa —que resultó en 177 disposiciones dispersas—, armonizar plazos, identificar antinomias y, finalmente, construir una herramienta de consulta jurídica que guiara proyectos de la envergadura de la Línea 4 del tren ligero en Guadalajara. Fue el proyecto más complejo de mi carrera: un esfuerzo de ocho semanas de inmersión total que, tras ser validado por diversos pares jurídicos, alcanzó por fin su versión definitiva.

Luego, la tecnología, como suele hacer, cambió las reglas del juego. Con la irrupción de modelos como ChatGPT y, posteriormente, herramientas como Gemini de Google, la inteligencia artificial (IA) se volvió una realidad accesible y funcional. Mi curiosidad inicial, alimentada por un asombro creciente, me llevó en febrero de 2024 a realizar en Gemini 1.5 Pro un experimento casi por capricho: ¿podría la IA, guiada por mí, replicar aquel titánico trabajo de ocho semanas?

El resultado, obtenido en apenas dos horas, fue asombroso y desconcertante. El análisis generado no solo igualaba la coherencia, el rigor y la profundidad técnica del documento original, sino que además agregaba una notable simplificación lingüística. En ese momento, me hizo eco la pregunta que Eric Schmidt, ex CEO de Google, cuenta que el mundo se hizo en 2016 tras el hito de AlphaGo, cuando su IA inventó un movimiento nunca antes visto en un juego milenario: “¿Cómo hicieron las computadoras para crear algo que a los humanos nunca se les ocurrió?”. Mi asombro personal, mi epifanía profesional, era en realidad un reflejo microscópico de una revolución mucho mayor.

Por supuesto —y esto es fundamental—, a esas dos horas deben sumarse, en su justa dimensión, los 27 años de experiencia ininterrumpida que tengo en el sector público. Esa trayectoria, más mis conocimientos emergentes en IA, es la que me permitió diseñar la ruta, formular las preguntas, aportar los insumos con precisión; en síntesis, guiar al modelo para que construyera una respuesta jurídica estructurada y justificada. Y aquí, en la intersección entre la pericia humana y la capacidad computacional, yace la clave de todo.

Ese día experimenté una ruptura con el paradigma tradicional. Mi quehacer jurídico y mis marcos de referencia se reformularon en 180 grados. Comprendí que, en la interacción con esta tecnología, emerge una nueva disciplina: el legal prompting, la habilidad del abogado para guiar a los modelos de lenguaje grandes (LLM) en el procesamiento del lenguaje natural. Para entenderla, es crucial partir de una tesis fundamental que circula con insistencia entre los expertos del campo: “el prompting no es escribir, es pensar”. Ya lo decía Mies van der Rohe: “Dios está en los detalles”, al destacar que la precisión y el cuidado lo es todo en cualquier campo. Adopté los LLM, primero como asistentes y luego como agentes para tareas complejas.

No se trata de la acción mecánica de teclear, sino de un ejercicio intelectual profundo. Consiste en descomponer un problema complejo en sus principios jurídicos fundamentales y luego construir, paso a paso, una cadena de razonamiento lógico que la IA pueda seguir y ejecutar. Es un protocolo de comunicación que traduce una intención estratégica en una instrucción precisa. La maestría en esta habilidad, según algunos pronósticos audaces pero creíbles, se está convirtiendo en el “nuevo lenguaje del poder”, un diferenciador clave para la relevancia profesional futura.

Contrario al temor de que la IA atrofie nuestras capacidades, mi experiencia valida otra idea poderosa y contraintuitiva: la IA no mata el pensamiento, lo expone. El proceso de guiar al modelo me obligó a estructurar mi propio razonamiento con una claridad inédita, a externalizar mi arquitectura mental, a ser deliberado y consciente de mis procesos cognitivos. La máquina se convirtió en un espejo que no solo reflejaba mis instrucciones, sino que afilaba mi mente al exigir una precisión absoluta.

Esto me lleva al punto que conecta la experiencia con la herramienta. El éxito de mi experimento no residió en la IA por sí sola. De hecho, el propio Eric Schmidt argumenta que la IA está “infravalorada” (charla “The AI Revolution Is Underhyped” en TED) cuando se la percibe solo como un generador de lenguaje, pues su verdadera revolución radica en su emergente capacidad de planificación y estrategia. Mi interacción con el modelo no fue un pedido de texto: fue una colaboración en estrategia jurídica. Eso sí, mi experiencia fue el verdadero motor; me otorgó la claridad de pensamiento y la visión estratégica necesaria para hacer las preguntas correctas y así apalancar el poder de la máquina. La IA no reemplazó mi juicio; lo amplificó.

Por ello, junto a un colega, hemos creado nuestro propio estudio de innovación e investigación jurídica, inspirado en el trabajo pionero del Laboratorio de Inteligencia Artificial de la Universidad de Buenos Aires (IALAB), dirigido por el Dr. Juan G. Corvalán. Nuestra meta no es automatizar tareas rutinarias. Es trascender esa visión; usar la IA como un catalizador que aumente nuestras capacidades cognitivas más valiosas: el razonamiento profundo, el análisis crítico, la argumentación persuasiva y la conceptualización estratégica.

El perfil del abogado debe evolucionar hacia esta nueva simbiosis. Prosperar en la era de la IA no es una opción, es un imperativo. Quienes atravesamos esta transición debemos verla como una maratón, no una carrera de velocidad, y, crucialmente, subirse a la ola, pero hacerlo todos los días. Se trata de un compromiso continuo con el aprendizaje y la adaptación. Contar con esta ventaja competitiva —que nace de la unión entre la pericia humana y el poder de la IA, y que considero definitiva— es precisamente a lo que aspiro.

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Abogado por la Universidad de Guadalajara con especialidad en Derecho Fiscal, Maestro en Derecho Electoral por el Instituto de Investigación y Capacitación Electoral del TEPJEJ, y en Política y Gestión Pública por el ITESO. Su extensa y sólida trayectoria en la administración pública y el sector electoral abarca más de dos décadas, ocupando cargos de alta responsabilidad como Director Jurídico y de Transparencia en la Coordinación General Estratégica de Desarrollo Social del Gobierno de Jalisco, Director General Jurídico de la Consejería Jurídica del Poder Ejecutivo y Titular del Órgano Interno de Control en la Secretaría del Sistema de Asistencia Social. Destaca su carrera directiva en el Instituto Electoral y de Participación Ciudadana del Estado de Jalisco (IEPC Jalisco), donde fungió como Director Jurídico, Director General de Fiscalización y Director de Prerrogativas a Partidos Políticos. Adicionalmente, ha sido docente por 10 años, autor de publicaciones especializadas en materia electoral, y un activo ponente y conferencista en foros nacionales sobre derecho electoral, administración pública y cultura democrática.