
En el mundo postpandémico, resulta llamativo que en el cine nos hemos encontrado, desde hace un par de años, con títulos como Talk to Me, Longlegs, Terrifier, The Substance, Mal de ojo y Late Night with the Devil, los cuales han prometido ser “la película más aterradora”. Acto seguido, las salas de cine han reportado llenos en su primer fin de semana o, si se han estrenado directamente en streaming, hemos estado pendientes de la notificación en nuestros teléfonos para no perdérnoslas. Nos sorprenden siempre las formas y esquemas de marketing poco convencionales que utilizan para publicitarse, enfocándose mucho en el mouth-to-mouth, que parece funcionarles mejor. Entre más perturbadora, asquerosa, tensionante, asfixiante y sangrienta se vea, mejor. Pero, ¿cómo llegamos a esto?
Por el tipo de consumo de entretenimiento actual, donde la lucha por la atención del espectador es la norma y donde la audiencia solo se engancha con contenidos que logran captar su atención de forma inmediata, pareciera que el género audiovisual que cumple mejor con estas expectativas, a través de sus premisas, es el horror. Conozcamos primero la definición de este género, según Wikipedia: “El horror es un género cinematográfico que se caracteriza por su voluntad de provocar en el espectador sensaciones de miedo, disgusto, repugnancia, incomodidad o ansiedad. Explora a menudo temas oscuros y transgresores. Sus argumentos frecuentemente desarrollan la intrusión de algún elemento, de origen paranormal o no, que ponga en peligro evidente el bienestar físico o emocional del protagonista”. Lo curioso es que, para 2025, el género, que por décadas pasó desapercibido en el ambiente formal y fue mal calificado dentro de la propia industria, ha cambiado las tendencias, mostrando ahora un fuerte reconocimiento por parte de esta, mientras que el público cada vez se toma más en serio el cine de terror. Un ejemplo de esto lo vimos con la excelente recepción, prácticamente generalizada, de la más reciente película de Demi Moore (The Substance), que se posiciona como una fuerte candidata para esta temporada de premios, tanto por su guion como por actuaciones, diseño de producción, dirección e incluso mejor película.
De igual forma, las tendencias de demanda para el género son cada vez más claras y están al alza, con un giro que ha tomado en los últimos años, volviéndolo más inclusivo y fusionándolo con otros géneros como el drama, la comedia y temáticas regionales. Ya no solo hablamos de monstruitos, fantasmas, entes diabólicos y asesinos seriales. Según la encuesta Consumer Insights de Statista, el género terror es uno de los más consumidos en la actualidad, tanto en la pantalla grande como en las plataformas de streaming. Esta encuesta reveló la lista de los ocho países que más consumen este género:

¿Qué sucede en Latinoamérica ante este fenómeno?
El terror está encontrando en los países de Iberoamérica una oportunidad para mostrar al mundo parte de su folclore, a través de sus leyendas. Según el portal Culturamérica: “El cine de terror es un poderoso medio para expresar y explorar los miedos culturales, proporcionando también un espacio de reflexión sobre las luchas, el dolor y las esperanzas de los pueblos latinoamericanos”. Dicho esto, ¿qué pasa con las producciones latinoamericanas? Hemos visto un crecimiento exponencial en los últimos años en producciones latinas, sobre todo en Argentina y México, que son los países que más producen en la región. También ha sido evidente el enorme salto de calidad en las historias, los valores de producción, la narrativa y la visión de nuevos exponentes. Es sorprendente que películas como Cuando acecha la maldad, de Demián Rugna, y Huesera, de Michelle Garza, aun con presupuestos bajos, hayan encontrado formas extraordinarias de transportarte a los universos que plantean, logrando dejar en sus espectadores los mensajes que desean transmitir con mucha personalidad. Esto nos habla de la capacidad que tenemos para generar productos de calidad, volviendo más atractiva a la industria en nuestros países.
A partir de la pandemia de COVID-19, los hábitos de consumo del espectador han cambiado diametralmente. Es como si, en esta época en la que vivimos rodeados de incertidumbre, conflicto, ansiedad y un ritmo de vida acelerado, el horror en el universo cinematográfico fungiera como escapismo y, a la vez, como un espejo que nos confronta y nos adentra hacia nuestro lado más visceral. Por otro lado, tengo la teoría —después de largas charlas con amigos y colegas— de que estamos en un punto donde nuestra realidad se está volviendo inmune a la capacidad de asombro, por lo que buscamos cada vez más, en el morbo, lo polarizante y lo aterrador, encontrarnos con nuestros instintos más básicos, humanos y vulnerables.
Estamos en un buen momento para descubrir nuevas historias, sumergirnos en ellas, dejarnos sorprender y, ¿por qué no?, hasta pensar en apostar por este género, que desde hace tiempo se ha perfilado como el más rentable de la industria cinematográfica. No sé tú, pero yo me declaro culpable de que uno de mis disfrutes preferidos actualmente sea salir de una sala de cine llena, luego de una hora y media de tensión y morbo, donde comí unas palomitas de maíz con una sonrisa en los labios porque acabo de ver algo que me mantuvo al borde de mi asiento.
A partir de la pandemia del COVID-19, los hábitos de consumo del espectador han cambiado diametralmente, y es como si, en esta época en la que vivimos rodeados de incertidumbre, conflicto, ansiedad y muy de prisa, el horror en el universo cinematográfico fungiera como escapismo a la vez que como un espejo que nos confronta y nos adentra hacia nuestro lado más visceral. Por otro lado, tengo la teoría después de largas charlas con amigos y colegas, de que estamos en un punto donde nuestra realidad se está volviendo inmune a la capacidad de asombro, por lo que buscamos cada vez más, en el morbo, lo polarizante y lo aterrador, encontrarnos con nuestros instintos más básicos, humanos y vulnerables.
Estamos en un buen momento de este género para descubrir nuevas historias, sumergirnos en ellas, dejarnos sorprender y porqué no, hasta pensar en apostar por éste, que desde hace tiempo se ha perfilado como el más rentable de la industria cinematográfica. No se tu, pero yo me declaro culpable de que uno de mis disfrutes preferidos actualmente, sea salir de una sala de cine llena luego de una hora y media de tensión y morbo, donde comí unas palomitas de maíz con una sonrisa en los labios, pues acabo de ver algo que me mantuvo al borde de mi asiento.
Actriz, guionista, directora y productora mexicana. Con una amplia formación en artes escénicas y cinematográficas, adquirida mediante talleres, literatura especializada, conferencias magistrales y trabajos en set, su colaboración en medios audiovisuales ha abarcado tanto labores frente como detrás de cámaras. Ha participado en diversos proyectos de distintas casas productoras, como Telemundo con Rosario Tijeras, Argos Media con la serie El club, Azteca Novelas con distintos unitarios, Dynamo con Mala fortuna, MGM con Blink Twice, PulpoCine con Masacre en el Delta (en guión y creación de personajes), Tessalit Production con Papamobile y Friquita Francis con Alma solitaria, donde se desempeñó como actriz y productora.
Ha trabajado con directores como Axel Uriegas, Carlos Bolado, Sylvain Estibal, Zoe Kravitz, Facundo Nuble y Luciano Onetti. Actualmente se encuentra en la etapa de postproducción de su primer largometraje, en el que es coescritora, codirectora y productora.