
El pago de impuestos forma parte del origen del Estado y de la civilización. Obligación fundamental de cada individuo, empresa, etc., es la contribución en especie, trabajo o metálico que hace a su comunidad, y el gobierno es el responsable de recaudar, administrar y aplicar los tributos en beneficio de los contribuyentes y de la sociedad en su conjunto. Ello debe presuponer que los integrantes de una sociedad confiaran en la legitimidad, profesionalidad, capacidad, justeza y honestidad de sus autoridades para administrar la riqueza individual y social. Empero, la historia es rica, tanto en arbitrariedades, corruptelas e injusticias gubernamentales, como de defraudaciones fiscales y rebeldías sociales.
Cuando el Estado se convirtió en forjador de naciones e imperios, la organización política se autonomizó, es decir, estableció fines propios, que le resultaron prioritarios, como lo fue el establecimiento de un sistema fiscal fuerte y eficiente que permitiera mantener un insaciable aparato estatal (clase política, burocracia, ejército, etc.).
Los estados absolutistas europeos y sus imperios ultramarinos son ejemplos de cómo el sistema fiscal fue instrumento que favoreció la expansión del propio Estado, la prosperidad de sus clases dirigentes, principalmente la realeza, la aristocracia, la alta burocracia civil, militar y eclesiástica en detrimento del resto de los individuos que no gozaban de privilegios de estatus, movilidad y reconocimiento social. Por el contrario, las clases productivas eran objeto de expoliación tributaria por las parasitarias, que se apropiaban y monopolizaban el Estado.
No deja de ser paradójico que revoluciones fundadoras de la modernidad —que entre sus rasgos se encuentran poderosos Estados fiscales—, como la de independencia de Estados Unidos, la francesa y las latinoamericanas, tuvieron como una de sus causas la rebeldía tributaria. En el caso norteamericano, los colonos se rebelaron contra leyes e impuestos considerados ilegítimos e injustos, ya que no estaban dispuestos a financiar al imperio británico ni aceptaban arbitrariedades del Parlamento inglés. La represión solo prendió la chispa independentista de 1776. La Revolución francesa, por su parte, inició con una revuelta nobiliaria contra los intentos gubernamentales por cobrarles impuestos, lo que motivó la convocatoria de los Estados Generales para enfrentar la bancarrota financiera de la monarquía, lo que a la postre fue el inicio de la gesta revolucionaria.
En América Latina, con las reformas borbónicas, la Corona española intentó reforzar el control sobre su imperio y extraer mayores recursos, con nuevos impuestos, entre otras vías, lo que generó fuerte descontento entre los criollos y amplios sectores que sufrieron exclusión y explotación durante tres siglos, y que con las nuevas medidas sentían amenazada su patrimonio o incluso su supervivencia. Por ello, el despotismo tributario de la monarquía española fue una de las causas que más incentivaron el separatismo americano, y se mantuvo la actitud reacia de la población a aceptar leyes calificadas de ilegítimas e injustas, particularmente las de carácter fiscal.
Entonces, en la rebeldía fiscal se puede hallar el origen del Estado-nación moderno, y se reveló el poder del elector-contribuyente en su democratización. Gracias a ello, en el siglo XX aparecieron poderosos Estados fiscales-benefactores como el sueco, y se establecieron principios tributarios fundamentales: legalidad, universalidad, igualdad, equidad, progresividad, proporcionalidad, certeza, no retroactividad y no confiscatoriedad.
De manera que, sin Estado de derecho, división de poderes (sistema de pesos y contrapesos), poder judicial fuerte y autónomo, libertades individuales, elecciones libres, pluralismo político, transparencia y rendición de cuentas de los recursos públicos, entre otros rasgos del Estado liberal-democrático, basado en la legitimidad y confiabilidad de autoridades e instituciones, no es viable una tributación poderosa y eficaz, conforme a los principios anteriormente mencionados.
Ejemplo de inviabilidad fiscal es América Latina. Los gobernantes se quejan de la baja fiscalidad, de la “cultura de la evasión y elusión fiscales”, y por ello se busca exprimir no solo al contribuyente cautivo sino al ciudadano en general, incluso con medidas extremas como la de cobrar impuestos por mascotas o por el número de ventanas de una casa, según lo intentó el caudillo Santa Anna en el siglo XIX, y que en la actualidad subsiste bajo otras formas aparentemente menos grotescas.
Pero si se toma en cuenta que la constante histórica en la región ha sido el caudillismo, la dictadura, el autoritarismo, la supresión de libertades individuales, las leyes arbitrarias e injustas, la ineficacia institucional, el hiperregulacionismo, las obras faraónicas, el enriquecimiento ilícito de las élites, la corrupción y la impunidad, por solo citar los rasgos más visibles.
Así, se puede comprender la ancestral desconfianza y malestar de la población, particularmente de los contribuyentes y las clases productivas, que rechazan la corrupción, el saqueo, el despilfarro de los recursos públicos, el endeudamiento abusivo e ilimitado, el parasitismo y enriquecimiento de la clase política y su despotismo tributario, y sus permanentes reglas cambiantes a favor del gobierno.
Con la transición democrática se esperaba que se desmantelara el Estado-botín, punto de partida para la reconciliación política y fiscal con la sociedad, pero por el contrario, las élites se aprovecharon de una mayor legitimidad política para exacerbar el saqueo de los dineros públicos. El descrédito de la clase política y de los partidos creció, y la justa ira ciudadana fue aprovechada por el movimiento obradorista para usufructuar la bandera anticorrupción y llegar al poder.
Sin embargo, el presidente López Obrador sepultó el proceso democrático al instaurar un régimen caudillista, autoritario, estatista, populista, que derivó en un narcoestado, violento e impune. La alianza con los cárteles de la droga fue de gran utilidad para el obradorismo, porque gracias, por ejemplo, al huachicol fiscal —una corruptela de más de 600 mil millones de pesos, la mayor de la historia— se financiaron obras faraónicas, inútiles y deficitarias como el AIFA, la refinería de Dos Bocas y el Tren Maya, se realizaron jugosos negocios para el enriquecimiento de la clase político-militar, familiares y amigos, y sobre todo, programas clientelares y elecciones de Estado para perpetuar al morenismo en el poder.
Este escándalo mayúsculo le estalló a su sucesora Claudia Sheinbaum, quien, ante las presiones del presidente Trump, se ha visto obligada a intentar desmantelar la red huachicolera, pero dejando en la impunidad a sus cabezas políticas, que siguen intocables (de forma notable, Adán Augusto López, líder del Senado de Morena), pese a las evidencias en su contra, pero que son protegidos por su jefe AMLO. En este sentido, el régimen totalitario que se busca instaurar tiene entre sus fines liquidar a la oposición y a la sociedad civil (con el terrorismo fiscal como uno de sus instrumentos represivos), erigir un escudo protector de todas las tropelías que el obradorismo ha cometido, y mantenerse en el poder indefinidamente.
La defraudación fiscal es un delito que debe ser castigado en el marco de un Estado de derecho, porque es una estafa a la sociedad, especialmente de la clase política depredadora. Empero, ante una situación como la que se vive actualmente en México, la rebeldía fiscal está justificada como parte de una lucha democratizadora y moralizadora de la nación.
Catedrático de la UNAM desde 1984. Doctor en Estudios latinoamericanos, experto en temas de historia de México y América Latina, de política internacional, socialdemocracia y populismo. Autor de 10 libros, entre los que se encuentran: Origenes y nacimiento de la autonomía universitaria en América Latina; Orígenes del pensamiento político en México y Pensamiento Político Socialdemócrata I. Ha sido Columnista del periódico Excélsior y de la revista Capital Político, entre otras. Fundador del Partido Socialdemócrata y Secretario de Ideología por ese partido.



