El espectáculo como herramienta de poder: Una reflexión actual

La sociedad del espectáculo, un concepto desarrollado por el filósofo y cineasta francés Guy Debord en su libro homónimo publicado en 1967, se convirtió en una obra central del movimiento situacionista, una corriente crítica hacia el capitalismo, la alienación y el consumismo en las sociedades modernas.

En la sociedad del espectáculo, la vida se fragmenta en momentos desconectados, y las personas, bombardeadas por estímulos y narrativas externas, pierden protagonismo en sus propias vidas, convirtiéndose en espectadores pasivos. El espectáculo, además, actúa como una herramienta de dominación ideológica que refuerza las estructuras de un mundo idealizado que oculta las realidades sociales. Aunque este concepto tiene más de 50 años, es profundamente relevante en un mundo hiperconectado, dominado por plataformas digitales, publicidad y algoritmos, donde las críticas de Debord resuenan con fuerza: se intensifica el espectáculo, priorizando la apariencia sobre la autenticidad y consolidando la identidad personal en un producto que se exhibe y consume.

Este concepto encuentra una relación directa con el panorama político actual, donde la política moderna se ha convertido en un espectáculo mediático que prioriza la apariencia sobre la sustancia. La imagen de los políticos se construye como un producto cuidadosamente diseñado para captar la atención, mientras que las campañas se centran en generar emociones en lugar de ofrecer propuestas concretas. Los líderes políticos, más que representantes del pueblo, se convierten en marcas que compiten en un mercado saturado de estímulos visuales.

El espectáculo, como forma de unificación e integración, opera paradójicamente bajo el principio de la separación. En primer lugar, genera una separación social entre los seres humanos, distanciados entre sí. Posteriormente, los desconecta de su propia actividad, que se vuelve alienada, y finalmente, los desvincula de su sentido de experiencia histórica, fragmentando su conexión con el pasado y el devenir colectivo.

Somos tanto parte como espectadores de un mundo donde los eventos sociales, políticos y económicos ocurren a un ritmo vertiginoso. ¿Te has preguntado con qué facilidad toda esta información llega a nuestras manos? Las plataformas digitales nos bombardean con pequeños fragmentos de noticias, diseñados para captar nuestra atención, pero no necesariamente para profundizar. ¿Realmente nos tomamos el tiempo para comprender el contexto completo de estas situaciones, o solo consumimos estos breves párrafos que nuestro cerebro, cada vez más condicionado, procesa rápidamente antes de pasar a la siguiente noticia? Este hábito nos lleva a saltar de un tema a otro, sin detenernos a reflexionar o profundizar en las implicaciones de lo que estamos viendo. En este ciclo de inmediatez, corremos el riesgo de reducir nuestra comprensión de la realidad a una serie de titulares fugaces.

Los organismos internacionales parecen incapaces de ofrecer respuestas concretas a problemas políticos evidentes, mientras las oposiciones languidecen en decadencia frente a líderes populistas respaldados por actores con intereses profundos en el desarrollo de la inteligencia artificial. Las guerras no solo persisten, sino que se perpetúan y dan lugar a nuevos conflictos, mientras las tiranías consolidan su poder bajo la fachada de gobiernos legítimos. El sistema internacional, que se vanagloria de repudiar estos abusos, a menudo se pierde en la ineficacia de la burocracia.

No faltan los atentados contra candidatos y presidentes que, como si de héroes de ficción se tratara, salen ilesos, mientras cada día 24,000 personas mueren de hambre, de las cuales 18,000 son niños y niñas. En 2022, más de 238,000 personas perdieron la vida en conflictos armados, la cifra más alta registrada en lo que va del siglo, con la guerra en Ucrania ocupando el segundo lugar entre las más sangrientas. Para agosto de 2024, los muertos en Gaza ya sumaban 40,000 en ese territorio palestino asediado. Por otro lado, entre 2014 y 2023, más de 63,285 migrantes murieron o desaparecieron en las rutas migratorias del mundo, evidenciando la falta de soluciones a esta crisis humanitaria.

En el mundo de la imagen hecha autónoma, donde el mentiroso se miente a sí mismo, el espectáculo en general, como inversión concreta de la vida, es el movimiento autónomo de lo no viviente.

Un ejemplo claro de la dinámica del espectáculo político se observa en el caso del nuevo presidente de los Estados Unidos, cuya popularidad ha aumentado paradójicamente tras enfrentar múltiples imputaciones judiciales. Cada acusación o proceso legal se convirtió en una oportunidad para presentarse como víctima de un sistema corrupto, reforzando así su narrativa. Este empresario ha logrado transformar cada desafío en un espectáculo mediático, consolidándose como un constante centro de atención. En este contexto, la exageración y el dramatismo en la cobertura de estos eventos no son meras coincidencias, sino estrategias cuidadosamente diseñadas para mantener el control de la narrativa y consolidar su protagonismo en el escenario político.

Por otro lado, está el caso de Venezuela, un país desangrado por múltiples frentes tras años de vivir en un constante espectáculo político. Ahora, la legitimidad y legalidad apuntan a que el gobierno en turno debería ceder el poder y entregar su cargo, finalmente agotado, el próximo 10 de enero. Sin embargo, surge la pregunta: ¿realmente ocurrirá? Más de 30 países y la mayoría de las organizaciones internacionales reconocen una victoria que no pertenece al tirano, lo que abre la posibilidad de un cambio. Pero, ¿seremos testigos de un nuevo capítulo del espectáculo político de la secta populista venezolana o, por primera vez en mucho tiempo, presenciaremos el verdadero arte de la política?

Francamente, no tengo la respuesta, pero, más allá de eso, prefiero detenerme a reflexionar sobre cómo los dos párrafos anteriores describen regímenes que, aunque se presentan como profundamente distintos, terminan recurriendo a estrategias de espectáculo sorprendentemente similares. Esto nos lleva a cuestionar si realmente estamos frente a modelos opuestos o si, en el fondo, comparten dinámicas en las que el afán de alcanzar y mantener el poder político los hace más parecidos de lo que aparentan.

Definirse es limitarse, y lo mismo ocurre con el conocimiento en la era del espectáculo.

Natacha Díaz De Gouveia.
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Soy politóloga con mención en Relaciones Internacionales, egresada de la Universidad Central de Venezuela, y cuento con una trayectoria académica y profesional enfocada en el análisis político, social y empresarial. Mi formación se complementa con un Máster en Administración y Dirección de Empresas, así como una especialización en Coaching y Programación Neurolingüística, ambos cursados en la Escuela de Negocios Europea de Barcelona, España.
A lo largo de mi carrera, he tenido la oportunidad de desempeñarme como asesora política en campañas electorales, diseñando estrategias fundamentadas en un profundo análisis del entorno y las dinámicas sociopolíticas. Asimismo, he ocupado roles de liderazgo como coordinadora en empresas privadas, donde he desarrollado habilidades en planificación, gestión de proyectos y trabajo en equipo.
Mi compromiso con el trabajo social me ha llevado a liderar iniciativas en colaboración con organizaciones no gubernamentales, orientadas a promover el desarrollo de comunidades vulneradas indígenas, generando un impacto positivo en el tejido social.