
Para Elean Yunuen y Ana Alexa
¿Qué implica, y qué implicará, que el esposo de Claudia Sheinbaum, Jesús María Tarriba, mostrara rigidez, incomodidad o falta de reacción visible durante el Grito de Independencia, bajo el lente del sesgo hacia mujeres en el poder?
Durante el Grito de Independencia de 2025, llevado a cabo por primera vez con una mujer presidenta, el esposo de Sheinbaum se mostró “tieso”, poco expresivo y aparentemente incómodo. Hubo varios memes y comentarios que lo retratan en contraste: él serio, mientras ella ejerce plenamente el acto, dando vivas y ondeando la bandera.
El Grito de Independencia es un acto altamente simbólico, con fuerte carga emocional, identitaria y patriótica. Quien acompaña a la presidenta en ese momento también entra en el rol de símbolo político: acompañante, soporte institucional, parte del acto social de estar juntos. Si esa figura aparece distante, rígida o desconectada, se hace visible una tensión, pues su presencia recuerda que no solo la mandataria está bajo escrutinio, sino también quien tiene una relación íntima con ella.
Desde que se anunció que Sheinbaum sería la primera mujer presidenta, la figura del esposo adquirió automáticamente una carga pública sin precedentes: es el primer caballero de facto. Con ello vienen expectativas sobre su comportamiento. ¿Debe reflejar orgullo y emoción? ¿Debe apoyar visiblemente? Cuando ocurre lo contrario, algunos sectores pueden interpretarlo como falta de compromiso, frialdad o disenso, lo que alimenta narrativas que rara vez se dirigen hacia esposos de presidentes hombres.
Además, se espera que las mujeres líderes tengan un rol emocional más visible, de calidez y gestos simbólicos fuertes. Cuando ellas lo hacen, puede ser valorado; cuando otros cerca de ellas no responden igual, eso se magnifica. Cualquier contradicción entre lo que se espera socialmente —mostrarse emocionado, sonriente, aplaudir— y lo que se muestra puede generar comentarios negativos, burlas o cuestionamientos. El sesgo también opera en la forma en que los medios y redes sociales construyen la narrativa: se enfatiza lo “extraño” de que el marido no reaccione, más que asumir que cada persona reacciona a su modo.
Se trata de una escena de riesgo simbólico. Cualquier gesto fuera de guion se convierte en material de análisis, memes o crítica. En una presidencia femenina, hay más atención sobre cualquier incidente relacionado con las normas no escritas de lo que se espera de ella y de quienes la rodean. La interpretación de los públicos dependerá del cristal con que se mire. Para los simpatizantes de Sheinbaum, el episodio puede ser algo menor y natural: no todos tienen la misma forma de expresarse, e incluso podría considerarse un signo de respeto. Para los críticos, en cambio, puede ser una señal de debilidad, falta de entusiasmo o división, que alimenta cuestionamientos sobre el compromiso del círculo cercano. Los medios y las redes amplifican estas diferencias, exageran los contrastes visuales y pueden generar narrativas que afirman que el compañero no cumple con el rol esperado.
La comunicación política debe anticipar estos escenarios. Si habrá actos altamente visibles y simbólicos, es estratégico preparar también a quienes acompañan, dándoles indicaciones sobre lo que se espera visualmente, en protocolo y en comunicación no verbal, no para uniformarlos sino para evitar distracciones que desvíen la atención. También conviene anticipar posibles preguntas o críticas sobre la actitud del esposo, tener declaraciones, si es pertinente, para contextualizar y mostrar humanidad, y explicar que cada persona tiene su estilo. Mostrar gestos discretos que conecten con el público puede disminuir el margen de crítica. Incluso se podría aprovechar la rigidez para reforzar una narrativa de autenticidad: “no todos los espacios requieren risas” o “este momento lo vivo con solemnidad”. Reconocer que alguien no se siente cómodo puede generar simpatía.
Cuando una mujer llega al poder, se espera que traiga consigo no solo el mando institucional sino una estética de acompañamiento emocional: sonrisas, calidez, cercanía. Este es un sesgo, pues no se pide lo mismo a los esposos o parejas de mandatarios hombres. La forma en que se juzga al primer caballero puede verse como una extensión del rol histórico adjudicado al hombre como apoyo y figura de autoridad implícita. Si no se ve activo, parece que algo falla, aunque no haya ninguna obligación formal que lo exija. El escrutinio hacia él se convierte también en una forma de revisar a la mandataria, pues su pareja es parte del ritual de poder, aunque no tenga poder institucional.
El hombre como acompañante es un rol incómodo y nuevo en política. La tradición ha puesto a las esposas de presidentes como parte del guion público. Cuando el género se invierte, no existe un modelo cultural consolidado, lo que abre espacio para la crítica o la burla. La expresividad equivale a apoyo simbólico: cuando sonríen, aplauden o participan, se les percibe como aliados; cuando no lo hacen, se interpreta como falta de apoyo. En el caso de Sheinbaum, la rigidez de Tarriba fue leída como distancia. Aunque la actitud del esposo no debería importar en términos de gobernabilidad, se convierte en un lente para juzgar a la mandataria: si él no aplaude, parece que “ella no convence ni en casa”, un juicio que no se aplica de igual forma a los hombres en el poder.
Cada gesto de Jesús María Tarriba será magnificado por el sesgo de género que recae sobre Claudia Sheinbaum. La falta de entusiasmo visible no es neutral: se transforma en narrativa política sobre la fortaleza simbólica de la presidenta. La verdadera prueba estará en cómo su equipo de comunicación y el entorno cercano gestionen estos episodios, con coherencia y estrategias que reduzcan el impacto de interpretaciones sesgadas.
Licenciado en Ciencias de la Comunicación por el Tecnológico de Monterrey, Campus Estado de México, y Máster en Información Económica por la Universidad Complutense de Madrid. Es socio director de la agencia de Relaciones Públicas
Énfasis Corporativo, subdirector en Xinhua Intermedia y profesor de la Universidad Tec Milenio. Fue reportero del periódico El Financiero, corresponsal en México del portal de información empresarial Zona Financiera, consultor de diversas agencias de Relaciones Públicas, tanto en México como en España, así como director de Mercadotecnia de la Secretaría de Turismo del Gobierno de la Ciudad de México y asesor de comunicación en diversas entidades. Más de 26 años de experiencia impartiendo Media Training y talleres de manejo de crisis en medios a más de 300 empresarios, políticos, organismos gubernamentales, artistas, deportistas y líderes de opinión.
Es autor de los libros sobre Media Training: "El Vocero ante los
Medios" y "El Libro Blanco del Media Training".



