Justicia y paz: la resistencia de las mujeres frente a la guerra y la impunidad

Eje Global

¿Cómo hablar de paz cuando las mujeres siguen siendo botín de guerra, cuando la violencia se instala en nuestros hogares, cuando la justicia se extravía en los pasillos de los tribunales? La palabra “paz” parece ligera, casi decorativa, en discursos políticos que ignoran la sangre y el miedo que nos atraviesan. Pero nosotras, las mujeres, sabemos que la paz no es un eslogan: es la urgencia de sobrevivir cada día.

El dolor no es abstracto: se mide en cuerpos desaparecidos, en madres que buscan a sus hijas, en niñas obligadas a vivir bajo las bombas. ¿Cómo hablar de paz cuando la justicia se diluye entre expedientes olvidados? ¿Cómo confiar en los discursos oficiales cuando la vida de las mujeres y niñas sigue siendo la primera moneda de cambio?

En México, la deuda es evidente. De acuerdo con organizaciones como Impunidad Cero, el 99% de los feminicidios quedan impunes. La violencia familiar y sexual no tiene un cauce distinto: en 2021, por cada 157 delitos sexuales denunciados, apenas uno terminó con una persona en prisión. Y las desapariciones siguen marcando la geografía del horror: de las más de 124 mil personas desaparecidas hasta marzo de 2025, casi una cuarta parte son mujeres y niñas. Es decir, decenas de miles de familias viven entre la búsqueda y la indiferencia institucional.

A miles de kilómetros, en Palestina, las mujeres paren en sótanos convertidos en hospitales improvisados, cargan a sus hijos entre escombros y entierran a sus familias sin haber tenido siquiera un respiro. La guerra no distingue, pero sí castiga con mayor fuerza a quienes ya cargan con la precariedad, con la desigualdad y con la violencia de género. Las niñas crecen entre bombardeos y miedo, pero también entre la valentía de las mujeres que sostienen la vida cuando todo parece desmoronarse.

No se trata de comparar dolores, sino de entender que el mapa de la violencia contra las mujeres se dibuja con los mismos trazos: impunidad, silencios cómplices y cuerpos que se consideran prescindibles. Lo que ocurre en Palestina nos duele también en México, porque reconocemos el mismo patrón: los derechos de las mujeres son siempre los primeros en ponerse en pausa, en sacrificarse en nombre de la “seguridad” o del “orden”

A nivel global, la avanzada de fuerzas de ultraderecha suma otra amenaza. En Europa, en Estados Unidos y también en Iberoamérica, líderes políticos utilizan discursos conservadores para restringir derechos conquistados: desde el aborto legal hasta la educación sexual. Bajo el disfraz de la moral o la “defensa de la familia”, lo que se busca es replegar a las mujeres al silencio, a la dependencia y a los viejos roles de subordinación.

El feminismo, la lucha colectiva y el ejercicio constante de cuestionar lo que ocurre —y lo que se oculta detrás— son hoy las propuestas radicales de paz. No basta con denunciar: necesitamos desenmascarar el trasfondo de una ultraderecha que gana terreno en el mundo para mantener el control, para moldear sociedades sumisas y asegurar privilegios, incluso si eso implica retroceder décadas en derechos humanos.

Frente a esa amenaza, nosotras seremos la resistencia. Desde México hasta Palestina, desde las madres buscadoras hasta las mujeres que sostienen la vida en medio de las guerras, estamos tejiendo un mismo hilo de memoria y dignidad. La justicia y la paz no llegarán solas: tendremos que arrancarlas de las manos de quienes se benefician de nuestra opresión. Por eso no callaremos, no nos rendiremos. Porque aunque nos quieran en silencio, seremos la voz que retome el camino hacia un mundo más justo, libre y verdaderamente en paz.

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Abogada y maestra en Políticas Públicas por la Universidad de Guadalajara. Especializada en temas de género, prevención de las violencias, derechos humanos y políticas públicas, así como en la agenda de las juventudes.

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