La restauración del antiguo régimen

En la historiografía moderna a la Restauración del Antiguo Régimen se le denomina al periodo de 1815-1848, durante el cual retornaron las viejas monarquías europeas para gobernar de formar absolutista y aristocrática y en general, de conformidad a las pautas políticas e ideológicas anteriores a la Revolución francesa.

Desde entonces, cuando un grupo gobernante intenta dar marcha atrás en el reloj de la historia, se le puede caracterizar como restaurador, más allá de sus autoproclamas ideológicas, sus narrativas de supuesta “transformación” o de “progresismo”, porque, después de todo, la reversa también es un cambio. Es el caso del régimen populista en México instaurado por López Obrador en 2018, y continuado por su sucesora en la presidencia, Claudia Sheinbaum, con rasgos muy similares al que imperó en nuestro país hace 100 años.

Resulta que México vivió una era caudillista entre 1920 y 1935 caracterizada por: 1) la política del hombre fuerte, un presidencialismo concentrador del poder, incluyendo un Maximato (hasta el hijo de Calles, Rodolfo. quedó incrustado en el gabinete de Cárdenas); 2) el centralismo, en detrimento del federalismo, quedando los poderes estatales sometidos a la presidencia; 3) el autoritarismo y la represión, al gobernarse modificando y violando el marco legal al antojo presidencial, con persecución, combate y asesinato de disidentes, opositores, cristeros, miles de muertos; 4) el militarismo, dado el predominio político de los caudillos, militares y del ejército en general; 5) el populismo, sustentado en el mesianismo presidencial, en el reparto agrario, de cargos, prebendas, etc., a líderes campesinos, obreros, militares, entre otros, para convertirlos en clientela y servidumbre política; 6) el estatismo-patrimonialista, dado el poderoso presidencialismo y las fuertes atribuciones económicas del Estado, facilitó el manejo personalista de la economía, los bienes públicos y los recursos naturales; y 7) el nacionalismo cerrado, incluyendo fuertes tensiones y conflictos con Estados Unidos.

El Estado de la Revolución mexicana institucionalizó casi todos los rasgos caudillistas (como el “presidencialismo imperial” y el partido de Estado) y le dio estabilidad al sistema político hasta que el proceso democratizador intentó desmantelarlo con el sufragio efectivo, la expansión de los derechos ciudadanos, la autonomía de los poderes legislativo y judicial, la alternancia presidencial, entre otros avances. 

Sin embargo, la vieja “dictadura perfecta” legó una cultura política autoritaria, voraz y corrupta, tanto a nivel de las elites como de la clase política, los partidos y de la sociedad en general, que a la postre impidió la consolidación democrática. 

Así, por ejemplo, los partidos pactaban legislaciones electorales cada vez más estrictas y complejas, a sabiendas de que sería inviable su cumplimiento (“el que hace la ley hace la trampa”), y que una eventual sanción no revocaría el poder alcanzado, dada la debilidad y descrédito de las instituciones políticas, electorales y judiciales, responsables de aplicar la ley.  O también, se ha perpetuado el concepto de política-botín: entre más grande, regulador e intervencionista sea el Estado, mayor apetecible será para las clases políticas parasitarias y rapaces, y de todos aquellos que esperan vivir del subsidio gubernamental, a costa de quienes trabajan, pagan impuestos y generan empleo y la riqueza social. 

La lucha por el poder fue encarnizada, los partidos de la transición se desacreditaron, y ante el clamor por la justicia social, la gente desprecio los avances en las libertades civiles y los derechos ciudadanos, la autonomía del poder judicial, la economía mixta y competitiva, entre otros. No puede existir democracia, sin demócratas, más aún cuando prevalece en la sociedad el resentimiento, la ignorancia, la pobreza, la servidumbre política, la inseguridad y la violencia.

En este contexto de bancarrota política y moral de las elites, de la partidocracia, y de las instituciones, y de polarización política y social, se generó la tormenta perfecta para la implantación del Estado populista por parte de López Obrador, y que busca consolidar Sheinbaum, con rasgos similares a las del caudillismo de hace un siglo, pese a las evidentes diferencias (la primera presidenta, la sociedad urbana, las redes sociales, el narcotráfico, la economía abierta, el TMEC, la globalización, la cuarta revolución tecnológica). Estas diferencias no son obstáculo para establecer la similitud fundamental entre ambos regímenes: el Ejecutivo Federal se convierte en el gran legislador y sufragista, juez y parte, dueño y rector de la economía (ficción), el “ogro filantrópico”, incluido un nuevo Maximato, con AMLO ejerciendo el poder tras el trono, y hasta impuso a su hijo, Andy, en una posición clave en Morena, condicionando de antemano la sucesión presidencial, o incluso, un eventual sustituto si es que fuera necesario una revocación de mandato.

La Restauración del Antiguo Régimen significó el desmantelamiento de la república liberal y democrática, a fin de perpetuar a la clase neopopulista en el poder. Se aspira a repetir la historia priista (70 años en la presidencia), pero mientras que el viejo caudillismo evolucionó a formas superiores de institucionalización, dentro de un contexto internacional favorable, la paradoja del obradorismo es que, en su afán de concentrar el poder y preservar su base clientelar, debilita su propio Estado y la economía nacional, al grado que provoca anticipadamente su colapso.

Enrique Villarreal
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Catedrático de la UNAM desde 1984. Doctor en Estudios latinoamericanos, experto en temas de historia de México y América Latina, de política internacional, socialdemocracia y populismo. Autor de 10 libros, entre los que se encuentran: Origenes y nacimiento de la autonomía universitaria en América Latina; Orígenes del pensamiento político en México y Pensamiento Político Socialdemócrata I. Ha sido Columnista del periódico Excélsior y de la revista Capital Político, entre otras. Fundador del Partido Socialdemócrata y Secretario de Ideología por ese partido.