15N: mañana México dejará de guardar silencio

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Mañana, 15 de noviembre, México vivirá una de las movilizaciones ciudadanas más llamativas de los últimos años: una marcha convocada originalmente por jóvenes, pero que ha terminado por sumar a familias completas, personas de la tercera edad, trabajadores, estudiantes e incluso niños. No se trata de una protesta tradicional ni de una estructura partidista disfrazada. La convocatoria, apartidista desde su origen, ha encontrado eco en alrededor de 46 ciudades del país, un número inusual para un movimiento sin líderes visibles ni redes formales detrás.

Lo que está a punto de ocurrir no es simplemente una marcha. Es el síntoma de un país al límite de su paciencia. El asesinato del alcalde Carlos Manzo en Michoacán fue solo el detonante más reciente; lo que se expresa mañana es un hartazgo acumulado frente a la inseguridad, la violencia y la sensación creciente de que las instituciones se han vuelto incapaces de proteger a los ciudadanos. En esa acumulación emocional se encuentra la raíz del 15N.

Pocas veces se observa en México un fenómeno donde distintas generaciones coinciden en una misma exigencia. Las redes sociales se llenaron de testimonios de madres que planean asistir con sus hijos, de abuelos que decidieron caminar aunque sea unos cuantos metros, de jóvenes que no conocen otro país que el de la violencia normalizada. La marcha no responde a ideologías clásicas: responde al miedo, al enojo y a la necesidad urgente de recuperar la seguridad que el discurso oficial insiste en maquillar.

Porque mientras la preocupación ciudadana crecía, la respuesta del gobierno federal fue contraria a lo que sugería la realidad. Desde Palacio Nacional, la presidente Sheinbaum optó por descalificar la protesta, reducirla a manipulación externa y minimizar sus causas. Esa estrategia retórica tuvo un efecto adverso: evidenció la desconexión entre la narrativa gubernamental y la experiencia cotidiana de millones de personas. A ello se sumó una imagen que ya circula como símbolo del deterioro de la relación entre el poder y la sociedad: Palacio Nacional completamente blindado con vallas metálicas, levantadas para impedir el paso a una movilización que, desde su convocatoria, se definió como pacífica. La fortaleza amurallada frente a ciudadanos sin armas, sin partidos y sin líderes visibles proyectó un mensaje contundente: un gobierno que se encierra mientras el país pide ayuda allá afuera.

Pero el 15N no solo será político. También se convirtió en un fenómeno cultural global por una razón insólita: la adopción estética del universo de One Piece en la narrativa digital de la marcha. Para quienes no lo conocen, One Piece, creado por Eiichiro Oda, es la historia de Monkey D. Luffy y su tripulación, los Sombrero de Paja, navegando un mundo brutal y desigual en busca del tesoro legendario. Su verdadera misión, más allá del oro, es alcanzar la libertad absoluta, entendida como vivir sin miedo y sin tiranía. Esa idea, profundamente ligada a la libertad frente a poderes autoritarios, resonó con los jóvenes organizadores de la marcha.

En redes sociales apareció un diseño inspirado en el logotipo del anime, lo que desató una ola de reacciones internacionales. Y entonces ocurrió lo inesperado: una cuenta vinculada a la franquicia publicó en X un mensaje señalando que, si bien habían notado el uso no autorizado del estilo gráfico, apoyaban cualquier expresión pacífica que buscara libertad y justicia en el mundo. Ese gesto marcó un hito. No solo desactivó cualquier tensión por derechos de autor, sino que convirtió la marcha mexicana en tendencia global. Por horas, “México 15N”, “One Piece” y “Luffy” fueron trending topics simultáneos en diversos países. La cultura pop y la indignación social se encontraron en un mismo espacio, recordando que las nuevas generaciones construyen sus propios códigos para narrar su inconformidad.

La protesta no surge del vacío. México mantiene una de las tasas de homicidio más altas del mundo. La percepción de inseguridad supera el 60 % en múltiples ciudades. La impunidad no ha sido reducida, pese a los discursos de confianza en las autoridades. Y la política pública sigue apostando por la militarización, ignorando la evidencia acumulada de que esta estrategia no disminuye la violencia a largo plazo. Los ciudadanos no necesitan leer estadísticas: las viven. Temen los traslados nocturnos, desconfían de las carreteras, sienten que el Estado ha cedido territorio al crimen organizado. Y cuando el poder político insiste en que “todo está bien”, el abismo entre la palabra oficial y la realidad se vuelve insostenible.

La marcha del 15N no resolverá por sí sola los problemas del país. Ninguna movilización lo hace. Pero tiene un peso simbólico innegable: demuestra que México no está dispuesto a resignarse. Que ciudadanos de múltiples edades y ciudades decidan salir a las calles —en 46 puntos distintos del territorio— revela que el país está despertando a una conversación más profunda sobre seguridad, justicia y futuro. Y que One Piece, un anime cuyo núcleo es la lucha por la libertad, haya aparecido como aliado simbólico, no es casualidad. Las nuevas generaciones encontraron en esa narrativa un lenguaje para expresar lo que sienten: que México merece volver a vivir sin miedo.

El 15N será recordado, quizá, como el día en que la ciudadanía decidió volver a hacerse escuchar. Y lo hizo con su propia voz, sin partidos, sin estructuras y, sorprendentemente, con el eco inesperado de una obra que habla, desde hace más de 25 años, del valor de la libertad.

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