
Chile vivió ayer una jornada electoral decisiva que reconfiguró el mapa político y profundizó el desgaste del proyecto progresista de Gabriel Boric. Con una participación histórica del 85,8 % —más de 13,4 millones de votantes bajo voto obligatorio—, la primera vuelta presidencial dejó un mensaje inequívoco: el país rechazó con fuerza la continuidad del progresismo. Jeannette Jara, candidata del Partido Comunista, obtuvo un 26,8 %; José Antonio Kast, un 23,9 %. Ambos avanzan al balotaje del 14 de diciembre. Sin embargo, la verdadera noticia no está en esos números, sino en la magnitud del rechazo global al oficialismo.
La coalición Unidad por Chile llegó a esta elección debilitada por cuatro años de frustraciones: inseguridad creciente, inflación persistente y una economía incapaz de recuperar dinamismo. Las tasas de homicidio se duplicaron, los costos básicos —desde la electricidad hasta el transporte— aumentaron de manera sostenida, y las dos propuestas constitucionales impulsadas por el gobierno fueron rechazadas masivamente. La desconexión entre las prioridades sociales y la agenda política oficialista minó cualquier posibilidad de continuidad.
En contraste, la derecha —en todas sus corrientes— emergió fortalecida. Más allá del 23,9 % de Kast, lo determinante es que el conjunto de candidatos no progresistas superó el 45 % de los votos, un caudal que, en segunda vuelta, podría integrarse casi por completo detrás del republicano. Franco Parisi (19,7 %), Evelyn Matthei (alrededor del 14 %) y Johannes Kaiser (13 %) no solo quedaron fuera del balotaje: construyeron el voto de rechazo más grande contra la izquierda en los últimos treinta años. Ese bloque, unido por demandas de seguridad, estabilidad económica y un Estado funcional, constituye un escenario altamente adverso para Jara.
Los efectos también se reflejaron en el Congreso. La derecha obtuvo su mejor desempeño en más de una década, consolidando un avance que, de triunfar Kast, ampliaría su capacidad de gobierno. Aunque no alcanzó mayoría absoluta, el peso acumulado del sector inclina la balanza legislativa de forma decisiva.
La candidatura de Kast capitalizó el hartazgo con un mensaje directo: orden, control fronterizo y eficiencia del gasto público. Su propuesta contrastó con la narrativa progresista, percibida como distante de las urgencias ciudadanas. El apoyo inmediato de Kaiser y el fuerte alineamiento de votantes de Matthei perfilan una segunda vuelta donde Kast podría iniciar con una ventaja estructural difícil de revertir.
Para Jara, el camino es estrecho. Necesita integrar votantes independientes y moderados, pero enfrenta un techo electoral evidente: el 26,8 % alcanzado ayer se acerca al máximo histórico del votante comunista y progresista duro. Además, el desgaste del gobierno de Boric se ha trasladado directamente a su candidatura, limitando la capacidad de expansión del bloque.
Lo ocurrido ayer no es solo un resultado electoral: es el desenlace de un ciclo político. Chile votó contra un modelo que prometió una “transformación profunda” y terminó desconectado de las preocupaciones básicas de seguridad, empleo y estabilidad. El 14 de diciembre podría sellar una derrota histórica para la izquierda y abrir un nuevo capítulo político, impulsado por una ciudadanía que exige menos ideología y más soluciones concretas.



