
Claudia Sheinbaum marcó un hito histórico en la política mexicana al convertirse en la primera mujer presidenta de México. Su triunfo, conseguido en junio de 2024, fue contundente: obtuvo entre 58 % y 60 % de la votación, un margen sin precedentes, sucediendo en el cargo al presidente Andrés Manuel López Obrador, su mentor político. Ese contexto de legitimidad elevada le ofrecía una plataforma única para abordar los grandes desafíos del país, entre ellos la seguridad y el combate al crimen organizado, que desde hace años se ha vuelto uno de los flancos más débiles del Estado mexicano.
Su trayectoria profesional la define como científica del medio ambiente y ex-jefa de Gobierno de la Ciudad de México, y su llegada a la presidencia simbolizaba también un relevo generacional y de género en un país tradicionalmente dominado por hombres en la esfera política. Con el respaldo de su partido, el Movimiento Regeneración Nacional (MORENA), y una cómoda mayoría parlamentaria, el escenario parecía propicio para impulsar una agenda de seguridad, transparencia y comunicación más directa con la ciudadanía. Pero esa promesa se ha visto erosionada por los acontecimientos recientes y, más aún, por la forma en que el Gobierno ha comunicado.
La muerte del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, asesinado el 2 de noviembre de 2025 durante una celebración pública del Día de Muertos, en Michoacán, puso al descubierto no sólo la persistente vulnerabilidad frente al crimen organizado, sino la incapacidad –o falta de voluntad– de comunicar con claridad, velocidad y empatía un hecho que sacudió a la nación. Manzo, de 40 años, había denunciado públicamente amenazas y solicitó apoyo federal frente a los cárteles. Su homicidio, además, lo convierte en uno más de los alcaldes asesinados en este ciclo: según los registros, es el séptimo alcalde asesinado en Michoacán en los últimos años bajo la misma administración estatal. Ese patrón de violencia apunta directamente al corazón del Estado, no solo a las víctimas de a pie sino a la clase política local que día a día enfrenta al crimen organizado.
Frente a ese escenario, la comunicación de Sheinbaum se mostraba inicial y convencional: condenó el hecho como “vil” y convocó a su gabinete de seguridad prometiendo “cero impunidad”. Hasta ahí, la reacción es de manual. Pero el desencanto de la ciudadanía vino por lo que se omitió o llegó tarde: no hubo desde el primer momento un mensaje personal de solidaridad hacia la familia del alcalde; no hubo reconocimiento público de la dimensión simbólica del hecho –la muerte de un alcalde que pedía ayuda– y una estrategia clara de comunicación de crisis que conectara con el dolor colectivo. En su lugar, surgieron críticas a su planteamiento de seguridad, acusaciones de debilidad del Estado y señalamientos de que la apuesta por la inteligencia y la coordinación no se traduce en resultados.
Más aún, las redes y los medios de comunicación empezaron a señalar que el gobierno federal intentaba diluir el escándalo mediante la atención a otros hechos –un incidente menor, un “abrazo de un borracho” a la presidenta, supuestas distracciones mediáticas– que desviaban el foco del problema central: la seguridad. Si bien no encontré evidencia verificable de que ese incidente estuviera diseñado como estrategia de distracción, lo grave es que incluso se permitió que se instalara esa percepción en el espacio público. Cuando el presidente o la presidenta no domina la narrativa propio, otros la llenan con sospechas de manipulación o evasión.
El hecho de que la comunicación pública apostara por repetir fórmulas –“investigaremos”, “no habrá impunidad”– pero no explicara qué había fallado, quién vigilaba, qué se hará distinto, dejó un vacío: el Estado no solo es vulnerable, sino que comunica como si fuera un espectador. En un país donde la violencia política ya no es excepción, sino una cruda realidad que afecta alcaldes, gobernadores, periodistas y ciudadanos, la respuesta comunicacional no puede limitarse a la propaganda o al ‘mensaje estándar’. Requiere empatía, claridad, acción visible y rendición de cuentas.
Ese vacío comunicacional genera polarización: quienes confían en Sheinbaum ven su discurso como coherente; quienes están desencantados lo toman como evasivo, como evidencia de que “nada ha cambiado”. Cuando la presidenta no asume la narrativa de la víctima (la familia, la comunidad local) y no asume la narrativa de la acción concreta (informes, plazos, responsables), otros ocupan ese espacio con protestas, marchas, denuncias de “Gobierno culpable”. Ya se convoca una marcha de protesta en Morelia/Michoacán por la muerte del alcalde –lo cual evidencia que la ciudadanía no está esperando que el gobierno tranquilice la indignación, sino que la encaje y responda.
¿Qué debió hacer diferente? Primero, un mensaje inmediato, personal, reconociendo el dolor de la familia y del municipio, y afirmando que esta muerte no es un acto aislado sino una falla del Estado. Segundo, una explicación transparente de los hechos: quién estaba protegiendo al alcalde, por qué las alertas no resultaron, qué medidas se tomaron y cuáles se van a reforzar, con plazos concretos y responsables visibles. Tercero, vincular ese mensaje con su promesa de seguridad de campaña, refrescando el pacto de confianza con los ciudadanos: “Hemos dicho que vamos a cambiar la estrategia… estos son los pasos… participen ustedes…”. Cuarto, evitar que otros hechos menores y anecdóticos desplacen la agenda de fondo: la seguridad, el crimen organizado, la impunidad.
La crisis de comunicación de Sheinbaum es en realidad una crisis de legitimidad. Cuando un gobierno comunica mal frente al dolor colectivo, pierde autoridad moral. Se convierte en blanco de sospechas y de polarización. Y esa polarización no es inocua: en un país con alta violencia, la confianza en las instituciones es la barrera más débil. No basta con que el gobierno diga que actúa: debe mostrar que entiende, que se conecta, que rinde cuentas y que sirve. Hasta ahora, el mensaje de Sheinbaum transmite que el problema es externo (“los cárteles”, “la corrupción de Michoacán”), más que interno (“nuestra estrategia no funcionó”, “este Estado falló”).
Claudia Sheinbaum tenía la oportunidad de redefinir la narrativa del poder en México: una mujer al mando, con legitimidad fuerte, podía conectar con los sectores más vulnerables de la sociedad, romper con la imagen de un poder distante, tecnocrático. En cambio, la muerte de Carlos Manzo y la falta de una respuesta comunicacional contundente, empática y estratégica, revelan que quizá el relevo fue solo simbólico. En medio del dolor y la rabia, lo que la ciudadanía exige no es tanto discursos como cuentas claras. Y ahí es donde la presidencia está en mora.
Si no hay una autocrítica visible, si no hay transparencia sobre lo que falló, si no hay un plan de cambio que la gente pueda ver y entender, entonces cada nuevo homicidio, cada alcalde asesinado, se convierte en un clamor colectivo que el Gobierno no resuelve, pero que sí comunica mal. Y cuando el Gobierno comunica mal, la violencia ya no es solo criminal: se convierte en política, en narrativa fracturada, en dolor sin interlocutor.
La pregunta final es: ¿puede un gobierno moderno, progresista y con una mujer al frente permitirse repetir los errores de comunicación del pasado? ¿O esta oportunidad histórica perderá fuerza porque no supo comunicar su promesa al pueblo? Para quienes creen que sí se puede, queda esperar que no ocurra otro alcalde más sin que el Estado honre su palabra. Para quienes ya están desencantados, cada otra muerte es una confirmación de lo que comunicacionalmente se ha descuidado: no basta con llegar a la historia como “la primera”; lo que importa es cómo se actúa después.
Licenciada en Ciencias de la Comunicación y MSc. en Marketing Político, es columnista especializada en temas de comunicación política y analista en este ámbito. Su experiencia incluye consultoría en transparencia electoral y participación como observadora internacional en procesos comiciales. Además, es socia de ACEIPOL, un espacio comprometido con la profesionalización de la política, desde donde impulsa estrategias innovadoras y análisis profundos sobre el panorama político contemporáneo.



