Desde la creación de las primeras universidades, hemos transitado desde el modelo de escuela medieval hacia una escuela moderna, cuya evolución se consolidó a mediados del siglo XIX y continúa hasta la actualidad. Durante gran parte de este tiempo, las instituciones de educación superior han estado estructuradas en torno a un modelo centrado en el profesor como principal detentor del conocimiento, mientras que los estudiantes han sido concebidos como receptores pasivos de información. Ante este panorama, cabe cuestionarse: ¿estamos realmente formando profesionales preparados para enfrentar los desafíos del siglo XXI? ¿Podría afirmarse que las universidades atraviesan una crisis en su modelo educativo?
Es cierto que siempre hemos vivido en un mundo en constante transformación; sin embargo, en la actualidad, los cambios ocurren a un ritmo mucho más acelerado. La tecnología y la inteligencia artificial desempeñan un papel fundamental en esta dinámica, impulsando transformaciones profundas en diversos aspectos de la sociedad, incluyendo la educación, el trabajo y las relaciones humanas.
Actualmente, el mercado laboral ha dejado de considerar los títulos universitarios como un requisito indispensable para la contratación. En su lugar, se valoran cada vez más las habilidades personales que distinguen a los individuos en su desempeño profesional. Se busca un ciudadano global, que domine dos o más idiomas, que cuente con experiencias internacionales, que posea habilidades comunicativas, que sea un aprendiz activo y flexible, capaz de colaborar, consciente de los desafíos socioambientales y con una visión crítica del entorno. No obstante, estas cualidades no están siendo desarrolladas de manera efectiva por muchas universidades, que aún mantienen estructuras centradas en la teoría, en exámenes estandarizados y en metodologías homogéneas de enseñanza. Esto contradice la evidencia científica que señala que cada persona aprende de forma diferente.
La competitividad, la dinámica del entorno, el pensamiento crítico y las prácticas activas de desarrollo personal contribuyen de manera más efectiva a la formación de individuos comprometidos y proactivos que la metodología educativa tradicional aún predominante en muchas universidades. En este sentido, es legítimo cuestionar qué tipo de profesionales están formando las instituciones de educación superior y cuál es su verdadero grado de pertinencia en un mundo digital caracterizado por transformaciones profundas y sin precedentes.
Sin lugar a dudas, vivimos en un mundo volátil, incierto, complejo y digital, donde las transformaciones impactan profundamente nuestras relaciones personales, familiares, laborales y, especialmente, educativas. Ya no recurrimos a llamadas telefónicas tradicionales para comunicarnos con nuestros seres queridos; preferimos enviar mensajes instantáneos o realizar videollamadas. Las reuniones empresariales, antes presenciales, hoy se llevan a cabo en entornos virtuales, al igual que los procesos de capacitación, ahora mayoritariamente ofrecidos mediante plataformas digitales. Las organizaciones se apoyan cada vez más en el uso de big data y softwares de gestión, lo que les permite optimizar su funcionamiento y responder con agilidad a los desafíos del mercado. Ante este panorama de constante cambio y digitalización, cabe preguntarse: ¿están realmente preparadas nuestras universidades para educar y formar personas capaces de adaptarse, aprender y evolucionar continuamente?
Debemos considerar que muchos de los empleos actuales dejarán de existir en el futuro próximo, reemplazados por tecnologías que ejecutarán las tareas con mayor eficiencia y precisión. Al mismo tiempo, surgirán nuevas profesiones que hoy ni siquiera imaginamos, impulsadas por la innovación tecnológica. Frente a este escenario, cabe preguntarse: ¿en qué lugar se posicionan nuestras universidades? ¿Los planes de estudio, rígidos y estructurados, responden adecuadamente a las exigencias de este nuevo mercado laboral en constante evolución? ¿Qué competencias y actitudes están promoviendo en los estudiantes para que puedan adaptarse a cambios personales y profesionales permanentes? Es imperativo entender que ya no tendremos una única profesión para toda la vida; por el contrario, será común cambiar de trayectoria profesional cada cinco o diez años. Por ello, ser flexibles, creativos, digitales, críticos y estar dispuestos a identificar oportunidades y resolver desafíos se convertirá en el nuevo estándar del mercado. En este contexto, es urgente replantear nuestra manera de vivir, pensar y aprender, superando los modelos tradicionales que las universidades nos han inculcado.
Esta nueva perspectiva transforma por completo el rol tradicional de la relación entre profesor y estudiante dentro de las universidades. En lugar de ser un mero transmisor del conocimiento, el docente debe convertirse en un facilitador de procesos transformadores, alguien capaz de acompañar a cada alumno en su desarrollo personal. Para ello, es necesario que el profesor tenga una actitud abierta ante las transformaciones del mundo, y que posea la sensibilidad para reconocer en cada estudiante un ser único, con formas distintas de aprender. En este contexto, el estudiante debe ser concebido como el protagonista activo del proceso educativo. El enfoque pedagógico debe priorizar el desarrollo de habilidades personales, fomentando la capacidad de adaptación constante, la autonomía, el pensamiento crítico y el trabajo en equipo, todo ello a través de metodologías activas que conecten la teoría con la práctica. De igual modo, la interdisciplinariedad debe ocupar un lugar central en este nuevo modelo de enseñanza, promoviendo un aprendizaje significativo, profundo y duradero. Solo así la vida académica podrá ser verdaderamente transformadora, generando impactos que se extiendan a lo largo de toda la vida personal y profesional del individuo.
Esta estructura transformadora implica un cambio profundo en la organización de las universidades tal como las conocemos hoy en día. Aún más importante es considerar que un cambio de esta magnitud requiere que las instituciones educativas se encuentren en un proceso de evolución constante. Las universidades deben transformarse en organismos dinámicos, capaces de adaptarse y retroalimentarse continuamente, con el fin de acompañar el desarrollo del alumno a lo largo de toda su vida, así como responder a las transformaciones del mercado y de la sociedad global. Una educación orientada al desarrollo de competencias debe ser el eje central de este nuevo modelo, donde el currículo universitario esté diseñado para fomentar la creatividad, la innovación y las habilidades necesarias para resolver problemas de manera rápida y efectiva. Este enfoque debe asegurar la obtención de soluciones positivas, sin causar daño al prójimo, al sistema ni al medio ambiente, y promoviendo, además, el equilibrio mental y espiritual de los estudiantes.
El sistema educativo del siglo XXI enfrenta una serie de desafíos cruciales que deben ser abordados para adaptarse a las exigencias del mundo moderno. Uno de los principales retos es la creación de un modelo educativo centrado en el desarrollo integral de las personas, que permita a los estudiantes gestionar diversas fuentes de información y acceder a contenidos personalizados según sus intereses y necesidades. Este modelo debe promover el agrupamiento de docentes y alumnos por intereses comunes en lugar de depender de estructuras departamentales rígidas, fomentando recorridos académicos flexibles que favorezcan el trabajo en equipo. Los docentes, al trabajar colaborativamente, deben servir como ejemplo de este enfoque interdisciplinario, que también debe ser reflejado en el diseño de proyectos y actividades académicas. Además, la integración de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), la transformación digital y la innovación en los recursos audiovisuales, las redes sociales y los entornos colaborativos son aspectos fundamentales para la educación contemporánea. Este conjunto de estrategias representa un primer paso hacia la creación de universidades más flexibles y atractivas, capaces de moldear nuevas generaciones que no solo estén preparadas para el mercado laboral, sino que también sean individuos más adaptables a los constantes cambios globales.
Doctorado en Economía por la Universidad de Salamanca (España), maestría en Administración de Negocios por la Universidad de Santa Maria (Brasil) y Licenciado en Administración por la Universidad de Cruz Alta (Brasil). Es profesor de ciencias económicas, finanzas y gestión de negocios en varios institutos de educación superior en Brasil. Es director de la firma Kruel Consultoria LTDA, con amplia experiencia en proyectos financieros y de desarrollo sectorial.