En El discreto encanto de la burguesía, Luis Buñuel hace algo extraordinario al exponer a un grupo de personas de clase acomodada a la constante frustración de ver impedido el simple propósito de juntarse a comer. Y en menos de dos horas, sintetiza la capacidad humana de aceptar lo insólito como normal, mientras los personajes se van enmarañando en una serie de situaciones delirantes y extraños eventos con tal de cumplir con los caprichos que creen merecer. La película ganó un Óscar y, en una entrevista, el autor se refirió a ella diciendo que “no es una sátira de la burguesía, y mucho menos feroz. […] No hay ningún mensaje… Los personajes de la película nunca pueden comer… No es simbólico, es que a mí me interesan las frustraciones…”
Esta breve introducción tiene como objetivo plantear la pregunta sobre la cual rondarán las siguientes líneas: ¿Para qué sirve el arte? O, en todo caso, ¿tiene que servir de algo? En una sociedad en la que toda actividad, vínculo o intercambio parece estar marcado por los niveles de productividad y los beneficios que reporta, querer encontrarle al arte en cualquiera de sus manifestaciones una función determinada, una finalidad, es una tentación constante a eludir.
Si convenimos que “servir” es estar al servicio de alguien o algo, es estar sujeto a otro por cualquier motivo, haciendo lo que la persona en cuestión quiera o disponga, querer endosarle este verbo al arte obstaculiza y cierra toda posibilidad de manifestación de los misterios y complejidades del alma humana. Porque el arte opera en nosotros de maneras insondables y nos dota con una capacidad para abrir cada vez más sentido y generar más preguntas; para permitirnos probar y errar con más herramientas cada vez, para no darnos por sentado, para poner en duda absolutamente todo y para ser capaces de poner en jaque nuestras propias convicciones.
Hay un mundo sutil, intangible y muy poderoso a nuestro alrededor, y no tiene que ver con los laberintos algorítmicos de la vida digital contemporánea, —de eso ya nos ocuparemos en otro artículo—. Existe desde mucho antes de que naciéramos, desde las primeras pinturas en las cavernas, las primeras maneras de contarles a otros sobre el hallazgo de un río o un animal gigantesco, o los primeros sonidos al chocar dos piedras o los primeros pasos danzantes impulsados por el vino o una noche estrellada. Existe desde el momento en que los primeros seres humanos tomaron conciencia de su presencia en la tierra y trataron de darle algún sentido a su propia existencia, tal como lo hacemos ahora con la exasperante y característica ansiedad de nuestro tiempo. Porque ¡oh sí!, existe una vida anterior a las nuestras, existe un mundo antes de nuestra irrupción en él. No todo nació con nuestro insignificante y perecedero paso por el mundo y muy poco morirá con nosotros cuando nos hayamos ido. Esa maquinaria sensorial y sensible que habita en algún lugar secreto de nuestros cuerpos, capaz de conmoverse y generar conmoción, es/está. Ser y estar lo atraviesa todo. Mi maestro Mauricio Kartun (dramaturgo, director argentino y formador de generaciones de dramaturgas y dramaturgos) dice que el teatro teatra, y siempre me pareció una manera ingeniosa para sintetizar e intentar nombrar lo que hace nuestro oficio. Siguiendo su lógica, yo agrego que el arte artea. Habita su propio verbo, su propio tiempo y su devenir. ¿Tiene sentido querer endilgar funciones a algo que en sí mismo es lo suficientemente poderoso para hacer lo que le dé la gana?
Una imagen, una composición musical, una obra teatral no quiere decir nada, simplemente dice. Está en quien contempla esa catarata de estímulos diversos la acción de completar y lidiar con las pasiones que le desata y sus consecuencias. Porque, seamos honestos, lo menos interesante de una obra es el mensaje y su funcionalidad. ¿Por qué entonces ese afán aleccionador constante? Si la creación también tiene que ver con aceptar el fracaso, entonces fracasemos.
Hace poco, en una charla abierta al público con Lucrecia Martel, la cineasta salteña compartió sentirse abrumada por el hecho de que un grupo muy pequeño de empresas, por lo general ubicadas geográficamente muy lejos de sus consumidores, decidan los cánones estéticos que rigen la narrativa audiovisual del mundo. Comparto esa sensación de desasosiego, y si bien en el mundo audiovisual es más evidente debido a la proliferación de plataformas de streaming y su fábrica de producir chorizos narrativos, es una realidad que atraviesa todos los mercados del arte, dejando muy pocos espacios que verdaderamente apuesten a manifestaciones audaces, auténticas y siempre al límite de la prueba, el error y la posibilidad del descalabro. En nuestras sociedades contemporáneas, que desde hace un tiempo me cuesta mucho interpretar, nadie parece estar dispuesto al fracaso. Festivales escénicos alrededor del mundo responden a curadurías que versan sobre 3 o 4 ejes temáticos de agenda; sofisticadas ferias de arte exhiben una proliferación de obras marcadas por los gustos de personas con el suficiente dinero para adquirirlas; numerosos festivales de música con mucho autotune, uñas filosas y ostentosas cadenas en el cuello convocan a jóvenes extasiados por las mismas bases rítmicas repetidas hasta la exasperación; y editoriales todavía dispuestas a publicar libros con recetas fáciles para problemas complejos. Todo esto presentado en una especie de “cajita feliz” de consumo artístico/cultural para el take away de una vida cotidiana cargada de ansiolíticos. Por las dudas, y aquí me atajo, no tengo absolutamente nada en contra de la necesidad que todos tenemos de trabajar. De hecho, HBO, Netflix, Amazon, ¡acá estoy y necesito pagar el alquiler! Y salvo por la repetición de esos ritmos irritantes, puedo divertirme consumiendo ese tipo de cosas. Pero, como con cualquier cheeseburger con papas extra large… todos sabemos lo que ocurre después de haber hecho la digestión.
Entonces, y retomando el tema de para qué sirve el arte, creo que es justamente en su inutilidad en términos productivos donde radica su más maravilloso poder y que, como artistas, aspirantes a artistas o admiradores de las pequeñas conmociones del alma, necesitamos defender. Más allá de sus diversas aplicaciones didácticas a lo largo de la historia —basta con revisar a los griegos, que se vieron obligados a escribir grandes tragedias sobre guerras e incestos para intentar evitarlas en la vida real—, o de su innegable capacidad para vehiculizar conexiones profundas entre seres humanos para eludir la eventual desazón de habitar el mundo, hay un efecto profundamente transformador en todo aquello que percibimos como arte.
Pongo por caso un ejemplo cercano. En Buenos Aires, Argentina, el pasado 2 de enero se anunció el cierre del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, un espacio de difusión y promoción de la cultura, la educación y los derechos humanos, creado en 2008 como un organismo público dependiente de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación. El Conti se encuentra ubicado en el predio donde funcionó, durante la última dictadura cívico-militar entre 1976 y 1983, uno de los centros clandestinos de detención, tortura y exterminio más grandes: la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). No pretendo aquí hacer un análisis sobre la disputa política del espacio, ni analizar las razones que llevaron al gobierno de Javier Milei a tomar esta decisión. Tampoco voy a hablar sobre los permanentes ataques al sector cultural, científico, organizaciones populares, a jubilados y la lista sigue… Mi intención hoy es hablar de arte y, por lo tanto, de poesía. Platón define en El banquete el término poiesis como “la causa que convierte cualquier cosa que consideremos de no-ser a ser”. Y si entendemos a la poiesis como todo proceso creativo, me animo a sospechar que, aunque el gobierno de Milei es una máquina incesante de entretenimiento y show, no entiende absolutamente nada de poesía. Digo esto basándome en la innegable evidencia que muestra que todas sus energías están orientadas a la destrucción desde su primera aparición en la vida pública. Es así como toda una campaña electoral estuvo nutrida por un campo semántico asentado en pulsiones letales, y es así como desde hace un año se ejerce el poder. Aunque está claro que la aparición de estas figuras no es algo exclusivo de Argentina, y que podemos leer como una tendencia global ya vista anteriormente pero aggiornada a la actualidad, o en todo caso como un fenómeno que podría pasar como algo anecdótico y temporal, lo que verdaderamente me preocupa es la abdicación a la poesía por parte de nuestras sociedades como impulso para intentar explicarnos nuestro paso por el mundo.
Me resulta difícil no ver poiesis en la transformación de un espacio dedicado a la muerte en otro dedicado a la pulsión vital. No en un museo, no en un monumento, no en una reliquia, sino en un espacio vibrante y de encuentro para el disfrute de una inmensa variedad de manifestaciones artísticas. Todavía no sé cómo contestar la pregunta que me trajo hasta acá, pero me queda claro que el arte tiene el poder de trascender la muerte y de seguir abriendo preguntas. En todo caso, y volviendo a Buñuel, aquí les propongo una: ¿Será que el arte contribuirá, de alguna forma, a incomodar ese copioso banquete al que muy pocos amigos están invitados?
Dramaturga, guionista, actriz y directora de teatro formada en Argentina y México. Su obra se ha presentado en escenarios internacionales como el Festival Internacional de Teatro de Buenos Aires, el Festival Internacional de Teatro de Expresión Ibérica en Portugal, el Festival RESIDE en Brasil, el Teatro El Galeón en CDMX, el Centro Cultural Recoleta y el Cultural San Martín en Buenos Aires.
Como guionista, formó parte de equipos creativos en proyectos para HBO Max, Tastemade y Encender Comunicación. Su dramaturgia ha sido galardonada con el Premio Argentores y fue becaria del Fondo Nacional de las Artes en el periodo 2021-2022.
Además, ha colaborado con instituciones culturales de alto nivel como el Ministerio de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires (Argentina) y la Secretaría de Cultura de Jalisco (México), realizando proyectos artísticos y educativos en ambos países. Actualmente, es residente artística de INTERACTIONES, un prestigioso programa de intercambio entre creadores sudamericanos e italianos auspiciado por el Ministero della Cultura de Italia. Su trayectoria la consolida como una fuerza creativa global.