El futuro del trabajo con perspectiva de género: entre la precariedad y la resistencia

Mayo es un mes de memoria y lucha para las trabajadoras y los trabajadores del mundo. En Iberoamérica, donde las desigualdades económicas, sociales y de género persisten con fuerza, el trabajo se ha transformado aceleradamente en los últimos años. Las mujeres, en especial, han vivido estas transformaciones con una carga doble o triple: son las más afectadas por la precarización, la informalidad y las brechas salariales; pero también son quienes lideran resistencias y alternativas.

El futuro del trabajo con perspectiva de género exige una mirada compleja que reconozca estas tensiones: el avance de derechos laborales en algunos sectores convive con la persistencia de esquemas de explotación que afectan principalmente a mujeres pobres, racializadas o migrantes. Un ejemplo contundente son las trabajadoras del hogar.

Informalidad, feminización de la precariedad y empleo sin derechos

Según datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), más del 60% del empleo femenino en América Latina y el Caribe se encuentra en la informalidad. Esto significa que millones de mujeres trabajan sin contrato, sin prestaciones, sin seguridad social y sin acceso a mecanismos de defensa ante abusos laborales. Las mujeres representan la mayoría en sectores como el comercio ambulante, el trabajo doméstico, la venta por catálogo o las plataformas digitales, donde la flexibilidad se ha convertido en sinónimo de inseguridad.

La informalidad no es un “fallo” del sistema, sino un rasgo estructural de un modelo económico que se sostiene sobre el trabajo barato y disponible de las mujeres. Esta situación se agrava para quienes además enfrentan barreras por su condición de migrantes, afrodescendientes, indígenas o por su edad. En países como México, el 76.2% de las trabajadoras del hogar se encuentran en la informalidad, según el INEGI. En Brasil, esta cifra supera el 70%, y en Perú, ronda el 95%.

El trabajo del hogar: indispensable pero invisible

Las trabajadoras del hogar ejemplifican de forma clara las contradicciones del mundo laboral actual. Su labor sostiene la vida y permite que otros sectores económicos funcionen, pero ha sido históricamente despreciada, feminizada y racializada. En Iberoamérica, más de 18 millones de personas se dedican al trabajo doméstico remunerado, y el 93% son mujeres.

Aunque varios países han ratificado el Convenio 189 de la OIT sobre trabajo decente para las trabajadoras del hogar, la implementación real de los derechos ha sido limitada. En México, por ejemplo, desde 2019 se ha impulsado la incorporación de las trabajadoras del hogar al Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), pero hasta 2024, apenas 52 mil lo están afiliadas, de una población estimada en 2.4 millones.

Tecnología y brechas digitales: el futuro también discrimina

La llamada “economía del futuro” también muestra profundas desigualdades de género. Las mujeres están subrepresentadas en sectores como la tecnología, la ingeniería o las ciencias computacionales. Además, enfrentan mayores barreras para acceder a capacitación digital, financiamiento y redes de apoyo para emprender o innovar. Esto no solo limita su participación en los trabajos mejor remunerados, sino que perpetúa la dependencia económica y la desigualdad.

Las plataformas digitales de reparto, transporte o venta también han creado nuevas formas de explotación que afectan desproporcionadamente a las mujeres. Aunque se venden como oportunidades de autonomía, en la práctica muchas mujeres están atrapadas en esquemas sin derechos, sin horarios definidos y con ingresos variables e inestables.

Resistencias y propuestas desde el feminismo y la economía solidaria

Ante este panorama, las mujeres no solo denuncian, también construyen alternativas. En muchos países de la región se han fortalecido sindicatos de trabajadoras del hogar, cooperativas de mujeres, redes de economía feminista y espacios de formación para la autonomía económica. Estas experiencias, aunque a menudo invisibilizadas, son clave para pensar un modelo económico más justo.

En el marco del 1 de mayo, es urgente colocar estas luchas en el centro. No hay futuro del trabajo sin justicia de género. Garantizar los derechos laborales de las mujeres, formalizar el empleo, cerrar la brecha salarial y redistribuir los cuidados son tareas impostergables si queremos sociedades verdaderamente democráticas.

La crisis climática, la automatización, el auge de la ultraderecha y la creciente desigualdad están desafiando los derechos conquistados por las mujeres. Frente a este escenario, fortalecer las políticas públicas con perspectiva de género, garantizar presupuestos suficientes, y escuchar a las mujeres organizadas es más urgente que nunca.

El trabajo dignifica, pero solo cuando se ejerce con derechos, seguridad y reconocimiento. Que este mayo sea una oportunidad para volver a decirlo fuerte: el trabajo de las mujeres sostiene el mundo, y ya es hora de que el mundo las sostenga también a ellas.

Eje Global
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Abogada y maestra en Políticas Públicas por la Universidad de Guadalajara. Especializada en temas de género, prevención de las violencias, derechos humanos y políticas públicas, así como en la agenda de las juventudes.