La lucha obrera, a través de la historia, ha sido la base para encontrar el equilibrio entre la justicia y los modos de producción dentro del liberalismo económico, reconociendo que su esencia está en defender los intereses laborales y económicos de la clase trabajadora. Haciendo un pequeño paréntesis, recordemos que su origen se remonta a la Revolución Industrial y al movimiento obrero. Sus inicios datan de finales del siglo XVIII, evolucionando paulatinamente a través de Europa, en países como Gran Bretaña y Francia, hasta llegar a México en la segunda mitad del siglo XIX, donde el movimiento obrero mexicano se opuso a la situación de miseria, desigualdad y marginación política.
Para el siglo XX, en 1936, durante el gobierno de Lázaro Cárdenas, se fundó la Confederación de Trabajadores de México (CTM), principal organización obrera que prevaleció durante el siglo XX y principios del siglo XXI como una de las más representativas del movimiento obrero. Es importante reconocer que el sindicalismo es clave para el desarrollo económico, ya que esta forma de organización permite mejorar las condiciones de trabajo, reducir la desigualdad y promover la productividad.
Siguiendo esta ruta sociohistórica, recordemos que el sindicalismo en América Latina surgió a partir de las asociaciones mutualistas, las tradiciones gremiales y la formación de la clase obrera. En El Salvador, hacia 1860, se fundaron las primeras asociaciones de trabajadores, llamadas sociedades mutualistas. En México, en 1876, se creó la Confederación de Asociaciones de Trabajadores de los Estados Unidos Mexicanos, y se organizaron gremios como los ferrocarrileros, la liga de los carpinteros, tranviarios, cigarreros y panaderos.
Es importante señalar que la Confederación de Trabajadores de América Latina (CTAL) fue la organización sindical más numerosa y con mayores vínculos continentales e internacionales de las que se tenga registro, como parte de las transformaciones de América Latina desde la segunda mitad del siglo XIX y, particularmente, a partir de las primeras décadas del siglo XX.
Las primeras organizaciones obreras del continente surgieron en los enclaves, adoptando el nombre de “sociedades de resistencia” y sentando las bases para el desarrollo de una identidad de clase entre sus integrantes. En este sentido, la mezcla de lo indígena y campesino en estos obreros marcó el tipo de clase trabajadora que se construiría en los países latinoamericanos. Dentro de este proceso de organización, encontraron en el discurso marxista de ideólogos como Luis Emilio Racabarren y José Carlos Mariátegui la coherencia y el sentido que requerían.
Así mismo, otros elementos que incidieron en la formación de las organizaciones obreras de América Latina fueron la migración extranjera, la “cuestión social”, los procesos políticos de 1910 a 1925, el intervencionismo militar norteamericano, la Primera Guerra Mundial, las revoluciones rusas de 1905 y 1917, la International Workers of the World y los sucesos del 1.º de mayo. Conflictos como los de Cananea y Río Blanco en México, en 1906 y 1907 respectivamente, la masacre de los obreros salitreros en la escuela Santa María en Iquique, Chile, en 1907, y las huelgas generales en Valparaíso, Buenos Aires, São Paulo y Guayaquil entre 1918 y 1919, contribuyeron a darle sentido e identidad a la clase obrera en América Latina.
Con la evolución del sindicalismo, se observa que en el siglo XX la organización obrera cambió drásticamente, adquiriendo un carácter más urbano y consolidando sindicatos en sectores estratégicos. Se produjo una migración del sindicalismo desde el sector primario hasta el secundario y terciario:
Sector primario
• Se encarga de la extracción de recursos naturales.
• Incluye la pesca, la ganadería, la agricultura, la minería y la explotación de recursos forestales.
• Los productos del sector primario no llegan directamente al consumidor.
Sector secundario
• Transforma la materia prima en productos elaborados.
• Incluye la industria, la artesanía y la construcción.
Sector terciario
• Presta servicios a la sociedad.
• Incluye el transporte, el turismo, la educación, la salud, las comunicaciones, los servicios financieros, el comercio, la seguridad, el entretenimiento, entre otros.
Otras transformaciones importantes fueron el carácter urbano de los sindicatos obreros y la aparición de las metrópolis o ciudades, con una amplia gama de burócratas al servicio del Estado.
Sin embargo, debemos reconocer que en el siglo XX, el sindicalismo en el mundo se fue transformando debido a la implementación del modelo de liberalismo económico, el cual entró en decadencia a finales del siglo pasado. Hoy enfrenta grandes retos y la necesidad de una reingeniería interna para constituirse como una auténtica plataforma de representación de la clase obrera. Esta debe asumir un nuevo papel de liderazgo frente a los desafíos que vive América Latina y que amenazan la estabilidad económica de nuestros países.
Se requiere construir una bandera de liderazgo latinoamericano que nos permita generar nuevos puentes de comunicación política entre la clase empresarial y la fuerza de trabajo. Esto debe hacerse con una nueva narrativa, nuevos acuerdos y una lógica que permita equilibrar crecimiento y desarrollo con bienestar social para la clase trabajadora. Lograr esto elevaría los niveles de calidad de vida y productividad, promoviendo una mayor especialización profesional y tecnológica. Esto, a su vez, nos permitiría fortalecer la producción y el liderazgo empresarial en la región, otorgándole un papel más preponderante en el contexto económico global.
Hoy es necesario levantar la voz para decirle al mundo que América Latina está presente y más fuerte que nunca. Tenemos la capacidad, la inteligencia y el poder para posicionarnos como una región clave en esta nueva etapa de la historia.
Nuestro compromiso debe ser establecer una ruta de comunicación política y de construcción de acuerdos que nos permitan homologar intereses comunes para superar los rezagos históricos que han frenado la integración regional.
Debemos reconocer que en el siglo XXI, si seguimos trabajando de manera aislada, no lograremos construir un futuro común. Hoy más que nunca, América Latina debe unirse frente a un escenario global que amenaza su integración. Es imprescindible diseñar una estrategia para redefinir nuestro papel en la historia y consolidarnos como una potencia regional en esta nueva recomposición económica y política.
Nuestros hermanos latinoamericanos y sus pueblos deben ser el eje rector que nos lleve a la construcción de un destino común. Nuestra identidad como región debe guiarnos en la tarea de crear un futuro más próspero y equitativo para todos.
Licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública por la UNAM. Doctor en Administración y Desarrollo Estratégico por el CISD. Doctorado en Administración Pública (INAP) y Maestro en Administración en Sistemas de Calidad (UVM). Director General del Centro de Estudios para el Desarrollo de Proyectos Sociales A.C. (CEDPROS). Posdoctorante en Ciencias del Estado y Gobierno (IAPAS). Miembro de la Academia Nacional de Historia y Geografía. Presidente del Instituto Iberoamericano de Políticas Públicas para América Latina (IIPPAL). Es consultor y conferencista nacional e internacional en temas de Gobierno y Desarrollo Municipal.