Elegir el silencio

“Siempre he amado el desierto. Uno se sienta en una duna de arena del desierto, no ve nada, no oye nada. Sin embargo, a través del silencio algo palpita y brilla”.

Antoine de Saint-Exupéry.

No siempre tenemos que decir algo, no. No es necesario hablar todo el tiempo, en todos los lugares y de todas las cosas. No es necesario llenar el silencio con palabras o con ruido. El silencio también existe, tiene su lugar y merece hacerse presente.

Guardar silencio es un acto voluntario o no. A veces callamos cuando no sabemos, cuando ya no tenemos nada que decir, o por prudencia, porque entendemos que decir algo podría ser irrevocable.

Callamos cuando estamos agotados, tristes, desesperanzados. Callamos cuando pensamos y, en el mejor de los casos, cuando escuchamos. Callamos porque alguien nos lo pide o porque la situación nos obliga. Callamos por miedo y también por respeto. Callamos ante lo asombroso, lo inenarrable, lo indescriptible, ante lo que nos deja sin aliento. Callamos para ir hacia adentro, para aprender y comprender lo que presenciamos o para imaginar lo que no hemos vivido. Callamos cuando simplemente no hay forma de entender qué es lo que está pasando.

Hay de ruidos a ruidos, uno es el externo, que es considerado un contaminante global con consecuencias graves en la salud, y otro el interno, que puede manifestarse como un grito incontenible o un susurro apenas perceptible de lo que somos.

Hoy casi todo nos obliga a mantenernos ruidosos y activos, hasta aquello que parece que hacemos en silencio, como nuestra participación virtual, donde sin desearlo nos hemos convertido en ‘creadores de contenido’, por no decir creadores de ruido u obreros digitales atendiendo demandas sutiles: reacciona, comparte, comenta. Haz ruido, nos dice entre líneas, mantente activo, escandaliza, usa tu voz. Pero ¿en realidad tenemos una voz, tenemos algo que decir o solo estamos haciendo eco de lo que el algoritmo nos sirve en bandeja de plata?

Deberíamos ser más críticos al momento de decidir sobre qué alzar la voz y cómo usarla. No, esa voz no es tan poderosa como creemos; a veces es mejor guardar silencio, al menos mientras reflexionamos y discernimos nuestro sentir al respecto, sobre las ideas que nos dan vueltas, con qué sí y con qué no estamos de acuerdo. Al menos intentemos verificar la verdad detrás de lo que leemos y escuchamos antes de hacer eco de lo que está en tendencia y que tiene nuestra credibilidad por el simple hecho de que “todo mundo está hablando de eso”.

Sí, vivimos hiperconectados, hiperinsensibilizados e hiperverbalizados. Ahí está TikTok, donde basta deslizar unos segundos para ver en vivo a un montón de gente hablando de un montón de cosas. Hablar de todo y hablar de nada, eso también es ruido. Hacer transmisiones en vivo de lo que estamos haciendo, de a dónde estamos yendo, de con quién estamos hablando, eso también es ruido. Hacer lo que todos hacen… no, de verdad no es necesario.

Existen las personas llenadoras de silencio. De acuerdo con Ricardo Gómez, autor del libro No me hables en ese tono, son aquellas que no pueden estar calladas, que les incomoda a tal grado que tienen que ocupar ese espacio con algo, con lo que sea. Se trata de una necesidad intrínseca de comunicarnos o simplemente de evadir el gran vacío que nos muestra el silencio.

¿Cuántas veces al día logramos apagar completamente el ruido externo? Es difícil, pero necesario intentarlo, porque el ruido no solo es verbal, también es mental. El silencio es tan valioso en una conversación y en cualquier interacción humana porque da tiempo para conectar con el otro, encadenar las ideas, desarrollar reflexiones y también sirve de respiro. El silencio es una pausa necesaria.

Para Olga Lehmann, psicóloga, profesora e investigadora del silencio aplicado en terapia, el lenguaje ha sido el principal canal para abordar los sentimientos y las experiencias de las personas: “A los psicólogos les gusta realizar entrevistas, encuestas y hablar. Pero todos sabemos lo difícil que puede ser expresar ciertos sentimientos con palabras y que nos cuesta explicar con palabras algunas de nuestras experiencias más profundas en la vida”, explica.

Para la autora de diversos artículos académicos sobre el tema, está claro que el silencio puede ayudarnos a vivir vidas más plenas y completas, pues no se trata de romper la tensión que este genera, se trata de prestar atención a la tensión que crea. Ahí reside la clave.

Es equilibrio. Sabemos que la música es una combinación de sonidos y silencios; en las artes plásticas, el color negro como ausencia de color equivale al silencio; en la arquitectura, la calma, la quietud y el vacío que transmiten las estructuras sin duda podrían ser silencio; en deportes como el tenis, el silencio externo es fundamental para el jugador, pues le brinda la intimidad necesaria para que el único ruido válido sea la conversación que tiene consigo mismo. Sí, el silencio equilibra, da ritmo y coherencia.

Pero hay tanto ruido por doquier, aunque eso merece un artículo aparte, puesto que el ruido externo contamina y enferma, sobre todo a los habitantes de las ciudades que viven expuestos a sonoridades por encima de los 85 decibeles (el paso de un tren, maquinaria de fábrica, las sirenas de los bomberos, una manifestación ruidosa y más). Por algo es considerado un problema global solo superado por la contaminación del aire, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud.

México está incluido en la lista mundial de naciones donde han incrementado los problemas por contaminación acústica. La OMS estima que al menos 120 millones de personas en todo el mundo padecen problemas auditivos como consecuencia del ruido excesivo al que están sometidos.

¿Es el ruido externo el que nos impide mantenernos en silencio para poder escucharnos con honestidad? Porque puede ser que la mente parlanchina nos recuerde situaciones traumáticas personales o colectivas, reviva las voces de otros que nos reprochan todo lo que no somos pero que urge nos convirtamos al precio que sea, o que nos hemos apropiado de esas cantaletas que nos repiten sin cesar todos los escenarios en los que el mundo se vendrá abajo. Son muchas las voces que parlotean intermitentes en nuestra cabeza y que no sabemos cómo silenciar.

De acuerdo con sus investigaciones sobre el silencio, Olga Lehmann ha encontrado que vivimos varias emociones en paralelo: “Nuestra mente es como una pequeña comunidad, o como un teatro con muchos personajes en escena simultáneamente. Y estos personajes pueden expresar opiniones y voces contradictorias. Por ejemplo, mis alumnos que tuvieron que lidiar con el silencio se sintieron frustrados y satisfechos al mismo tiempo”, dice quien ha trabajado con estudiantes en la Universidad de Stavanger, en Noruega, donde es profesora asociada.

Si guardamos silencio, sanamos. La prueba la tienen las prácticas meditativas que hemos aprendido de la cultura oriental. Si nuestro silencio lo concedemos para que otros sean, expresen, compartan, profundicen y conecten, es un acto de generosidad.

El silencio daña si omite, ignora, engaña, si se ejerce para menospreciar al otro, para no darle su lugar en el mundo. Ese silencio destruye. El silencio que anula es el que más duele, el que no permite al otro contar su versión, ya sea para salvar una relación o su propia vida. Imponer el silencio así a otra persona es como decirle: no existes, o lo que tengas que decir no me interesa en lo absoluto. Se le conoce como indiferencia, pero es más bien un silencio impuesto y definitivamente violento.

Pero el silencio en su forma más pura nos brinda valiosas oportunidades de conectar. Por eso, hoy una tendencia está recorriendo el mundo: el silencio es el nuevo objeto del deseo. Con fiestas, caminatas, viajes y experiencias silenciosas se busca darle un ‘mutis’ a la vida contemporánea, buscando conexiones auténticas, administrando las dosis diarias de ruido. Este equilibrio es el yin y el yang: no puede haber silencio sin ruido, y viceversa. Debemos aprender a vivir con eso, dándole la oportunidad a cada turno. Es simple: si no hay nada que valga la pena decir, podemos elegir el silencio.

Eje Global
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Comunicadora con experiencia en periodismo, producción editorial, estrategia digital, relaciones públicas y comunicación social y política.  
 
Ha colaborado para el Periódico AM, la Universidad de Guanajuato, el Gobierno del Estado de Guanajuato y el Partido Acción Nacional. Se ha desempeñado de manera independiente como fotógrafa, coach ontológico y asesora creativa.