
La migración es un vasto terreno de discusión en Alemania, a pesar de que ha sido un país que vive y convive con la migración desde antes de la Primera Guerra Mundial. Uno de los primeros grupos que llegó al país como parte del proceso de industrialización en 1871 fueron los polacos: cerca de 1.2 millones de trabajadores arribaron para incorporarse al mercado laboral. La historia continuó después de la Segunda Guerra Mundial y, con el objetivo de reconstruir la economía en los años cincuenta y sesenta, llegaron diversos grupos de trabajadores provenientes de Turquía, España, Grecia y la ex Yugoslavia. Poco a poco, estos grupos fueron ocupando un lugar en la sociedad alemana.
El país también ha vivido una migración interna a raíz de su división este-oeste; algunos alemanes de la parte socialista buscaron trasladarse a la Alemania occidental para quedarse. Posteriormente, con la caída del Muro de Berlín, llegaron también muchos desplazados desde lo que hoy conocemos como Rusia, Rumania, entre otros países de Europa Oriental. La guerra de los Balcanes provocó también desplazamientos, y las solicitudes de asilo aumentaron en los años noventa.
A pesar de los cambios demográficos y la presencia de grupos migratorios ya instalados, la discusión pública no había sido tan abrumadora como en los últimos años. En 2015, con los efectos de la guerra en Siria, la llegada de migrantes a Alemania se incrementó. Por un lado, estaban los inmigrantes que ingresaban ilegalmente a Europa; por otro, quienes solicitaban asilo político. En ese momento, la política de asilo de Alemania fue reconocida por una serie de acciones que favorecían la vida de los migrantes. Es decir, la política de integración estaba más ligada a asignar recursos económicos que a establecer un número límite de personas que podían ser recibidas.
Como respuesta al alto número de solicitudes de asilo durante el verano de 2015, la entonces canciller Angela Merkel hizo un llamado a abrir las puertas del país y recibir a los migrantes provenientes de Siria, pronunciando el famoso “Wir schaffen das” (“Podemos hacerlo”). Sin embargo, ese “podemos hacerlo” ha terminado por convertirse en el talón de Aquiles del país, pues no se anticiparon los efectos a mediano ni largo plazo.
Se pensó que esa migración supliría la mano de obra que Alemania tanto necesitaba para seguir creciendo; se creyó que la migración era la solución a todo. No obstante, en una retórica bastante alejada de la realidad, Alemania no estaba preparada —ni burocrática ni infraestructuralmente— para recibir tal cantidad de inmigrantes. Aquí radica uno de los mayores vacíos del país: la ausencia de una política bien definida sobre migración, integración y reintroducción social. A pesar de haber convivido históricamente con personas migrantes, Alemania no ha sabido otorgarles el lugar que corresponde.
El resultado ha sido una creciente polarización de las opiniones entre la población alemana, debido a la falta de propuestas gubernamentales eficaces para integrar a los migrantes a una cultura distinta. En su momento, el canciller Olaf Scholz pasó de una postura de bienvenida a una política de control fronterizo y deportaciones masivas, en parte por el aumento en la percepción de delitos cometidos por extranjeros. Los ataques con cuchillo comenzaron a ser cada vez más frecuentes y, conforme estos hechos se multiplicaban, también lo hacía la percepción de inseguridad y temor entre la población.
Con la llegada de Friedrich Merz, las propuestas para frenar el flujo migratorio se han vuelto más claras. Se han presentado proyectos de ley como la eliminación del derecho de asilo, la suspensión de la reunificación familiar para beneficiarios de protección subsidiaria, la eliminación de la naturalización facilitada y la definición de “países de origen seguros” para acelerar las deportaciones. Sin embargo, estas propuestas no se han traducido en acciones concretas. La implementación de las medidas está supeditada a una burocracia lenta y compleja, lo que representa el mayor obstáculo actual: la incapacidad administrativa para procesar miles de solicitudes de asilo con eficacia.
Otro problema es la falta de coordinación para ejecutar programas inmediatos de integración que permitan a los migrantes conocer las reglas del país, sus derechos y oportunidades. Las diferencias culturales y religiosas se han profundizado entre los inmigrantes y la población alemana. Bernd Siggelkow, fundador del proyecto infantil Arche en Berlín, comentó en una entrevista: “Debemos tener cuidado de que no estalle una guerra en nuestro propio país cuando chocan diferentes culturas que ya no se entienden entre sí”. Sus declaraciones hacen eco del aumento de la violencia con cuchillos que se ha reportado en diversas ciudades alemanas.
Siggelkow también ha advertido sobre la creación de guetos, que podrían intensificar aún más la polarización social. Por ello, ha enfatizado: “Deben existir marcos y normas, y no necesariamente la implementación de frases diciendo: ‘Bueno, tenemos multiculturalismo’. Necesitamos normas claras, necesitamos una seguridad clara”.
Estas declaraciones han sido controversiales, incluso cuando el gobierno parece mostrar intención de actuar. Sin embargo, mientras no se establezca una reglamentación clara y efectiva sobre migración, las medidas seguirán percibiéndose como una visión conservadora más del discurso político.
En consecuencia, la migración continúa siendo una de las mayores fragilidades estructurales de Alemania, con efectos negativos no solo para la sociedad receptora, sino también para los migrantes que ya viven en el país desde hace años. Las soluciones inclusivas, realistas y eficaces siguen pendientes para una población cada vez más dividida por este tema.
Es consultora y analista independiente en Alemania. Trabaja en áreas de investigación y consultoría sobre los siguientes temas: política y relaciones entre la Unión Europea y América Latina, cooperación internacional de Alemania, migración e integración en Alemania. Fue profesora en la Technische Hochschule Aschaffenburg. Integrante del programa de formación como mediadora lingüística y cultural en Aschaffenburg, Alemania. Es miembro de la Latin American Studies Association (LASA), con enfoque en las relaciones Unión Europea–América Latina y el papel de las diásporas en la diplomacia internacional. Ha sido invitada por la Universidad de Berlín a participar en diversas investigaciones sobre América Latina. Colabora con la revista CIDOB d’Afers Internacionals como revisora de artículos académicos. Sus publicaciones se centran en la sociedad civil y su vínculo con la Unión Europea. Ha sido entrevistada por la agencia alemana GIZ sobre política exterior alemana. En México, fue asesora en la Cámara de Diputados. Desde 2009, forma parte del grupo de asesores europeístas de la Delegación de la Unión Europea en México.