
Aunque desde los feminismos se ha hecho un trabajo arduo para evidenciar y desmantelar los roles y estereotipos de género, hoy presenciamos una nueva forma de conservadurismo que, aunque con otra estética y lenguaje, reproduce las mismas estructuras que han oprimido históricamente a las mujeres. Esta vez, disfrazado de armonía, bienestar y hasta empoderamiento.
En redes sociales como TikTok o Instagram se ha vuelto común encontrar contenidos donde se promueve la “energía femenina” y la “energía masculina” como formas de autoconocimiento. En apariencia, estos discursos parecen inofensivos o incluso espirituales, pero en el fondo se trata de una reformulación de los mandatos de género: lo masculino asociado a lo racional, proveedor y activo; lo femenino, a lo emocional, pasivo y cuidador. Así, miles de jóvenes –especialmente mujeres– comienzan a idealizar una figura de “feminidad tradicional” que muchas veces emula el arquetipo de la “esposa perfecta”: recatada, dulce, sin tatuajes, que prioriza la belleza natural, la limpieza, la estética del clean looky una vida centrada en el hogar y la pareja.
Este fenómeno no es aislado. Forma parte de un contexto global donde las fuerzas de ultraderecha han ganado terreno no solo en las urnas, sino también en el terreno de lo simbólico y cultural. Presidentes como Javier Milei en Argentina, Nayib Bukele en El Salvador o Santiago Abascal, líder de VOX en España, representan modelos de masculinidad autoritaria que, aunque con estrategias mediáticas modernas, apelan a valores profundamente conservadores. Estos líderes han sabido conectar con sectores jóvenes a través del lenguaje de la “libertad”, el “orden” o el “sentido común”, mientras promueven políticas que refuerzan la desigualdad, la exclusión y el control sobre los cuerpos, particularmente de las mujeres y disidencias.
En México, aunque no se ha instalado un gobierno abiertamente de ultraderecha, sí hemos visto cómo en el discurso público se han tolerado o minimizado expresiones que refuerzan los estereotipos de género. Además, se ha abierto espacio a influencers que promueven discursos contrarios a los derechos humanos bajo la lógica de la “libertad de expresión”. El auge de figuras como Ricardo Ponce, Javier Hernández “Chicharito”, entre otros, quienes desde supuestas posturas espirituales promueven roles tradicionales para mujeres y hombres, demuestra cómo este nuevo conservadurismo sabe camuflarse en formatos de autoayuda o crecimiento personal.
A esto se suma la presión estética que enfrentan principalmente las mujeres jóvenes, quienes encuentran en la idea del clean look –piel sin marcas, vestimenta neutra, peinados pulcros, cuerpos delgados pero curvilíneos– una exigencia que pretende venderse como autocuidado, pero que en realidad encierra una nueva forma de control. El rechazo a los tatuajes, al maquillaje muy cargado o a la expresión corporal diversa se presenta como sinónimo de “madurez” o “elegancia”, cuando en el fondo se criminaliza lo alternativo, lo disruptivo, lo que se sale del molde.
Todo esto refuerza una narrativa en la que las mujeres valen más si se adaptan al rol tradicional, si no incomodan, si no gritan, si no luchan. Se les dice que su energía femenina “natural” es ser pasivas, contenedoras, dulces. Se les enseña que la independencia y la ambición son masculinas, y que para tener relaciones exitosas deben “bajar su energía masculina” (es decir, dejar de ser autónomas o decididas).
El conservadurismo ha mutado. Ya no necesita hablar desde la religión o desde la moral tradicional. Ahora lo hace desde los algoritmos, los hilos de Twitter, los videos en TikTok o las cuentas de autoayuda. Y esto lo hace más peligroso, porque muchas veces llega sin que lo notemos, disfrazado de empoderamiento, equilibrio o bienestar.
Urge que desde el pensamiento crítico, la educación con perspectiva de género y los feminismos sigamos desenmascarando estas nuevas formas de control. Porque aunque cambien las palabras, el fondo sigue siendo el mismo: restringir la libertad de las mujeres, dictar cómo deben verse, actuar, amar o trabajar. No podemos permitir que las nuevas generaciones crezcan pensando que ser libre es sinónimo de encajar en moldes viejos con envoltura nueva.
Abogada y maestra en Políticas Públicas por la Universidad de Guadalajara. Especializada en temas de género, prevención de las violencias, derechos humanos y políticas públicas, así como en la agenda de las juventudes.