Paternidades ausentes, infancias heridas y mujeres violentadas

Eje Global

La ausencia que no se celebra: paternidades irresponsables y violencias invisibilizadas en Latinoamérica

Cada mes de junio, las redes sociales, las escuelas, los espacios laborales y los medios de comunicación se llenan de mensajes emotivos sobre la figura paterna. Pero en América Latina, esa narrativa tradicional contrasta con una realidad cruda y sistemáticamente invisibilizada: la ausencia de millones de hombres que deciden no asumir la responsabilidad afectiva, económica y emocional con sus hijas e hijos. Una ausencia que, lejos de ser anecdótica, tiene consecuencias profundas y estructurales para las mujeres, quienes se ven obligadas a ejercer una maternidad sostenida en la precariedad y, muchas veces, en la violencia.

Según datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), cerca del 40 % de las madres en la región son jefas de hogar sin presencia de un padre corresponsable. De ellas, una gran parte no recibe pensión alimenticia ni apoyo económico por parte del progenitor de sus hijas o hijos. La consecuencia es una forma extendida y normalizada de violencia económica, que se ejerce mediante la omisión deliberada de responsabilidades parentales.

Violencias que no dejan marcas físicas, pero sí cicatrices estructurales

Cuando hablamos de violencia contra las mujeres, solemos pensar en agresiones físicas o sexuales. Sin embargo, la violencia económica, patrimonial y psicológica también forma parte del continuo de violencias de género. Las mujeres que crían solas, además de cargar con el trabajo reproductivo y de cuidados —históricamente invisibilizado y no remunerado—, deben enfrentar también la carga económica de la manutención, educación, salud, vestido y alimentación de sus hijas e hijos, muchas veces en condiciones de pobreza o con empleos informales.

No recibir pensión alimenticia, o que esta no sea suficiente, puntual o justa, constituye violencia económica. Cuando los padres ausentes amenazan, manipulan emocionalmente, desaparecen o aparecen intermitentemente en la vida de las niñas y niños, generan en las madres angustia psicológica constante, miedo e inestabilidad, lo cual también es una forma de violencia psicológica. En muchos casos, existe también violencia patrimonial, cuando los hombres se niegan a compartir bienes, ocultan ingresos o evaden sus obligaciones legales.

La deuda de los Estados y del sistema de justicia

A pesar de que muchos países de la región —incluido México— cuentan con marcos jurídicos que establecen la obligación de las pensiones alimenticias y la protección del interés superior de la niñez, el cumplimiento efectivo de estas obligaciones sigue siendo una gran deuda. En México, por ejemplo, se estima que 7 de cada 10 hombres que deben pagar pensión alimenticia no lo hacen, según cifras del INEGI.

En respuesta, algunas legislaciones han avanzado. En México, en 2023 se creó el Registro Nacional de Deudores Alimentarios, que impide a los deudores salir del país, obtener licencias, acceder a cargos públicos o realizar trámites notariales si deben más de 90 días de pensión. Aunque es un paso importante, no es suficiente si no se acompaña de mecanismos eficaces de ejecución, seguimiento y sanción.

Además, es necesario que el sistema de justicia deje de revictimizar a las mujeres y de mediar con lógica patriarcal. A menudo, en los juzgados familiares, se exige a las madres “negociar” con hombres que durante años han sido ausentes, violentos o evasores. Esta situación no solo reitera la carga emocional y económica sobre las mujeres, sino que también contradice el principio del interés superior del menor.

El costo emocional y social de criar en soledad

Las madres solas no solo enfrentan un abandono económico. En muchas ocasiones deben lidiar con el estigma social, con el señalamiento de que “ellas eligieron mal”, con la carga moral de cumplir el rol de padre y madre, y con el sentimiento constante de insuficiencia. Esta narrativa individualizante oculta la raíz estructural del problema: el mandato de masculinidad que exime a los hombres del ejercicio de una paternidad responsable.

Además, el costo no es solo para las mujeres. Las infancias también viven las consecuencias del abandono. Aunque la figura paterna no es imprescindible para el desarrollo, lo que sí afecta es la ausencia afectiva, la falta de cuidados y las promesas incumplidas. Muchas niñas y niños crecen preguntándose por qué no fueron “suficientes” para que su padre se quedara, lo cual genera efectos emocionales duraderos.

¿Y el Día del Padre?

El Día del Padre puede ser una fecha dolorosa para millones de mujeres e infancias. También debería ser un momento para replantear qué significa la paternidad en nuestras sociedades. Celebrar a los padres presentes, afectivos y corresponsables es legítimo y necesario, pero también debemos visibilizar y denunciar la paternidad ausente y violenta, y exigir políticas públicas que garanticen la protección de las mujeres y la niñez frente al abandono.

Es urgente promover campañas que no idealicen la figura paterna por defecto, sino que la relacionen con el compromiso real: emocional, económico y cotidiano. Que ser padre no sea una etiqueta automática, sino una práctica activa y ética.

¿Qué necesitamos?

  1. Reformas estructurales al sistema judicial familiar que aseguren el cumplimiento de las pensiones y protejan a las mujeres de la revictimización.
  2. Políticas públicas integrales que reconozcan el trabajo de cuidados como un eje central de la economía y garanticen apoyos a las madres jefas de familia.
  3. Educación con perspectiva de género que cuestione los mandatos de la masculinidad, la idea del “proveedor” ausente y promueva modelos de paternidad responsables.
  4. Campañas masivas que visibilicen la violencia económica y patrimonial como violencia de género.

En junio, mientras muchos celebran a los padres presentes, millones de mujeres recordarán —con rabia, tristeza o agotamiento— que el sistema sigue sin protegerlas frente a una de las formas más extendidas y normalizadas de violencia de género: la paternidad ausente. Por ellas, por sus hijas e hijos, y por las generaciones futuras, es urgente romper el silencio y exigir justicia. Porque criar en soledad no es una elección, es consecuencia de una estructura que sigue perdonando a los ausentes y castigando a quienes se quedan a sostener la vida.

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Abogada y maestra en Políticas Públicas por la Universidad de Guadalajara. Especializada en temas de género, prevención de las violencias, derechos humanos y políticas públicas, así como en la agenda de las juventudes.