El régimen de los Assad en Siria, que por más de 54 años consolidó un estado policial bajo una élite alauita, ha caído. Una ofensiva liderada por fuerzas rebeldes terminó con el gobierno de Bashar al-Assad, marcando el fin de una dinastía autoritaria que inició con su padre, Hafez al-Assad, en 1970. Aunque las imágenes de celebración en las calles evocan esperanza, el futuro de Siria está plagado de incertidumbre. ¿Qué nos dice este colapso sobre los sistemas autoritarios? ¿Qué lecciones ofrece a regiones como América Latina?
Desde su origen, el régimen de los Assad se construyó sobre el autoritarismo y la exclusión. Hafez al-Assad tomó el poder en 1970 y consolidó un sistema que reprimió toda disidencia, marginó a las mayorías y concentró el control en una minoría alauita que representa menos del 10 % de la población. Su hijo, Bashar, heredó un sistema rígido que ignoraba las demandas sociales. Las protestas de 2011, que comenzaron como parte de las revueltas árabes, se encontraron con una represión brutal, desatando una guerra civil que devastó al país durante 13 años.
La supervivencia del régimen dependió en gran medida de los apoyos externos de Rusia e Irán, que intervinieron militarmente para sostener a Assad. Sin embargo, estas alianzas comenzaron a debilitarse por los conflictos en Ucrania, Líbano y Gaza, dejando al régimen vulnerable ante una ofensiva bien organizada de fuerzas rebeldes.
La caída de Assad no significa estabilidad. Siria enfrenta el riesgo de fragmentarse en al menos tres regiones principales: El noreste kurdo, controlado por las Fuerzas Democráticas de Siria (FDS), un grupo que busca autonomía y tiene apoyo de Estados Unidos. Aunque representan una alternativa secular y federalista, enfrentan presiones tanto de facciones rebeldes como de Turquía. El noroeste islamista, liderado por Hayat Tahrir al-Sham (HTS), consolidó su control sobre Idlib. Aunque intenta legitimarse políticamente, sus raíces en Al-Qaeda y su agenda excluyente generan dudas sobre su capacidad para liderar un gobierno inclusivo. El norte proturco, en manos del Ejército Nacional Sirio (ENS) y el Frente Nacional para la Liberación (FNL), grupos respaldados por Turquía que buscan establecer su influencia en la transición, aunque carecen de cohesión interna. Además, la incertidumbre sobre el papel de Israel, las zonas controladas por Estados Unidos y la presencia de remanentes del régimen complican aún más el panorama.
Fuente: Aljazeera.
Aunque los análisis geopolíticos son útiles para entender los intereses externos en Siria, no deben eclipsar las raíces internas del conflicto. El régimen de los Assad colapsó por su incapacidad para atender las demandas de su pueblo, consolidando un sistema político que ignoró la diversidad y reprimió cualquier intento de reforma. Sin embargo, la geopolítica fue un catalizador importante. La caída de Assad no solo debilita a Rusia e Irán, sino que también despeja el camino para proyectos estratégicos largamente postergados, como el gasoducto Qatar-Turquía. Este ambicioso proyecto, que atravesaría Siria para ofrecer a Europa una alternativa al gas ruso, había sido uno de los puntos de fricción entre Assad y Occidente. Su realización podría redefinir la balanza energética global, aunque a costa de un conflicto que ha dejado más de 250,000 muertos y millones de desplazados.
Fuente: Enab Baladi.
El colapso del régimen sirio ofrece además valiosas lecciones para América Latina, donde países como Cuba, Nicaragua y Venezuela presentan paralelismos preocupantes. Al igual que Siria, estos regímenes han recurrido al autoritarismo, la exclusión y la represión para perpetuarse en el poder. Sin embargo, la experiencia siria también advierte sobre los peligros de un colapso no gestionado. La ausencia de instituciones democráticas en Siria no solo profundizó la fragmentación, sino que abrió la puerta a actores externos y facciones extremistas. América Latina debe priorizar transiciones pacíficas y estructuras que garanticen estabilidad para evitar escenarios similares.
Más de 12 millones de sirios siguen desplazados, y el país está lejos de la reconstrucción. Con facciones que tienen más diferencias que puntos en común, el riesgo de un conflicto prolongado es alto. Además, la posibilidad de que Siria se convierta en un “estado fallido” pone en jaque la seguridad regional y global.
La caída de los Assad marca el fin de una era, pero no el fin del sufrimiento en Siria. Es un recordatorio de cómo los regímenes autoritarios pueden sostenerse por décadas, pero nunca son inmunes al desgaste. Para América Latina, la lección es clara: sin pluralismo ni respeto por los derechos humanos, los sistemas políticos, por fuertes que parezcan, terminan por desmoronarse, dejando tras de sí una devastación que tarda generaciones en sanar.
Consultor y analista data-driven. Egresado de la licenciatura en Ciencias Políticas por la Universidad de Los Andes (Venezuela), del Máster en Gestión Pública de la Universidad Complutense de Madrid (España) y de la Maestría en Política y Gestión Pública del ITESO (México). Fue Director Editorial de la revista Capital Político. Actualmente es Director General de la agencia Politics & Government Consulting y CEO de la revista Eje Global en la ciudad de Miami, Estados Unidos de América.