Inflación en América Latina. Cifras que calman, realidades que inquietan

Eje Global

La inflación en América Latina sigue siendo el mejor termómetro de las tensiones económicas que atraviesa la región: combina los efectos persistentes de choques externos, las secuelas de decisiones monetarias y fiscales dispares, y las estructuras internas que definen quién paga realmente el costo de los ajustes. A mayo de 2025, los datos confirman que mientras algunos países celebran una aparente estabilidad, otros lidian con aumentos de precios que, sin llegar a ser desbordados, deterioran silenciosamente el poder adquisitivo. La fotografía regional es heterogénea, pero el ruido de fondo es común: la inflación ha dejado de ser una emergencia, pero no deja de ser una amenaza.

Según el Fondo Monetario Internacional, la inflación promedio regional ronda el 6 %, con extremos que van desde la deflación panameña hasta los dos dígitos de Bolivia o Venezuela. Las causas son múltiples: desde subsidios insostenibles y devaluaciones técnicas, hasta presiones externas derivadas del alza en materias primas y los efectos climáticos sobre la producción agrícola. Pero más allá de los promedios, los casos nacionales ilustran cómo cada país enfrenta —o posterga— su propio dilema.

Argentina, con una inflación interanual de 47,3 % en abril (INDEC), vive una tregua relativa tras años de hiperinflación. El gobierno de Javier Milei ha aplicado un ajuste fiscal drástico y ha relajado parcialmente el cepo cambiario. El resultado es una desaceleración técnica de precios, celebrada como éxito por algunos sectores del mercado. Pero el costo social es visible: el 2,8 % de inflación mensual aún erosiona el ingreso real, mientras la pobreza supera el 40 %. Los precios de alimentos y transporte siguen ajustándose por inercia, y la calle no aplaude los logros técnicos que no se sienten en el bolsillo. El alivio estadístico contrasta con una economía socialmente frágil.

Brasil, en cambio, vive un momento de presión moderada. La inflación anual fue de 5,53 % en abril (IBGE), apenas por encima del mes anterior, impulsada por combustibles y alimentos. El Banco Central mantiene la tasa en 10,75 %, buscando equilibrar control inflacionario sin frenar el crecimiento proyectado del 2,5 %. La amenaza reciente de un impuesto a transacciones financieras —ya descartado— agitó los mercados. El reto brasileño no es solo monetario: como mayor economía de la región, su política fiscal, energética y comercial marca ritmos regionales. Lo que haga o deje de hacer Lula da Silva incide más allá de sus fronteras.

México, por su parte, enfrenta un repunte que enciende alertas. La inflación interanual fue de 4,22 % en la primera quincena de mayo (INEGI), superando el rango objetivo del Banco de México y las expectativas del mercado. El alza está liderada por alimentos esenciales como pollo, papaya y jitomate, mientras la inflación subyacente ronda el 3,78 %, con presiones fuertes en servicios. La economista Gabriela Siller advirtió que este dato reduce la probabilidad de un recorte en la tasa de interés, actualmente en 11 %, lo que complica los márgenes de maniobra de Banxico. Si bien el fortalecimiento del peso contiene parte de la presión, el alza de precios afecta de manera directa a los hogares más vulnerables. No hay crisis, pero hay tensión.

En contraste, Panamá opera en otra lógica: con una inflación de -0,2 % en abril (INEC), se posiciona como el país más estable del continente. La dolarización protege al país de la volatilidad cambiaria, mientras las políticas pro-inversión y subsidios bien focalizados mantienen el equilibrio entre crecimiento económico (4 % proyectado en 2025) y estabilidad de precios. La baja inflación en sectores como salud, comunicaciones y vestimenta refleja el impacto de un dólar fuerte y de una gestión pública relativamente ordenada. Pero incluso Panamá no está exento de riesgos: si los precios internacionales de alimentos siguen subiendo, su canasta básica podría resentirse.

Más allá de estos cuatro casos, el resto del continente no presenta un patrón uniforme. Bolivia registra una inflación interanual del 15 %, con subsidios energéticos que presionan las cuentas públicas. Ecuador y El Salvador, también dolarizados, muestran estabilidad, pero enfrentan vulnerabilidad ante choques externos. La CEPAL advierte que los efectos del cambio climático —especialmente sobre la producción agrícola— podrían volverse un nuevo factor estructural de inflación si no se abordan con políticas de adaptación reales.

La conclusión es clara: la inflación ha dejado de ocupar las portadas, pero no ha abandonado el centro de la escena económica. Si bien las tasas actuales no son alarmantes en la mayoría de los países, los factores que alimentan la inflación —fragilidad institucional, concentración del gasto y exposición a volatilidad internacional — siguen presentes. La política monetaria puede contener los brotes, pero no resuelve las causas. El verdadero desafío para América Latina no es tanto reducir unas décimas en el índice mensual, sino evitar que esa aparente estabilidad esconda la erosión silenciosa del poder adquisitivo.

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