El mundo capitalista tradicional —y todas sus contrapartes— está viviendo uno de sus peores momentos para el intercambio de bienes, productos y servicios, o una de sus mejores oportunidades para revisar el tejido de normas institucionales y de mercado supuestamente “libre” logrado bajo tratados internacionales entre Estados soberanos, con el fin de evitar guerras convencionales entre potencias en ascenso y subordinadas. La presidencia del multimillonario Donald Trump y su grupo de pares adeptos como gobierno de EE. UU. ha dejado claro quién impone o recibe beneficios y castigos, y quién se considera el amo del mundo; al menos, eso creen ellos.
La economía neoclásica se basa en principios como la racionalidad de los agentes económicos, la eficiencia de los mercados y el equilibrio entre oferta y demanda. Durante el gobierno de Donald Trump, especialmente en su segundo mandato, se han aplicado políticas económicas que han generado debate sobre su alineación con estos principios. Trump ha impulsado un enfoque proteccionista extremo, emocional y radical, aumentando aranceles a las importaciones para estimular la producción nacional. Esto ha generado tensiones comerciales y afectado la estabilidad de los mercados globales. Además, ha reducido impuestos y regulaciones para fomentar la inversión, lo que algunos economistas consideran una estrategia de crecimiento a corto plazo, con posibles efectos negativos en el déficit fiscal.
En términos de política económica, su administración ha utilizado medidas como la reducción de gastos federales y la reestructuración de la seguridad social. También ha promovido una visión subjetiva de la geoeconomía, donde la economía se convierte en una herramienta de poder político, afectando las relaciones internacionales. En términos geopolíticos, esta visión reaviva conflictos bélicos que benefician claramente a sus aliados y a las industrias militares, en detrimento de regiones enteras que podrían ser objeto de estrategias y acuerdos “civilizados” antes que víctimas de conquistas territoriales motivadas por recursos naturales estratégicos, arrasando con miles de civiles inocentes, con un mundo político, académico y civil pasmosamente cómplice.
Según la periodista Daniela Blandón R. (France 24, 2025), “la política económica del presidente Donald Trump tiene un norte claro: devolverle el brillo a la industria nacional y, de paso, atacar un déficit comercial enquistado en la primera economía del mundo desde los primeros años de la década del 70”. Por su parte, el portal Trading Economics (2025) informa que Estados Unidos registró un déficit comercial de 98.43 mil millones de dólares en diciembre de 2024. El saldo comercial ha promediado -18.55 mil millones de dólares desde 1950 hasta 2024, con un máximo histórico de 1.95 mil millones en junio de 1975 y un mínimo de -101.91 mil millones en marzo de 2022.

Estados Unidos ha registrado déficits comerciales consistentes desde 1976 debido a las altas importaciones de petróleo y productos de consumo. En 2022, los mayores déficits se registraron con China, México, Vietnam, Canadá, Alemania, Japón e Irlanda. Los mayores superávits, con Países Bajos, Hong Kong, Brasil, Singapur, Australia y el Reino Unido. Canadá fue el principal socio comercial (15 %), seguido por México (14 %) y China (13 %).

Fuente: TradingEconomics.
La imposición de aranceles a gran parte de las principales economías del planeta, junto con el recorte de gastos e impuestos federales, son otras medidas recomendadas por los asesores republicanos de Trump. Estas políticas se apoyan en viejas recetas económicas que buscan justificar acciones para minimizar el supuesto daño causado por países más productivos, eficientes e innovadores. La intención es comprensible: devolverle a Estados Unidos su capacidad industrial, laboral y científica, incluso a costa del consumidor final, acostumbrado a productos globales accesibles que ahora enfrenta ingresos cada vez más reducidos.
En el caso de Colombia y su interés en diversificar relaciones comerciales mediante su posible adhesión a la nueva Ruta de la Seda impulsada por China —una estrategia sensata ante el riesgo geopolítico actual—, Trump ha amenazado con afectar las exportaciones de café y flores. Esto no debería preocupar al país andino, pues desde la perspectiva de la economía austriaca, y más concretamente desde la praxeología, la decisión de consumir café o flores no depende de políticas estatales sino de decisiones individuales, guiadas por la lógica del valor subjetivo, el sentido común, la calidad y la conciencia social.
La economía austriaca es deductiva y subjetivista. Se basa en el valor marginal de la última unidad disfrutada y no en ecuaciones pragmáticas o macroestructurales. Según Martin Stefunko (2018), del Instituto Mises, “la teoría de la cataláctica debe construirse sobre los cimientos sólidos de la teoría general de la acción humana: la praxeología. Esta reconoce tres condiciones para la acción: una inquietud, la imagen de un estado más satisfactorio, y la expectativa de que el comportamiento intencional puede mejorar esa situación”. Así actúa también la fe.
Como ha advertido la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles (ACLU), el Proyecto 2025 —impulsado por la Fundación Heritage y 140 exfuncionarios de Trump— busca reemplazar el Estado de derecho por ideales de extrema derecha. Esta agenda propone reestructurar radicalmente el poder ejecutivo y eliminar derechos fundamentales como el aborto, los derechos LGBTQ, los de migrantes y la equidad racial. Tales propuestas también amenazan la libertad académica, los subsidios educativos y la investigación científica.
Por ello, cabe preguntarse: ¿cómo puede Trump pretender devolver la grandeza a EE. UU. atacando precisamente la esencia del pensamiento, la ciencia, la innovación y la fe? En Colombia diríamos: “no solo de pan vive el hombre”. Es decir, la verdadera riqueza radica en la diversificación, la justicia social y el sentido humano, más allá de la acumulación material.
Como contraste, hoy —jueves 8 de mayo— el cónclave vaticano anunció al nuevo Papa: Robert Francis Prevost, estadounidense y peruano, matemático titulado por la Universidad de Villanova, con maestría en divinidad y doctorado en derecho canónico por instituciones prestigiosas. Hombre moderado y pastoral, se espera que actúe como puente entre sectores conservadores, reformistas y progresistas. No hay cuña que más apriete que la del mismo palo: quizás desde Roma, y no desde Washington, emerja una figura capaz de reconciliar la espiritualidad con la racionalidad.
Profesor Asociado e Investigador en la Escuela Superior de Administración Pública – ESAP, institución de carácter universitario superior del nivel nacional del Estado colombiano. Temas y líneas de investigación relacionados con Ciencia Política, Estado, Gobierno, Administración Pública, Gerencia Pública, Políticas Públicas, Técnicas de Análisis Espacial y Geopolítica, Innovación y análisis organizacional, Gestión ambiental, Responsabilidad Social Empresarial, entre otros. He sido columnista de opinión política en revista Capital Político, conferencista, consultor y asesor de empresas e instituciones en sistemas de gestión de la calidad (ISO) y modelos de excelencia (EFQM), evaluador del Premio Nacional a la Calidad (Icontec). Profesor y catedrático en la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional de Colombia (UN - Bogotá), Fundación Universitaria San Martín (FUSM-Bogotá). Jubilado del Grupo Energía de Bogotá S.A. ESP. Doctorando en Política y Gobierno en la Pontificia Universidad Católica de Córdoba (Argentina); Magister en Estrategia y Geopolítica de la Escuela Superior de Guerra, y Especialista en Responsabilidad Social Empresarial de Universidad Externado de Colombia y Columbia University New York; Especialista en Gobierno Municipal de la Pontificia Universidad Javeriana (Bogotá).