
Los resultados de los Censos Económicos 2024 del INEGI, publicados el 24 de julio de 2025, ofrecen un retrato detallado —y preocupante— del tejido empresarial en México. El 99.8 % de las unidades económicas del país son micro, pequeñas y medianas empresas (Mipymes). Esta cifra, lejos de reflejar fortaleza estructural, evidencia un ecosistema empresarial fragmentado, informalizado y con baja capacidad de generación de valor.
Lo que en apariencia podría considerarse una columna vertebral sólida de la economía —por el enorme número de negocios que representan las Mipymes—, en realidad es una base frágil y dispersa. Aunque en el sector privado y paraestatal estas empresas generan más del 70 % del empleo, su aporte al valor agregado total apenas alcanza el 45.9 %. Dentro de ellas, las microempresas —que son la gran mayoría— emplean al 41 % de las personas, pero solo contribuyen con el 16 % de la riqueza económica producida. Es decir, muchas trabajan mucho, pero producen poco en términos económicos.
Tres distorsiones estructurales
Primero, la informalidad. El 64.3 % de las unidades económicas en el sector privado y paraestatal operan en la informalidad —sin registro fiscal, seguridad social ni obligaciones laborales formales—. Este índice creció 1.7 puntos porcentuales respecto a 2018, y el personal ocupado en este sector aumentó del 18.9 % al 21.4 %. El fenómeno se concentra en las microempresas, muchas de las cuales operan en la vivienda o sin local fijo, y no tienen acceso a financiamiento, infraestructura digital ni sistemas contables. Solo el 30 % de estas usan contabilidad formal.
Segundo, la dependencia del efectivo. El 83.8 % de las unidades económicas en México siguen operando con efectivo como medio principal de pago. Esto no solo limita la inclusión financiera, sino que impide el acceso a crédito formal, disminuye la trazabilidad de ingresos y aumenta riesgos de seguridad. En contraste, los países con mayor desarrollo MIPYME han impulsado pagos digitales, bancarización activa e interoperabilidad de plataformas.
Tercero, la brecha de productividad. Mientras las grandes empresas (0.2 % del total) generan el 54.2 % del valor agregado censal bruto (VACB), las micro aportan apenas el 16.1 %. Esta asimetría se agrava por la desigualdad en remuneraciones: un trabajador en una microempresa gana en promedio $94,000 anuales, mientras que en una empresa grande supera los $240,000. El salario promedio en las Mipymes creció apenas 0.5 % entre 2018 y 2023, por debajo de la inflación acumulada, lo que sugiere una pérdida del poder adquisitivo.
¿Qué estamos fomentando? ¿Y hacia dónde vamos?
El patrón observado en los censos apunta a un ecosistema que se reproduce por multiplicación de microempresas informales —tiendas de abarrotes, peluquerías, cafeterías, comercio de ropa— con baja capacidad de escalar, digitalizarse o formalizarse. Las actividades económicas con mayor crecimiento en unidades económicas y empleo son sintomáticas: sectores de baja tecnología, alta rotación y poca productividad.
La narrativa del emprendimiento como motor del desarrollo pierde fuerza cuando se analiza desde una perspectiva de escalabilidad y valor agregado. Tener 7 millones de unidades económicas no es, per se, un logro. El objetivo debería ser construir un ecosistema donde al menos una fracción significativa de las microempresas puedan convertirse en pequeñas, luego en medianas, y eventualmente en empresas con vocación exportadora, tecnológica o de innovación.
Propuestas para un ecosistema Mipyme funcional
1. Formalización progresiva con incentivos inteligentes
La política pública debe cambiar su enfoque punitivo por uno de construcción de capacidades. Se requiere un régimen fiscal simplificado, interoperable con plataformas digitales de facturación gratuita, acompañado de apoyos como créditos blandos condicionados a la formalización gradual. La experiencia de Colombia con su Régimen Simple y los microcréditos productivos podría ser modelo a considerar.
2. Digitalización como política de Estado
El acceso a pagos digitales, sistemas contables básicos y plataformas de e-commerce debe tratarse como infraestructura crítica para las Mipymes. El hecho de que solo el 23.7 % de las microempresas utilicen servicios en la nube y menos del 3 % incorporen herramientas como inteligencia artificial, revela una brecha digital que no se cerrará espontáneamente. Una estrategia nacional de “Digitalización Mipyme” con asesoría técnica, subsidios escalonados y capacitación remota sería una medida de impacto.
3. Capacitación orientada al crecimiento productivo y exportador
Una de las principales debilidades de las Mipymes mexicanas es su bajo nivel de capacitación técnica, gerencial y digital. Sin habilidades para administrar, innovar o competir, la mayoría permanece estancada en niveles de baja productividad. Países como Italia e India han demostrado que, con programas estructurados de capacitación empresarial, es posible transformar micro y pequeñas unidades en motores de exportación, innovación local y desarrollo territorial. En México, hace falta un sistema de formación continua para que no se limite a cursos aislados, sino que articule contenidos prácticos con herramientas digitales, modelos de negocio, financiamiento, redes logísticas y acompañamiento personalizado. La política de desarrollo empresarial debe pasar del asistencialismo al fortalecimiento de capacidades.
4. Financiamiento orientado al crecimiento, no al rescate
Las Mipymes que acceden a crédito lo hacen muchas veces en condiciones desfavorables y con fines de liquidez urgente. Es urgente que la banca de desarrollo (como Nafin o Bancomext) canalice crédito productivo orientado a escalamiento, innovación y diversificación. Las fintechs también pueden jugar un rol clave, siempre que se garantice la protección del usuario.
5. Transparencia, datos abiertos y evaluación constante
Los Censos Económicos son una fuente inestimable, pero su potencial se desaprovecha. Urge que gobiernos estatales y municipales diseñen políticas basadas en evidencia, con análisis territorial del ecosistema empresarial, cruces con datos de empleo, movilidad y pobreza. Un Observatorio de Mipymes con base en datos abiertos permitiría mejores decisiones en el sector público y privado.
El espejismo de que las Mipymes son la “columna vertebral” de la economía mexicana es cierto solo en dimensión, no en capacidad estructural. Son esenciales, sí, pero no pueden seguir siendo funcionales al modelo de subsistencia. Si queremos que impulsen innovación, productividad y empleo de calidad, debemos cambiar las reglas del juego: menos retórica y más estrategia, menos fragmentación y más integración. El país no puede seguir conformándose con una economía de sobrevivencia. Las Mipymes pueden ser el motor de un nuevo ciclo de crecimiento, pero no lo serán solas.
Consultor y analista data-driven. Egresado de la licenciatura en Ciencias Políticas por la Universidad de Los Andes (Venezuela), del Máster en Gestión Pública de la Universidad Complutense de Madrid (España) y de la Maestría en Política y Gestión Pública del ITESO (México). Fue Director Editorial de la revista Capital Político. Actualmente es Director General de la agencia Politics & Government Consulting y CEO de la revista Eje Global en la ciudad de Miami, Estados Unidos de América.