México, un infierno fiscal

En México, un trabajador promedio que labora en la formalidad termina pagando, en

conjunto, alrededor del 60 % de su salario neto real en impuestos. Esta carga es inmensa,

pero no es algo que el asalariado perciba de manera inmediata. Solo el empresario

formal, encargado de retener y enterar dichos impuestos, comprende la magnitud de esta

presión fiscal. Esta opacidad no es casual: el sistema parece estar diseñado para que el

trabajador no entienda del todo cuánto aporta, fomentando así una actitud más tolerante

hacia los servicios públicos que ofrece el gobierno.

El núcleo del problema radica en la compleja forma en que se presentan y calculan los

impuestos. Por un lado, el patrón retiene y entrega el Impuesto Sobre la Renta (ISR) y las

cuotas obrero-patronales al IMSS, Infonavit y otras instituciones. Por otro lado, existen

gravámenes indirectos —como el IVA o el IEPS— que se incorporan a lo largo de la

cadena productiva y de consumo, reduciendo aún más el poder adquisitivo del trabajador.

Esta dinámica provoca que el asalariado formal, sin saberlo, destine más de la mitad de

su capacidad de compra al sostenimiento de una maquinaria burocrática y de servicios

públicos que, en el mejor de los casos, resultan insuficientes en calidad y eficiencia.

La falta de transparencia no es accidental. El sistema fiscal mexicano está configurado de

tal modo que el trabajador promedio no perciba con claridad la suma total de sus

contribuciones. Las declaraciones, retenciones y cuotas corresponden al patrón, por lo

que el empleado solo ve su nómina ya reducida, sin comprender cabalmente cuánta parte

de su esfuerzo económico se diluye en impuestos y obligaciones forzosas.

Esta cortina fiscal tiene un efecto doble: por un lado, desalienta la formalidad, ya que el

empleador asume un costo extraordinariamente elevado por cada trabajador registrado;

por otro, el asalariado mantiene una percepción equivocada de su contribución real, lo que puede traducirse en una postura más permisiva hacia la administración pública. Si el

trabajador entendiera con mayor claridad cuánto de su ingreso sostiene el aparato fiscal,

las demandas de eficiencia, transparencia y rendición de cuentas serían sin duda mayores.

En consecuencia, México se encuentra en una posición compleja: la formalidad es

deseable para acceder a la seguridad social, pero la pesadez y la opacidad del sistema

fiscal generan incentivos perversos hacia la evasión, la informalidad y la desconfianza.

Lejos de impulsar la productividad y el desarrollo, este “infierno fiscal” desincentiva al

empleador que intenta cumplir con la ley y al trabajador que, sin saberlo, costea un

aparato público que no siempre devuelve el valor prometido.

A pesar de ello, aún hay pseudo- analistas que proponen elevar la carga fiscal,

argumentando que en México se recauda poco. Esta afirmación es, sin embargo, una

verdad a medias, pues la baja recaudación deriva precisamente de la compleja y onerosa

carga impositiva ya existente, que obstaculiza la participación formal de trabajadores y

empresarios.

Coda:

Las supuestas cuotas “patronales” son, en realidad, parte del costo total que genera el

trabajador. Si estas no existieran, el empleado podría recibir ese monto de forma directa.

Al denominarlas aportaciones del patrón, se oculta el hecho de que, en última instancia,

es el trabajador quien asume el costo, ya que el dinero sale de lo que, de otro modo, sería

su ingreso real.

Eje Global
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Economista egresado de la Universidad de Guadalajara, es especialista en
análisis de datos y consultoría en marketing digital. Colaborador en adn40, desarrolla
contenido informativo y audiovisual. Con experiencia en liderazgo de proyectos, combina
tecnología y comunicación para generar soluciones estratégicas y de alto impacto,
promoviendo la mejora continua.