
¿Estamos ante una burbuja de inteligencia artificial o frente al inicio de la revolución tecnológica más profunda desde la llegada de internet? Esta semana, Nvidia ofreció la señal más contundente hasta ahora: la IA no es humo, no es una moda pasajera y, al menos por ahora, no es una burbuja a punto de estallar.
La compañía reportó ingresos cercanos a los 57 mil millones de dólares en solo tres meses, un salto del 62 % respecto al año anterior. Esa cifra, que en cualquier otra empresa parecería exagerada o sospechosa, en Nvidia se ha convertido en la nueva normalidad. Pero lo que realmente sacudió a Wall Street no fue el número, sino el mensaje: según Jensen Huang, su carismático CEO, la demanda de chips de IA no solo se mantiene sólida, sino que se acelera. Y lo declaró con la tranquilidad de quien sabe que tiene la maquinaria correcta en el momento exacto.
Para entender por qué esto importa tanto, conviene explicarlo sin tecnicismos: Nvidia fabrica las herramientas esenciales de la nueva fiebre del oro tecnológica. Mientras OpenAI, Google, Meta o Microsoft compiten por desarrollar modelos cada vez más potentes, todas dependen de las GPU de Nvidia para entrenar esas inteligencias artificiales. Es como si, en plena conquista del oeste, una sola empresa hubiese producido 90 % de las palas y picos necesarios para buscar oro. Esa empresa sería inmensamente rica. Y eso es exactamente Nvidia hoy.
Pese a ello, muchos inversores llevaban meses inquietos. Creían que el crecimiento era demasiado rápido, que el precio de la acción se había disparado demasiado y que, una vez terminados los grandes entrenamientos, la demanda de chips caería. Era el típico argumento de burbuja: cuando todos compran palas, tarde o temprano el oro se agota.
Pero Jensen Huang respondió con una visión radicalmente distinta: “el oro apenas está empezando a aparecer”. Según él, la industria está transitando de la fase de entrenamiento a la fase de inferencia, es decir, al uso masivo de modelos en el mundo real: en celulares, vehículos autónomos, robots, hospitales o asistentes personales. Y esta etapa no requiere menos chips, sino muchos más.
Los datos están respaldando ese diagnóstico. Lejos de reducir pedidos, gigantes como Microsoft, Amazon y Google están ampliando sus compras. Y no solo ellos. Gobiernos como Arabia Saudita o Emiratos Árabes están construyendo supercomputadoras basadas íntegramente en tecnología Nvidia para no quedarse fuera de la carrera global de la IA.
Sí, la acción subió con fuerza tras el anuncio y luego retrocedió cuando algunos inversores tomaron ganancias. Es normal: cuando un activo se multiplica por diez en tres años, genera vértigo. Pero detrás de la volatilidad hay algo más importante: por primera vez en décadas, una empresa está superando incluso las proyecciones más optimistas de los analistas. Donde la mayoría promete la luna y entrega menos, Nvidia está prometiendo el universo y entregando galaxias.
¿Significa que no habrá correcciones? No. ¿Significa que la acción está barata? Tampoco. Pero sí significa que la revolución de la inteligencia artificial se está materializando mucho más rápido de lo que el mundo financiero esperaba. Como en los 90 con internet o en los 2000 con los smartphones, estamos ante un cambio estructural que ya no depende de la euforia, sino de la necesidad real de empresas y gobiernos de invertir en esta tecnología.
Y mientras esa necesidad crezca, Nvidia seguirá siendo la fábrica que produce las herramientas imprescindibles de la nueva era. No es una burbuja cuando todos necesitan lo que vendes y cada día lo necesitan más. Es simplemente el comienzo de algo mucho más grande.



