
En Eje Global, tenemos el honor de presentar una entrevista exclusiva con el Dr. Sergio Negrete Cárdenas, economista mexicano con una trayectoria sobresaliente en el ámbito académico, institucional y mediático. Doctor en Economía y maestro en Economía Internacional por la Universidad de Essex (Reino Unido), ha sido funcionario del Fondo Monetario Internacional, profesor en instituciones como el ITAM, la UNAM y la Universidad Pompeu Fabra (España), así como columnista de El Financiero y colaborador de W Radio en México. Su visión crítica, respaldada por una formación rigurosa y experiencia internacional, lo ha convertido en una de las voces más influyentes del análisis económico en México.
En esta conversación con Eje Global, el Dr. Negrete analiza los desafíos que enfrenta el nuevo gobierno de Claudia Sheinbaum, a partir de los riesgos de continuidad institucional, los vacíos del Plan México y el deterioro del clima de inversión. Retomando parte del enfoque desarrollado en su más reciente libro, De AMLO a Sheinbaum, advierte que el modelo económico heredado no solo se mantiene, sino que se profundiza, y con él la pérdida de rumbo, productividad y confianza.

Portada del libro: De AMLO a Sheinbaum (2024).
En tu más reciente libro “De AMLO a Sheinbaum”, sostienes que la decadencia económica y la estrategia de conquista política iniciadas por López Obrador no solo persistirán, sino que se profundizarán. ¿Qué aspectos concretos te llevan a esta conclusión y qué elementos crees que la ciudadanía subestima en esta continuidad?
Efectivamente, esto deriva tanto del pasado como de las acciones futuras que va a tomar la administración formalmente bajo Sheinbaum. Digo “formalmente” porque creo que la influencia de López Obrador es gigantesca, por decir lo menos. Pero, ¿en qué sentido sigue la conquista política? Uno: es exitosa por sí misma.
La estrategia así lo demostró contundentemente en 2024. El conjunto de pensiones entregadas a buena parte de la población —incluso a quienes no las necesitaban— fue agradecido por muchísima gente, y se identificaba absolutamente con Morena. Antes con López Obrador, ahora con Morena. Esto es parte central de una política social que, desde una perspectiva política y electoral, ha sido exitosísima.
Se puede cuestionar como política social per se —incluso puede ser regresiva—, pero eso es, para efectos políticos, irrelevante. Entonces, esta política social es una estructura que mezcla partido y gobierno —tan familiar como en la época del PRI—, ahora con los “servidores de la nación”, figura establecida por López Obrador.
Toda esta estructura político-electoral, que formalmente es gubernamental pero que trabaja para el partido, también es ya una garantía: un elemento clave para la conquista política que continuará. Además, está el hecho de que se está siguiendo el “Plan C”, que hasta ahora se ha cumplido al pie de la letra, de acuerdo con lo planteado por López Obrador. Y lo que vendrá a continuación es la modificación del sistema político-electoral.
El INE, por ejemplo, se transformaría en un Instituto Nacional de Elecciones y Consultas (INEC), cuyos consejeros serían elegidos popularmente, como ahora se elige a los integrantes del Poder Judicial. Es decir, van a controlar totalmente el aparato electoral, como ocurría en los tiempos del PRI. A esto se suma la intención de modificar la ley electoral: eliminar a los diputados y senadores plurinominales. Aún no está claro si esto ocurrirá, pero parece altamente probable.
El dominio de Morena será completo. No solo por el éxito propio —vinculado a la política social y al aparato político incrustado en el gobierno—, sino también por un instituto electoral completamente domado.
Realmente, hay mucho del “priato” en el nuevo “morenato”. Y esto se acompaña de una estrategia económica que no es buena: conduce al estancamiento económico, a un crecimiento extraordinariamente bajo, y a la concentración de recursos en sectores poco productivos, o incluso con pérdidas millonarias, como son los elefantes blancos: los trenes, en primer lugar el Tren Maya, pero también los que ahora inicia Sheinbaum. Pemex, la refinación… hay muchos frentes donde se gasta mucho sin impacto en la productividad ni en el crecimiento.
La decadencia económica va a continuar, incluyendo la de largo plazo, porque no se está invirtiendo en educación ni en salud, que son los dos pilares más importantes para la productividad a futuro. No hay nada que apunte a un resurgimiento económico; más bien, hay señales de que persistirá la decadencia, con un crecimiento tan bajo que a veces queda por debajo del crecimiento poblacional, todo esto articulado con la conquista política.
El gobierno de Claudia Sheinbaum ha anunciado con fuerza el “Plan México”, asegurando que detonará el desarrollo regional y la inversión extranjera. Sin embargo, organismos como el Banco Mundial y múltiples consultoras prevén un crecimiento cercano a cero o incluso negativo para México en 2025. ¿Qué tan realista es este plan y qué riesgos económicos ves en su implementación?
No está mal que el gobierno federal tenga un plan: una propuesta concreta, relativamente breve, con directrices claras, y no tan grande ni ampulosa como los tradicionales planes nacionales de desarrollo. De hecho, Sheinbaum ya publicó el suyo y parece que ya lo olvidó. Está muy bien tener un plan, llamarlo como se quiera. Podría ser Plan Nacional de Desarrollo Económico o Plan Nacional de Desarrollo Industrial, como en tiempos de López Portillo. En este caso es el “Plan México”, y está bien llamarlo así.
El problema es que no puede lograrse lo que postula. Sus metas son ambiciosas y loables, pero varios de sus pilares no cuadran con los objetivos. Por ejemplo, el desarrollo regional. El gobierno cree —y esta parece una convicción firme de Sheinbaum y su equipo— que el Estado debe decir cuánto, cuándo, cómo y dónde se debe invertir, tanto por parte de inversionistas nacionales como extranjeros. Incluso funcionarios gubernamentales han dicho, prácticamente, que le están haciendo un favor al inversionista extranjero al decirle dónde sí y dónde no invertir.
Este tipo de dirigismo es problemático. No es un favor, es un estorbo. Y muchos inversionistas no están dispuestos a aceptar esa imposición. El desarrollo regional que plantea Sheinbaum es bastante artificial: “aquí vamos a poner automotriz”, “aquí se desarrollarán cuestiones biomédicas”, “allá se hará tecnología satelital”. Pero no funciona así, por lo general, ni con la inversión nacional ni con la extranjera.
Además del dirigismo, se agregan acciones concretas, sobre todo heredadas de López Obrador, como el severo acotamiento a la inversión extranjera en el sector energético. Esto es grave. No ayuda en lo más mínimo. No se permite inversión ni en cierta generación de electricidad, ni en petróleo, ni en gas natural, sectores indispensables para el crecimiento económico. Y sin suficiente energía, no hay suficiente desarrollo.
Este nacionalismo económico —muy presente en el sector energético, aunque no exclusivamente— ha derivado en la exclusión de inversionistas extranjeros. A eso hay que sumarle metas completamente irrealistas. Por ejemplo, la meta número uno del Plan México: que México esté entre las primeras diez economías del mundo en términos de PIB expresado en dólares.
Eso suena impresionante, pero es simplista. Claro, en PIB per cápita estamos en el lugar 60 y tantos. Así que se elige un indicador que suene bonito. México ya ha estado en el “top 10” antes, por ejemplo en 1981, cuando el peso estaba sobrevaluado. También durante el gobierno de Fox, y hasta 2003 estuvimos dentro de ese grupo. Pero ya no es así, ni lo será. Hoy en día, ese lugar lo ocupan economías como India, Rusia, Brasil, Canadá o China, que han desplazado a México.
Actualmente, México está entre los lugares 11 y 14, compitiendo con Australia, España y Corea del Sur. Ese lugar depende mucho del tipo de cambio: si el peso se fortalece artificialmente, el PIB en dólares sube. Eso ocurrió entre 2021 y 2024, pero ya no es el caso. De hecho, México cayó del lugar 12 al 13.
Eso muestra lo poco realista del Plan México. No hay congruencia entre las metas y los medios para alcanzarlas. Y si a eso se suman condiciones coyunturales, como un crecimiento casi nulo —o incluso negativo— en 2025, entonces hay aún menos razones para esperar alcanzar esas metas.
Otra meta: lograr 100 mil millones de dólares en inversión extranjera directa para 2030. Hoy, el promedio está en 35 mil millones al año. O sea, habría que triplicarla. No hay condiciones para eso. De hecho, las condiciones actuales apuntan más bien a una caída. La inversión extranjera directa nueva —no reinversión ni entre subsidiarias— en el cuarto trimestre de 2024 fue la más baja en dólares reales desde el cuarto trimestre de 1985, justo después del terremoto.
No hay condiciones de seguridad ni de política energética que permitan que eso cambie. Y se habla de una supuesta cartera de proyectos por más de 200 mil millones de dólares esperando ser activada mediante “ventanillas únicas” y acompañamiento gubernamental. No es una mala idea —de hecho, es una gran idea— identificar quién quiere invertir y qué se le puede ofrecer. Pero si no tienes las condiciones mínimas para que venga esa inversión, no esperes que llegue.
Hay demasiado optimismo en esa cartera. Por ejemplo, Tesla: ya no va a estar en Nuevo León, pero seguramente sigue “registrada” en esa lista de aspiraciones. Es como lo del top 10: son cifras utópicas, aspiracionales, pero sin sustento real.
Y ése es el problema central del Plan México.
La iniciativa de Ley de Telecomunicaciones promovida por el actual gobierno ha encendido alertas entre empresarios, analistas y organizaciones de la sociedad civil, especialmente por su posible impacto en la libertad de expresión, la privacidad y la autonomía regulatoria. ¿Qué riesgos concretos ves en esta propuesta y cuáles podrían ser sus implicaciones para el entorno democrático y el clima de inversión en México?
Ciertamente, hubo un escándalo muy público, sobre todo por un artículo de la iniciativa que proponía —o al menos permitía— que el gobierno pudiera, con total arbitrariedad, censurar o cancelar plataformas informativas o de otro tipo. Estaba redactado de forma muy genérica y general. Al parecer, eso ya se quitó, y qué bueno que se haya corregido. Pero aun así, persisten otros problemas serios, como la eliminación de la autonomía regulatoria.
Esto no solo afecta al sector de telecomunicaciones; también ocurre en energía, hidrocarburos, competencia económica… en realidad, estamos hablando de la cancelación sistemática de los organismos autónomos. Me permito generalizar, porque va mucho más allá del IFT (Instituto Federal de Telecomunicaciones).
Es un riesgo enorme para el entorno democrático. Uno de los ejemplos más graves es la desaparición del INAI. Hoy, si el gobierno decide entregar o no entregar información, lo hace bajo sus propios términos, como quiera. Ya no hay ninguna entidad independiente que garantice el acceso de la ciudadanía a la información. No podemos pretender que lo que lo sustituya dentro del ámbito gubernamental tendrá el mismo alcance, ni remotamente.
Desde la perspectiva de los inversionistas extranjeros —aunque aplica también para los nacionales—, esto genera un enorme escepticismo. Ya no se está tratando con cuerpos profesionales ni con técnicos especializados. Ya no se puede confiar en que habrá reglas del juego estables, ni siquiera en que habrá un poder judicial autónomo al que recurrir si hay algún conflicto. Ya no se puede confiar ni siquiera en la Suprema Corte.
Entonces, la iniciativa de Ley de Telecomunicaciones no es un hecho aislado. Es parte de un proceso más amplio de dominancia gubernamental, profundamente negativo tanto para el entorno democrático como para el clima de inversión.
Y reitero: es una pieza importante, pero solo una entre muchas que están desmantelando la autonomía regulatoria, la independencia judicial y la profesionalización de decisiones técnicas. Todo esto constituye un retroceso extraordinario.
Durante el sexenio de Andrés Manuel López Obrador, México registró el mayor número de homicidios desde que se tiene registro y una crisis sin precedentes de personas desaparecidas. Ahora, con Claudia Sheinbaum en la presidencia, persisten dudas sobre si habrá un verdadero cambio de rumbo. ¿Cómo evalúas el enfoque de seguridad seguido hasta ahora y qué ajustes urgentes debería implementar el nuevo gobierno para frenar esta espiral de violencia?
Ciertamente, el problema es mayúsculo. Y aquí sí hay un quiebre, una modificación significativa en la estrategia. Claudia Sheinbaum ya no habla de “abrazos, no balazos”. Ya no está diciendo que la estrategia funciona, como lo hacía López Obrador durante seis años, repitiéndolo constantemente. Al final, López Obrador llegó a admitir —en algunos momentos— que el crimen organizado había permeado muchísimo más de lo que esperaba. Y, claro, lo hacía culpando a los gobiernos anteriores, sin admitir el fracaso de su estrategia.
Ahora, Sheinbaum no ha abandonado formalmente el lema “abrazos, no balazos”, pero en los hechos ha tomado distancia. Por ejemplo, se ha entregado a líderes del crimen organizado encarcelados en México a las autoridades de Estados Unidos. Esa cooperación, que antes era muy limitada, ahora parece aceptarse. Y la administración Trump, en ese tema, es más dura que la de Biden. Hay un reconocimiento implícito de que México debe atender ciertas exigencias de Estados Unidos o enfrentar consecuencias: incursiones con drones, operativos directos, o incluso acciones unilaterales más agresivas.
Claudia Sheinbaum está tratando de mantener un equilibrio muy precario. Y creo que, hasta el momento, lo ha hecho relativamente bien, considerando que no tiene muchas alternativas. En ese sentido, sí se observa un cambio de estrategia.
Ahora bien, ese cambio —si persiste y si realmente es genuino— no va a traducirse en una reducción inmediata del número de homicidios o desaparecidos. De hecho, habría que sumar ambas cifras, porque parece haber una manipulación estadística: fallecidos que ahora se clasifican como desaparecidos, para maquillar las cifras. Es decir, se juega con la estadística para fingir que hay menos muertos. Pero en realidad, hay que sumar ambos grupos para conocer la verdadera dimensión del problema.
Esto no se va a frenar en el corto plazo. Y por “corto plazo” me refiero a años. La espiral de violencia no va a detenerse pronto.
Además, hay un aspecto gravísimo que sigue completamente ignorado: la violencia vinculada a la extorsión. Esta ha permeado todo el país, afectando desde pequeños negocios hasta grandes empresas. Daña profundamente la inversión nacional y extranjera. Y no hay, hasta ahora, ni una sola propuesta del nuevo gobierno para enfrentar ese fenómeno.
No digo que sea fácil erradicarlo, pero ni siquiera hay un intento por reducirlo. La diversificación del crimen organizado hacia actividades de extorsión —y más aún, hacia actividades “productivas” mediante la extorsión— es alarmante. Desde exigir tierras hasta exigir una parte de las ganancias de un negocio, bajo amenazas. “Sigue operando tu empresa, pero me das una parte”.
Y eso, que afecta la raíz misma del tejido económico, ni siquiera parece estar en el radar del gobierno de Sheinbaum. En eso sí continúa, por desgracia, la pasividad del sexenio de López Obrador.
¿Qué señales actuales podrían anticipar una pérdida de confianza o aceleración de salidas de capital en México? ¿Cuáles crees que son los factores más críticos que observan los agentes económicos en este escenario?
En realidad, no se trata tanto de un problema futuro de fuga de capitales. Claro que pueden salir capitales, y en forma importante, pero el sistema de libre flotación del peso hoy contiene mucho de eso.
La clásica fuga de capitales que conocimos hasta los noventa —cuando se temía una devaluación, se sacaba el dinero y luego se reingresaba— ya no opera igual. El problema real no es la salida de capitales, sino la ausencia de ellos. Es decir, el problema está en los capitales que ya no están llegando a México. Eso es más grave.
Hay una caída visible en la inversión extranjera, causada por inseguridad, señales poco claras y prohibiciones directas del gobierno, como en el sector energético. No estamos frente a un riesgo abstracto; es un problema ya presente. Y si bien no podemos descartar por completo una fuga repentina, lo más relevante es que no hay nuevos capitales llegando.
Un ejemplo muy claro ocurrió tras las elecciones de junio. No solo ganó Sheinbaum, sino que Morena logró la mayoría calificada en el Congreso por distintos medios. Fue entonces claro que se ejecutaría el llamado “Plan C” de López Obrador. Formalmente, ya sin él en el poder, pero con su influencia intacta.
Ese escenario provocó una caída del peso. Sí hubo una salida de capital por razones de oferta y demanda. Pero el peso no se desplomó, solo cayó desde un nivel muy fuerte —había rozado los 16.50 pesos por dólar— a uno en torno a 19 o 20. Eso sorprendió a muchos.
Lo que ocurre es que México, incluso en este estado de mediocridad económica, sigue siendo percibido como atractivo para la inversión. No en forma masiva, pero se siguen reinvirtiendo capitales. Se mantiene en una especie de estado catatónico: sin avances, pero con estabilidad relativa.
Entonces, más que una fuga, el verdadero problema es la ausencia de capitales. Fondos que, en otro contexto más promisorio, sí habrían llegado a México. Y hoy ni se acercan, ni se acercarán. Ese es el punto crítico.
Como economista, ¿cuáles consideras que son las tres medidas más urgentes que el gobierno mexicano debería implementar para evitar el estancamiento económico y revertir el deterioro de las finanzas públicas?
Ciertamente, hay mucho por hacer en términos de finanzas públicas y para evitar el estancamiento económico. Este último puede tener causas coyunturales, sí, pero lo que debe intentarse es elevar la tasa de crecimiento de largo plazo. Y eso sí se puede hacer, no todo, pero mucho, desde la política fiscal.
El primer problema gravísimo es Pemex, especialmente el área de refinación, junto con los llamados elefantes blancos: el Tren Maya, Dos Bocas, y eventualmente también el AIFA. Este último es menor, pero como se dice, un cuerpo puede desangrarse por mil heridas pequeñas. Ahí también entrarían el corredor transístmico y los nuevos trenes que Sheinbaum quiere llevar hasta la frontera.
Pero en primerísimo lugar: Pemex. Y dentro de Pemex, refinación. Y dentro de refinación, Dos Bocas. Todo el Sistema Nacional de Refinación —excepto Deer Park— pierde dinero a carretadas.
Eso debería revertirse, como intentó hacerlo Peña Nieto en sus dos últimos años: refinar menos, pero con rentabilidad. López Obrador revirtió ese giro. Y Sheinbaum, por lo que vemos, sigue cumpliendo a rajatabla con el proyecto obradorista: dejar de exportar crudo y refinar localmente, aunque sea con pérdidas astronómicas. No hay señales de que eso vaya a cambiar.
Entonces, la primera medida: frenar el drenaje de recursos públicos por parte de Pemex, sobre todo en refinación. Segunda medida: dejar de gastar en nuevos elefantes blancos. Los trenes, por ejemplo, no impulsan el crecimiento económico de México. Ni los ya construidos ni los que vienen. Solo afectan severamente las finanzas públicas.
Ya con esas dos tenemos buena parte del diagnóstico. Pero falta una tercera medida, fundamental para el crecimiento de largo plazo: invertir seriamente en educación y salud.
Hoy no se está haciendo. Entre el desastre de la Nueva Escuela Mexicana, los problemas del IMSS-Bienestar, desatacademente la escasez de medicamentos, hay un abandono total. Claro, eso implica mayor gasto público. Pero la clave es dejar de gastar donde no se debe, para poder invertir donde sí se debe.
Y si después de eso persiste un déficit, entonces sí: pensar en una reforma fiscal. Podría incluir una ligera alza al ISR, una reforma al IVA o aplicar IVA a productos actualmente exentos. Pero insisto: solo después de eliminar el gasto inútil. Una reforma fiscal para seguir tirando dinero es inaceptable, aunque ayude técnicamente a reducir el déficit.
Y, por cierto, no veo ninguna de estas medidas ocurriendo. Ninguna. El gobierno de Sheinbaum parece entusiasta con los mismos proyectos: refinación, trenes, rescate de Pemex. No hay nada que permita ser optimista en ese sentido.
La única contención del gasto que se observa proviene, al parecer, de la Secretaría de Hacienda. Pero incluso ahí, persisten recortes en rubros donde no deberían existir —como en medicamentos—, mientras se sigue gastando donde no se debe. No hay perspectiva alguna de mejora ni en el corto ni en el largo plazo.
Finalmente, desde una perspectiva latinoamericana, ¿qué países están mostrando modelos económicos viables y qué lecciones podría tomar México de ellos en materia de crecimiento y estabilidad?
América Latina, en este sentido, es interesante. No hay muchos países que ofrezcan modelos económicos realmente distintos y viables. Pero hay uno, solo uno, que sí lo está haciendo: Argentina, bajo Javier Milei.
Las circunstancias que llevaron a Milei al poder fueron inusuales. Fue una especie de elección por desesperación. No creo que la mayoría de los argentinos fueran liberales de convicción, de ideología o de corazón. Más bien, estaban desesperados y optaron por alguien que ofreciera un modelo diferente. Y sí, ese modelo es contundente, radical, pero también tiene credibilidad.
Pensemos en algo inédito: un presidente que asume el poder diciendo “no hay plata”, reconociendo que no hay recursos. Eso ya es bastante inusual. Y luego propone recortar la burocracia, con esta noción de la “motosierra”, como él la llama. Además, lanza propuestas fascinantes, como el Ministerio de Capital Humano, que unifica las áreas de salud, educación y desarrollo social.
Busca una desregulación profunda, extraordinaria, que empieza a funcionar. Y lo más interesante es que se está aplicando en una economía destrozada, como la de Argentina. Si eso puede lograrse en un país tan dañado, uno puede imaginar los resultados en economías más viables, como la mexicana.
Ahora bien, no es una perspectiva realista para México en el corto plazo. Ni para México ni para otros países de la región. Porque habitualmente las propuesta liberales no ganan elecciones. Pero sin duda, el modelo argentino actual es uno digno de ser estudiado y, en cierta medida, replicado. Aunque sea poco probable políticamente, tiene elementos valiosos para cualquier economía que busque estabilidad y crecimiento sostenido.
Esta entrevista fue realizada por el equipo editorial de Eje Global mediante una conversación directa con el Dr. Sergio Negrete Cárdenas, el 20 de mayo de 2025. Agradecemos profundamente su generosidad, claridad y disposición para compartir este análisis con nuestros lectores en Iberoamérica y entre las comunidades hispanohablantes de Estados Unidos, atentos a los grandes retos económicos, institucionales y de gobernabilidad que enfrentan nuestras sociedades.