No estás haciendo lo suficiente… y la trampa del Self-Made Man

Eje Global

En la cultura contemporánea, pocas ideas han tenido tanta fuerza como la del “hombre hecho a sí mismo” (Self-Made Man). Se trata de la creencia de que cualquier persona, sin importar su origen, puede alcanzar el éxito únicamente gracias a su esfuerzo, disciplina y talento. Esta narrativa ha inspirado a generaciones, pero también ha generado debates intensos sobre sus límites y sus consecuencias sociales.

El término surgió en el siglo XIX en Estados Unidos. Henry Clay, senador y político, lo empleó en 1832 para elogiar a quienes habían prosperado sin herencias ni privilegios. Años más tarde, el exesclavo y líder abolicionista Frederick Douglass lo popularizó en un discurso de 1859. Douglass reconocía el valor del esfuerzo personal, pero también advertía que no todos tenían las mismas oportunidades para ejercerlo. Desde entonces, la idea de que el éxito depende únicamente del individuo se consolidó en la cultura occidental, reforzada por relatos de empresarios, inventores y líderes políticos que parecían surgir de la nada.

Durante el siglo XX y hasta la actualidad, la figura del emprendedor se promovió bajo esta lógica: alguien que “lo logra todo por su cuenta”. Se difundieron historias de personas que partían desde cero, sobrevivían con muy poco y, gracias a su ingenio y trabajo constante, llegaban a la cima. Steve Jobs es uno de los ejemplos más citados: presentado como el joven que comenzó en un garaje y terminó construyendo una de las empresas más grandes del mundo. Jeff Bezos es otro caso icónico, destacado por haber fundado Amazon y transformarlo en un gigante global. Estas historias alimentan la narrativa de que “si él pudo, yo también puedo”.

Pero el mito del Self-Made Man borra muchos factores estructurales y genera la idea de que el éxito depende exclusivamente del esfuerzo individual. Esto tiene consecuencias directas: quien no alcanza sus metas puede sentirse culpable o insuficiente, cuando en realidad el entorno, las redes de apoyo y las oportunidades disponibles juegan un papel fundamental.

Actualmente, esta narrativa genera una frustración creciente. Cada vez más personas se dan cuenta de que, aunque trabajen duro, el sistema no les ofrece las mismas oportunidades que a otros. Jóvenes emprendedores y trabajadores enfrentan un mercado saturado, desigualdades estructurales y escasos apoyos, y aun así se les sigue repitiendo que “todo depende de ellos”. Esta presión constante puede producir desmotivación, estrés y una sensación de injusticia, porque se ignoran las barreras reales que impiden que muchos talentos se desarrollen.

Esto ha provocado que la tolerancia a la frustración sea cada vez menor respecto a lo que realmente podemos lograr. No se trata de respaldarse únicamente en las dificultades: el esfuerzo sigue siendo indispensable y debe ser siempre nuestra bandera. Sin embargo, es crucial reconocer todo lo que implica ese esfuerzo y tener claridad sobre las áreas de oportunidad y los obstáculos reales a enfrentar. Emprender desde la ilusión de “si él pudo, yo también puedo” puede hacernos perder de vista el panorama completo de nuestra propia realidad y limitar la capacidad de planear estrategias efectivas para avanzar.

Además, la glorificación de casos excepcionales refuerza un patrón de pensamiento peligroso: normaliza que unos pocos privilegiados logren grandes éxitos, mientras millones permanecen en condiciones desfavorables. Esto perpetúa la desigualdad, porque el sistema se justifica con excepciones en lugar de buscar soluciones estructurales que abran oportunidades de manera equitativa. La frustración social se intensifica al ver que, a pesar del esfuerzo, la mayoría sigue limitada por un contexto que no depende del individuo cambiar completamente. El talento y la creatividad de muchos quedan condicionados por factores externos, y la narrativa del “hombre hecho a sí mismo” invisibiliza esa realidad.

Aquí es donde entra otra dimensión poco reflexionada: la política y el bien común. Muchos piensan: “no me meto en la política, porque no me gusta”, sin darse cuenta de que las decisiones colectivas impactan directamente en nuestros deseos personales de progreso genuino. La percepción de mejora o de oportunidad no siempre coincide con los recursos reales que permiten desarrollarlas. Ignorar este factor limita la comprensión de lo que realmente está a nuestro alcance y de las condiciones que hacen posible aprovechar nuestro esfuerzo.

No se trata de negar el mérito personal. El esfuerzo, la disciplina y la creatividad siguen siendo indispensables para alcanzar objetivos. Pero el trabajo duro nunca actúa en el vacío. Para que realmente tenga impacto, debe combinarse con un entorno justo, con acceso a educación, recursos y redes de apoyo, y con la conciencia de que el contexto y las decisiones colectivas también condicionan nuestras oportunidades. Ignorar esto no solo distorsiona la percepción de la realidad, sino que también limita la capacidad de la sociedad para corregir desigualdades y generar progreso colectivo.

Por eso, aunque es válido admirar a quienes logran sobresalir, es fundamental cuestionar la narrativa que dice que “si no triunfas, es porque no lo intentaste lo suficiente”. La verdadera reflexión social debe incluir la urgencia de reconocer cómo el contexto influye en el éxito y cómo los privilegios, las barreras estructurales y las decisiones colectivas condicionan las oportunidades. Solo así podremos comprender que el talento individual no siempre basta, y que la responsabilidad no recae únicamente en cada persona, sino también en su interacción con el entorno y con las condiciones que la sociedad provee.

El mito del Self-Made Man es atractivo y motivador, pero incompleto y peligroso si lo tomamos como regla. La historia del éxito no se escribe solo con esfuerzo: también se necesita reconocimiento de las desigualdades, apoyo mutuo, políticas públicas efectivas y la creación de oportunidades reales para todos. Solo entonces podremos hablar de un progreso sostenible, inclusivo y genuinamente basado en el talento y la determinación de cada individuo.

La excelencia no debería ser la excepción a la regla.

Natacha Díaz De Gouveia.
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Soy politóloga con mención en Relaciones Internacionales, egresada de la Universidad Central de Venezuela, y cuento con una trayectoria académica y profesional enfocada en el análisis político, social y empresarial. Mi formación se complementa con un Máster en Administración y Dirección de Empresas, así como una especialización en Coaching y Programación Neurolingüística, ambos cursados en la Escuela de Negocios Europea de Barcelona, España.
A lo largo de mi carrera, he tenido la oportunidad de desempeñarme como asesora política en campañas electorales, diseñando estrategias fundamentadas en un profundo análisis del entorno y las dinámicas sociopolíticas. Asimismo, he ocupado roles de liderazgo como coordinadora en empresas privadas, donde he desarrollado habilidades en planificación, gestión de proyectos y trabajo en equipo.
Mi compromiso con el trabajo social me ha llevado a liderar iniciativas en colaboración con organizaciones no gubernamentales, orientadas a promover el desarrollo de comunidades vulneradas indígenas, generando un impacto positivo en el tejido social.

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