Chile 2025, entre la polarización y el reacomodo del tablero regional

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Chile se prepara para una elección que será mucho más que un cambio de gobierno: será un laboratorio político que mostrará hacia dónde se inclina hoy el electorado latinoamericano. El 16 de noviembre de 2025, los chilenos elegirán presidente, renovarán la Cámara de Diputados y completarán la mitad del Senado, en un proceso con voto obligatorio que obliga a la reflexión colectiva. Tras el gobierno progresista de Gabriel Boric, marcado por reformas fallidas y el rechazo a dos procesos constituyentes, las encuestas revelan un giro hacia la derecha dura, con ecos de polarización que resuenan desde México hasta Argentina.

Las encuestas más recientes lo confirman. Según Cadem al 5 de septiembre, Jeannette Jara alcanza 28%, superando a José Antonio Kast, que cae a 26% tras haber liderado en julio con 30-31%. Evelyn Matthei crece hasta 16%, Franco Parisi se mantiene en 11%, Johannes Kaiser en 8%, y los independientes Harold Mayne-Nicholls, Marco Enríquez-Ominami y Eduardo Artés rondan entre 1% y 2%. Solo un 7% declara que no votará o que no sabe. La gráfica de Cadem muestra con claridad el movimiento: Jara sube desde 22% en junio, Kast se desinfla desde su pico de julio, y Matthei emerge como tercera fuerza con espacio para crecer.

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Ocho candidatos compiten, pero el duelo real es entre bloques. Kast, nostálgico de la dictadura pinochetista y defensor de mano dura contra el crimen, representa la ultraderecha que ganó terreno tras el estallido social de 2019. Su descenso en la gráfica —de líder indiscutido en julio a empate en septiembre— se explica por el auge de la delincuencia (homicidios subieron 60% desde 2020) y la migración irregular, temas que Parisi explota con populismo digital. Matthei, exalcaldesa de Providencia y figura moderada de la UDI, busca unir a la derecha tradicional, y su ascenso sostenido sugiere un posible puente en segunda vuelta, donde encuestas como Criteria indican que ganaría cómodamente al oficialismo por 19 puntos.

En la izquierda, Jara —exministra del Trabajo y ganadora de las primarias de junio con 60%— encarna la continuidad borista, con promesas de salario mínimo en 750.000 pesos y pensiones dignas. Su repunte reciente, impulsado por la recuperación económica (PIB proyectado en 2,5% para 2025 según el Banco Central), genera esperanza, pero su filiación comunista despierta rechazo en el centro político. El Frente Amplio y sectores socialistas moderados temen que su candidatura polarice aún más y abra la puerta a una derrota en segunda vuelta. Otros, como Kaiser (libertario antiinmigración) o independientes como Mayne-Nicholls, fragmentan el voto, pero no alteran el binario derecha-izquierda.

Este panorama no es solo chileno; es un aviso para Latinoamérica. En un continente golpeado por la inflación post-pandemia y la inseguridad (piénsese en Ecuador o Colombia), el potencial triunfo de Kast o el resurgir de Jara podrían alentar olas conservadoras similares a las de Milei en Argentina o Bukele en El Salvador, o estabilizar el progresismo como en Brasil. La agenda de Kast —reforma previsional privatizadora, control migratorio estricto y rechazo a “ideologías de género”— choca con el progresismo borista, que prometió equidad pero entregó estancamiento. Jara, por su parte, arriesga un voto castigo: el oficialismo pierde por su incapacidad de cerrar brechas sociales, un mal regional que se repite en Perú, Colombia o México.

La gráfica de Cadem ilustra un electorado volátil: el bajón de Kast y el alza de Jara sugieren que Chile rechaza extremos puros, optando por correcciones moderadas. Sin embargo, la polarización persiste y, sin coaliciones amplias contra la desigualdad (Chile mantiene un Gini de 44), el populismo de derecha podría resurgir con fuerza. Para Latinoamérica, la lección es clara: la migración venezolana o haitiana —más de un millón de personas en Chile— no se resuelve con muros, sino con integración regional, como clama la OEA.

El 16 de noviembre, Chile no solo elegirá presidente: mostrará a la región si el péndulo se inclina hacia la continuidad progresista o hacia un nuevo ciclo conservador.

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