El fracaso del estatismo

Eje Global

Conforma el tsunami populista avanza por el mundo, en más países se busca relanzar el estatismo, cual monstruo de mil cabezas, que extiende sus tentáculos sobre los ciudadanos y la sociedad en su conjunto. Aunque el estatismo no es exclusivo de los regímenes populistas, y pese a ser un modelo históricamente fracasado, nuevamente resulta funcional -dada la concentración de poder que ello implica-, para las clases políticas que buscan perpetuarse en el poder.

El estatismo es un régimen caracterizado por el avasallamiento político, económico y social de la sociedad por las elites en el poder. En América Latina data de la era virreinal, cuando el rey de España se apropió de la población, del territorio y de las riquezas americanas, a fin de colonizarlas, según las necesidades metropolitanas. 

Entre las implicaciones de que el Estado no fuera sólo el conductor, sino el forjador -o incluso el propietario- de la sociedad, fue el surgimiento de la tradición estatista: la creencia de que sólo el Estado puede ser la instancia que rija, ya sea para conservar o transformar la realidad social. De ahí que era necesario fortalecerlo y extenderlo lo más posible. De la era colonial se heredó su carácter patrimonialista, el estado como propietario de la nación, instrumento de explotación económica y social, y botín monopolizado a repartir entre elites, socios y clientelas. La estadolatría incluyó la fe en la imposición de leyes -hiperregulacionismo- para modelar, expoliar y someter a la sociedad, pese a problemas, tensiones y conflictos que se produjeran. En este sentido, la independencia fue consecuencia del fracasado estatismo español.

Este fracaso fue visto como resultado de la explotación colonial, no del modelo estatista en sí. Por el contrario, preservar el estatismo generó grandes incentivos para capturar el Estado, ya sea bajo formas monárquicas o republicanas, centralistas o federalistas, patrimonialistas o capitalistas. Conservadores y Liberales eran, en esencia, estadólatras: unos buscaban restaurar el Antiguo Régimen -patrimonialismo corporativista; otros, implantar una república liberal y capitalista.  

Así, ambas fuerzas políticas durante medio siglo entablaron una lucha encarnizada por el poder del Estado, una guerra total con nefastas consecuencias para las naciones latinoamericanos. En México representó guerras de intervención, caudillismo, militarismo, miles de muertos, bancarrota financiera, la pérdida de la mitad del territorio… La anarquía fue la expresión del choque entre dos fórmulas estatistas, si bien antagónicas, ambas compartían la fe ciega en el Estado, el presidencialismo (o monarca), las leyes e instituciones, que terminaron por anularse entre sí. Fue paradójico que, si el estado-nación no se consolidó, se debió a una voluntad estatista, autoritaria y personalista, patrimonialista o modernizadora, que perpetuó el Estado-botín.

Durante el porfiriato, el estatismo modernizador cuajó, pero en una vertiente dictatorial y de capitalismo depredador. El Estado-botín fue repartido por una minoría política y económica. Altamente polarizante, el estatismo porfiriano generó fuertes tensiones y conflictos que derivaron en un estallido revolucionario. Nuevamente el modelo estatista fracasó al provocar una situación similar al movimiento emancipatorio de 1810.

La responsabilidad de dicho fracaso no recayó en la fórmula estatista, sino en la dictadura porfiriana como antes se culpó al despotismo borbónico. Incluso en la Constitución de 1917 se recurrió al estatismo patrimonialista, con un presidencialismo fuerte (sin contrapesos), que en la práctica se apropió de los recursos nacionales y se erigió en rector de la economía. El renovado estatismo se justificó ante la necesidad de llevar a cabo transformaciones económicas y sociales necesarias para cumplir con el ideario revolucionario. Empero las luchas caudillistas y militaristas, la guerra cristera, la fundación del PNR y el Maximato, fueron polarizantes y conflictivas, un freno a la consolidación en el poder de la clase revolucionaria; lo que si se logró en el sexenio cardenista.

El Estado de la Revolución Mexicana combinó un sistema presidencialista, con partido de Estado corporativo y un estatismo económico que impulsó cambios importantes -industrialización, urbanización-, un desarrollo estabilizador con crecimiento sostenido. No obstante, el presidencialismo autoritario y el monopolio priista del poder político, implicó, tanto el avasallamiento de la ciudadanía y de la sociedad (precarias libertades, fraudes electorales, represión, etc.), y la configuración de un Estado-botín sin precedentes, incluyendo gasto público dilapidador, finanzas deficitarias, y una corrupción institucionalizada0( funcional al régimen durante varias décadas). En los setenta entró en crisis el desarrollismo y  en los ochenta se colapsó ante una deuda impagable.

Si bien los tecnócratas justificaron la aplicación de las políticas neoliberales por el desastre del desarrollismo, la presidencia imperial, con sus poderosas facultades constitucionales y extralegales, incluso se elevó a la carta magna la rectoría económica del Estado. De nuevo, el autoritarismo político, la exclusión social y el pésimo manejo económico desembocó en recesión y crisis recurrentes. El Estado- botín neoliberal fue más excluyente, propiciando el florecimiento de la economía informal y criminal, y a levantamientos sociales y presiones democratizadoras.

En los noventa fue evidente el fracaso del estatismo neoliberal, y las elites políticas cedieron a la transición democrática, y con ello el pleno ejercicio de libertades políticas como el sufragio efectivo, a cambio de preservar la rectoría del Estado, aunque bajo un esquema de economía mayormente privatizada, abierta y globalizada. Con la democratización, según escribimos en Eje Global, “las elites políticas y económicas, y los partidos de la transición perpetuaron el Estado-botín y la lucha encarnizada por el poder y la riqueza nacional, de forma similar que en las etapas previas”, aunque ahora incluyendo el boom del narco, revelando el fiasco del estatismo democratizador. 

Ahora se culpó a la corrupción de la clase política de la crisis, pero no al modelo estatista. Por el contrario, el Estado populista del obradorato ha representado un “estatismo de corte comunista”, dado que, como publicamos en Eje Global “la Restauración del Antiguo Régimen significó el desmantelamiento de la república liberal y democrática” (la abrogación de las libertades políticas, de la separación de poderes, del Estado de Derecho, etc)…un Narco-Estado, caracterizado por la alianza de la clase política con el crimen organizado”. Hoy el narco ejerce la soberanía efectiva en vastos territorios, y ha producido miles de muertos, desaparecidos, etc. 

Con la presidente Sheinbaum, el Estado populista “se está transformando en un régimen totalitario, al avanzar en la militarización, el espionaje, el control policiaco, la persecución política, la creciente censura, entre otras medidas” (Eje Global). El  Estado-botín se ha extendido como nunca, amplias clientelas, corrupción e impunidad boyantes, y elites enriquecidas, en gran parte por los dineros del narco. En México el estatismo populista ha provocado el mayor desastre nacional desde la era de la anarquía.

En síntesis, el estatismo está condenado al fracaso por: a) su inviabilidad económica y financiera, dado el despilfarro de recursos, su endeudamiento descontrolado, y el precario crecimiento; b) su inviabilidad social, por ser fuente de polarización y conflictos, y su incapacidad para satisfacer los requerimientos de la población; c) su inviabilidad jurídica, ante la imposibilidad de instaurar un Estado de Derecho, que garantice los derechos ciudadanos, y acabe con la inseguridad e impunidad; d) su inviabilidad política, dada su ineficacia institucional, el mayor desgaste por la concentración del poder frente a los poderes fácticos (y las redes sociales), y el descrédito de la clase política, y su precaria legitimidad; e) su inviabilidad internacional, dada su mayor vulnerabilidad ante las fuerzas de la globalización, de la gobernanza mundial y/o por la acción de otros estados y actores más fuertes que obren en sentido contrario.

 En cada final de ciclo, el estatismo colapsado arrastra a toda la sociedad con crisis catastróficas, que pueden tardar generaciones en superarse.

Enrique Villarreal
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Catedrático de la UNAM desde 1984. Doctor en Estudios latinoamericanos, experto en temas de historia de México y América Latina, de política internacional, socialdemocracia y populismo. Autor de 10 libros, entre los que se encuentran: Origenes y nacimiento de la autonomía universitaria en América Latina; Orígenes del pensamiento político en México y Pensamiento Político Socialdemócrata I. Ha sido Columnista del periódico Excélsior y de la revista Capital Político, entre otras. Fundador del Partido Socialdemócrata y Secretario de Ideología por ese partido.

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