El nuevo rumbo de Trump en Medio Oriente: realineamientos, retrocesos y el costo estratégico del pragmatismo transaccional

Eje Global

El reciente viaje de Donald Trump a Medio Oriente marcó un punto de inflexión significativo en la política exterior estadounidense hacia la región. Ampliando las tendencias de su primer mandato, sus recientes maniobras diplomáticas confirman un giro deliberado: el abandono de alianzas tradicionales y valores —a veces retóricos— de protección a la democracia, los derechos humanos y el estado de derecho, en favor de un pragmatismo transaccional, ambigüedad estratégica y una diplomacia que fusiona intereses estadounidenses y propios.

En el centro de esta reconfiguración destacan tres acciones clave: el inesperado acercamiento con Irán, la reconfiguración saudita del proceso de normalización con Israel y el creciente malestar israelí por lo que percibe como una marginación diplomática. Estos movimientos apuntan a un nuevo orden regional, regido por la lógica de conveniencia a corto plazo en detrimento de una estrategia coherente y sostenible.

Tal vez el desarrollo más trascendental sea el anuncio de un acuerdo preliminar entre la administración Trump e Irán, que revierte la doctrina de “máxima presión” que, junto con sus aliados regionales, ha definido la política de los Estados Unidos (EUA), incluso durante el primer mandato de Trump. Aunque no se conocen los pormenores, el acuerdo aparentemente incluye límites al enriquecimiento de uranio, un alivio parcial de sanciones y protocolos ampliados de inspección.

Este giro no responde a una visión estratégica de largo plazo, sino a intereses inmediatos: estabilizar temporalmente la relación con Irán puede ayudar a contener los precios del petróleo, controlar temporalmente crisis regionales, proyectar a Trump como líder internacional y recuperar parte del liderazgo estadounidense que se percibe debilitado tras la administración Biden. No obstante, las implicaciones geopolíticas de acercarse a Irán son profundas y potencialmente desestabilizadoras para el equilibrio regional y las alianzas tradicionales.

Para aliados del Golfo como Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos, este movimiento debilita años de esfuerzos coordinados para contener a Irán. Para Israel, representa una amenaza directa a su seguridad estratégica. Las milicias aliadas a Irán en Líbano, Siria, Yemen y Gaza siguen activas, y el programa de misiles balísticos de Teherán continúa su desarrollo. Funcionarios israelíes han manifestado alarma al verse excluidos de las negociaciones, reavivando temores de que Estados Unidos actúe unilateralmente en cuestiones vitales para la seguridad de Israel (este temor se acrecentó con la marginación total de Israel en las negociaciones para liberar al último rehén estadounidense vivo cautivo de Hamás).

Otro de los pilares del viaje fue una reinterpretación de las bases para la “normalización regional” de las relaciones con Israel —esfuerzo liderado por los Estados Unidos—. Considerado durante años el actor más codiciado para incorporarse a los Acuerdos de Abraham, Arabia Saudita parece ahora condicionar cualquier formalización de relaciones con Israel a avances tangibles en el conflicto palestino.

Fuentes cercanas a las conversaciones indican que el príncipe heredero Mohammed bin Salman (MBS) ha dejado claro que cualquier avance deberá incluir el cese de nuevos asentamientos israelíes, una mayor autonomía palestina y un reenganche con la Autoridad Palestina. Esto contrasta con los acuerdos de normalización anteriores, que en su mayoría evitaron abordar la cuestión palestina.

Para Arabia Saudita, este giro responde tanto a presiones internas y su percepción de mayor poder negociador, como a su credibilidad regional. Como custodio de los dos lugares más sagrados del islam, Riad debe equilibrar sus intereses geoestratégicos con una opinión pública solidaria con la causa palestina. También posiciona al reino como un actor central capaz de extraer concesiones tanto de Estados Unidos como de Israel. Además, como príncipe heredero, MBS —quien gobierna con mano férrea socavando cualquier oposición— traslada el debate nacional a un terreno externo. Esta estrategia de externalización de la tensión, clásica en regímenes autoritarios, permite apaciguar críticas internas, obteniendo réditos internos y externos sin ceder en el control político.

Israel parece haber emergido, al menos temporalmente, como uno de los perdedores relativos del reajuste diplomático de Trump. A pesar de haber recibido beneficios diplomáticos inéditos durante el primer mandato del expresidente —incluido el reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel y la soberanía sobre los Altos del Golán—, Israel fue notoriamente excluido del itinerario de la reciente gira presidencial.

Según se informa, el embajador israelí ante EUA, Michael Herzog, solicitó formalmente que Trump incluyera a Jerusalén en su gira regional, sin éxito. Esta exclusión simbólica, sumada al acercamiento con Irán y a las nuevas condiciones sauditas, ha alimentado la percepción de un distanciamiento.

Detrás del telón, las tensiones entre el primer ministro Netanyahu y Trump se han intensificado. El liderazgo israelí teme que la búsqueda de logros diplomáticos inmediatos —particularmente con Arabia Saudita e Irán— pueda darse a costa de los intereses de seguridad de Israel, debilitando la coordinación estratégica y erosionando su posición regional y sus esfuerzos de normalización en las relaciones con sus países vecinos.

Desde una óptica más amplia, preocupa a los responsables de política en Israel que EUA ya no alinee de manera sistemática su estrategia en Medio Oriente con las prioridades estratégicas israelíes. Esto supone un cambio fundamental respecto a administraciones republicanas previas, que tradicionalmente armonizaban sus políticas con las de Jerusalén.

Una de las tendencias más visibles bajo el renovado enfoque de Trump en Medio Oriente es el creciente abismo entre la política exterior estadounidense y los valores tradicionales que retóricamente se promovían: la democracia, la cooperación internacional, los derechos humanos y el estado de derecho.

La nueva aproximación continúa privilegiando la cooperación militar, la inversión económica y la lealtad de los regímenes por encima de las reformas de gobernanza o las libertades civiles. Esto ha envalentonado a aliados autoritarios —notablemente Egipto, Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita— a intensificar la represión interna sin temor a represalias por parte de EUA. Actores de la sociedad civil, opositores políticos y medios independientes ven cada vez más a EUA como indiferente —cuando no cómplice— ante su marginación.

Esto se refleja especialmente en la relación con Catar, aliado estratégico que alberga una base aérea estadounidense pero que, al mismo tiempo, otorga financiamiento y mantiene vínculos opacos con organizaciones islamistas, incluyendo a Hamás.

La reciente oferta de un avión privado de lujo al círculo cercano de Trump por parte de autoridades cataríes ha suscitado duras críticas. Aceptar ese obsequio no solo implicaría una peligrosa confusión entre intereses personales y gubernamentales, sino que reforzaría la percepción de que la política exterior estadounidense está en venta al mejor postor y puede ser moldeada por el beneficio privado del presidente. Además, se debilita la capacidad de EUA para exigir transparencia y rendición de cuentas a aliados que mantienen comportamientos controvertidos y contrarios a las normas internacionales.

Aunque la estrategia anterior de Trump en la región relegó el conflicto palestino, los desarrollos recientes sugieren que este podría estar regresando —aunque de forma ambigua— a la agenda diplomática. Las condiciones impuestas por Arabia Saudita pueden ejercer una nueva presión para lograr un acuerdo duradero.

No obstante, la administración aún no ha revertido decisiones previas, como el cierre de la misión de la OLP en Washington o la suspensión del financiamiento estadounidense a la UNRWA. Sin un cambio sustancial de políticas, tales gestos corren el riesgo de ser percibidos como simbólicos en lugar de estratégicos.

Mientras tanto, la situación sobre el terreno continúa sin resolverse y la falta de una posición clara por parte de EUA no solo perpetúa el statu quo, sino que incrementa el riesgo de nuevas olas de violencia —socavando la normalización regional y la estabilidad a largo plazo.

Quienes apoyan el enfoque de Trump argumentan que ha producido avances diplomáticos tangibles. Su administración ha acelerado la normalización de relaciones árabe-israelíes, apaciguado tensiones con Irán y consolidado asociaciones estratégicas con poderosos estados del Golfo. Pero estos logros tienen costos estructurales: el alejamiento de aliados históricos, la erosión de la credibilidad democrática y la dependencia de relaciones personales volátiles en lugar de marcos institucionales sólidos.

El nuevo rumbo de Trump en Medio Oriente refleja una doctrina centrada en la realpolitik, el realismo transaccional, donde la utilidad estratégica prima sobre la afinidad ideológica y donde la diplomacia se mide en acuerdos, no en sistemas duraderos. Por ahora, esa estrategia ha generado titulares y apretones de manos. Queda por ver si puede producir estabilidad regional o salvaguardar los intereses estadounidenses a largo plazo.

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Licenciada en Derecho por la Universidad Iberoamericana, especialista en Gestión de Proyectos por la Universidad de Georgetown y Maestra en Derecho por la Universidad de Harvard, donde fue becaria de mérito e Investigadora Invitada. Es fundadora de la firma de gestión de proyectos internacionales y comunicación estratégica Synergies Creator. En el ámbito mediático, ha sido creadora de contenidos, presentadora y analista de política internacional en medios nacionales e internacionales, participando recientemente en Univisión Chicago durante las elecciones presidenciales de EE.UU. en 2024. Ha recibido reconocimientos nacionales como el Premio al Mérito de la Mujer Mexicana 2025 (ANHG-UNAM), además de distinciones de la Academia Nacional de Perspectiva de Género y de la Legión de Honor Nacional de México. Representó al sector privado en reuniones del G20 (India, 2023) y fue seleccionada por el Grupo Santander como una de 50 mujeres de altos mandos para integrarse al Programa de Liderazgo SW50 con pasantía en la London School of Economics (2024). Es Asesora Senior del Global Policy Institute en Washington, D.C.; miembro de la Legión de Honor Mexicana, Miembro de Número de la Academia Nacional de Historia y Geografía, y Dama Distinguida de la Ilustrísima Orden de San Patricio. Es políglota, conferencista y autora de varias publicaciones.