Queridos amigos, por los movimientos institucionales, el discurso del nuevo liderazgo y, sobre todo, el incremento del cuestionamiento a las fronteras abiertas, tal parece que llegamos a una etapa universal de vuelta a los Estados fuertes. Pero, ¿cómo llegamos a este punto? ¿Cuáles son los cambios previsibles en dicha materia y los aspectos a considerar en ese sentido? No se preocupen, que no nos sumergiremos demasiado en tecnicismos ni terminologías muy complejas. Comencemos de arranque, definiendo de antesala lo que creemos que son aspectos trascendentales que fortificaron esa “nueva” forma de pensar la migración internacional.
Pandemia Internacional
Para la literatura universal en ciencias sociales, la llegada del COVID-19 significó un cambio de paradigma en la institucionalidad, complejizando la manera de afrontar la política. En esos años que, usted como lector también se vio afectado, fuimos testigos de un cierre profundo de fronteras estatales, controles sanitarios y, duele decirlo, instancias de oscuridad por la cantidad de fallecimientos y la anulación de las relaciones sociales por propagación del virus. En cuestiones netamente de la teoría migratoria, estábamos en presencia de una solución de tipo unilateral, decisiones de ejercicio de Estado, en el que el mandato era el resguardo de los ciudadanos y la anulación del libre tránsito internacional en fronteras aéreas y terrestres (salvo contados casos, restrictivos a aspectos de interés nacional, como el comercio sanitario). Desde sus comienzos en 2020 en Latinoamérica, los efectos del virus se vieron reflejados en los férreos controles institucionales a los migrantes, imposibilitando en muchos casos la regularización de dichos ciudadanos extranjeros. Mi intención en este caso no es cuestionar las medidas producto de una profunda crisis universal, pero sí develar un discurso que se empezó a dibujar con más fuerza desde esos años.
¿Fin del Estado de bienestar, o colapso de las estructuras estatales y/o servicios públicos?
Enseguida de la pandemia, se produjo un flujo abrupto de migrantes a la Unión Europea en búsqueda de nuevas oportunidades, potenciado aún más por las guerras internacionales (Ucrania, Siria, entre otros). Migrantes que fueron, dentro de lo que cabe, bien recibidos en condición de refugio por ciertos Estados (Alemania, por ejemplo, asumió la recepción de una gran cantidad de ellos, al igual que Canadá en América), asumiendo el principio de gobernanza migratoria, que establece el respeto de los derechos humanos, la interconectividad entre naciones en materia organizativa y, sobre todo, un marco normativo integrativo. Sin embargo, paradójicamente, los Estados no estaban preparados para recibir flujos continuos de migrantes.
¿En qué sentido? En el acceso a servicios públicos y la disponibilidad de trabajos, lo que generó un colapso de las principales atenciones sociales de las naciones y la imposición del rechazo colectivo de los ciudadanos a la llegada de extranjeros. Es decir, por el incumplimiento del Estado, la población volcó toda su indignación y hartazgo hacia los migrantes. En definitiva, si bien los Estados prepararon el terreno para abrir las fronteras luego de la pandemia, recibiendo miles de migrantes, lamentablemente no consideraron la migración desde el flujo, es decir, como un fenómeno constante, sin establecer políticas generales de verdadera integración de los inmigrantes.
Migración-delincuencia: un discurso difícil de roer
Para Van Dijk, el discurso institucional se constituye desde la comprensión y asunción del discurso popular, ese sustrato cultural político que se genera desde el boca a boca, el imaginario y, por qué no, desde la razón y sobre todo los prejuicios y/o juicios. En el imaginario colectivo de gran parte de la población de Estados Unidos, consideran al migrante “ilegal” (para la literatura especializada, el término denota una condición inicialmente despectiva, siendo más respetuoso referirse a él como inmigrante indocumentado) como causante de la delincuencia general del país.
Basta un estudio porcentual básico de los casos registrados, por ejemplo, de robos, considerando los casi 4 millones de migrantes indocumentados residentes en Estados Unidos, para darnos cuenta de que no es representativo. Sin embargo, se hacen llamativos dichos casos por lo “ejemplarizantes” que se vuelven en los medios de comunicación y las redes sociales. No me malinterpreten, no cuestiono la acción de los medios y las redes; ellos cumplen su trabajo y dan sostén a la libertad, pero potencian y difunden contenido que la población debe ser responsable de juzgar. En el caso puntual de Estados Unidos, considero que se clasificó al migrante en dos categorías: el inmigrante integrado, versus el “ilegal” que es potencialmente un delincuente. Todo ello desencadena el anhelo de los estadounidenses por más control y regulación de la migración, ya que es un tema de interés nacional.
Cambios que vienen: Estados fuertes, interconexión estatal y más realpolitik
Los antecedentes antes mencionados, sumados a un contexto mundial de guerras sostenidas (Ucrania, Palestina e Israel, entre otras) y la crisis del modelo de Estado de bienestar, han despertado del letargo una manera de asumir el poder y la política orientada y guiada por la conformación de los Estados fuertes. Desde el pilar de la migración, esto se evidencia más, puesto que son los principales afectados por dichos tipos de políticas.
La evidencia de un mal manejo estructural del tema migratorio generó la instauración de un discurso popular que, tarde o temprano, encontró su parangón en un liderazgo que traduce los apetitos de control estatal ciudadano. Sería fácil achacar todas las culpas al nuevo liderazgo surgido, apodándolo de las peores maneras, sin percatarse del tema de fondo: un descontento ciudadano que no ha visto respuestas y que apunta su dedo al inmigrante.
¿El nuevo liderazgo sincronizará las nuevas políticas aceptando la gobernanza migratoria e integración cultural de los migrantes? ¿Será este el principio de algo más intenso y sostenido?
En todo caso, la política es y será siempre una forma de establecer nuestras relaciones sociales. Y como todo constructo social, se debe asumir desde la transformación y adaptarse a esa cultura política que le dio vida.
José Luis Agüero es miembro Directivo de Zeitpolitik Consultores en el Departamento de Análisis de Discurso y Senior B del Departamento Legal (área Global Mobility) en KPMG Uruguay. Es especialista en análisis crítico del discurso político y estudio de políticas públicas en materia de Migración Internacional. Es doctor en Ciencias Humanas (Mención Discurso y Cultura) por la Universidad Austral de Chile. Es Licenciado en Ciencias Políticas y Administrativas por la Universidad Central de Venezuela, con amplia trayectoria como docente universitario en Chile y consultoría política en Latinoamérica.