
Al igual que todas las sociedades, a lo largo de su historia México ha tenido periodos de luz y oscuridad. Sin embargo, a diferencia de otras naciones, nuestro país ha quedado entrampado en una dinámica cíclica cuya nota dominante ha sido que las tinieblas prevalecen sobre la luminosidad: la existencia de prolongadas eras sombrías, durante las cuales surgen y se acumulan problemas y conflictos que se han vuelto crónicos prácticamente desde la Independencia hasta la fecha.
Así, una vez transcurrida la efímera euforia de la emancipación, el primer imperio y el nacimiento de la República Federal, México permaneció ensombrecido durante el periodo de la anarquía: cincuenta años de extrema polarización, luchas civiles, violencia, guerras de intervención, vastas pérdidas territoriales, bancarrota económica y financiera… Las élites heredadas de la Colonia fundaron la República Conservadora para preservar el antiguo régimen: caudillista, patrimonialista, militarista, clerical, latifundista y extranjerizante. La derrota político-militar de los conservadores no impidió que su legado oscuro estuviera presente en el siguiente ciclo.
El triunfo de los liberales y su legado nacionalista, institucional, intelectual y moral, con toda la luz generada (Leyes de Reforma, Constitución de 1857, derrota del Segundo Imperio), no pudieron despejar las tinieblas ni iniciar una era luminosa. Pese a sus pretensiones de modernidad, los liberales también propiciaron el caudillismo, el autoritarismo, el militarismo, la corrupción, el revanchismo, los fraudes electorales, la violencia, etc. Nuevamente, una acumulación de tensiones y conflictos causó el colapso de la República Liberal, germinando las semillas para el ciclo porfiriano.
Con Porfirio Díaz se superó la anarquía y se consolidó el Estado-nación. En el largo periodo del régimen porfirista existieron diversos brillos antes impensables (como el crecimiento económico y el superávit financiero), pero otra vez las luces quedaron oscurecidas por la perpetuación de la dictadura, el militarismo, el escamoteo del sufragio, la represión, el latifundismo, el peonaje, la corrupción, el entreguismo externo, etc. La República Dictatorial agudizó la polarización estructural, las tensiones y contradicciones (ya manifiestas en periodos previos), que culminaron en un poderoso y violento movimiento armado.
Las revoluciones maderista, campesina y constitucionalista trajeron luminosidad, que se reflejó en los logros agrarios, obreros, sociales y nacionalistas (como los plasmados en la Constitución de 1917 y en la Doctrina Carranza), y que significaron un nuevo modelo económico basado en la rectoría del Estado y el desarrollo nacional, entre otros rasgos. No obstante, el resplandor revolucionario resultó efímero, porque de este emergió una República Caudillista, caracterizada por el militarismo, la Cristiada, la corrupción, el partido de Estado, los fraudes electorales, los conflictos con Estados Unidos, que desembocaron en el Maximato, la tutela de Calles sobre el Estado y la sociedad.
Si bien con Lázaro Cárdenas pareció que comenzaría una era rutilante al quedar sepultado el caudillismo callista y realizarse el programa revolucionario con una magna reforma agraria y la expropiación petrolera (entre otras acciones), con su gobierno se implantó la República Presidencialista Imperial. Sus notas dominantes fueron el autoritarismo, la consolidación del partido oficial, el corporativismo, el escamoteo comicial, el estatismo patrimonialista, la endémica corrupción… El Estado de la Revolución Mexicana significó una prolongada edad sombría, donde el país quedó rehén del presidente en turno.
El “milagro mexicano”, con todo el “esplendor” que implicó el desarrollo estabilizador y la aparición del México moderno (industrial, urbano), también resultó sombrío al exacerbarse el presidencialismo todopoderoso, el cual siguió avasallando a la sociedad, al grado de provocar un colapso catastrófico del desarrollismo, iniciando un largo ciclo de crisis económicas. Ni siquiera el neoliberalismo —con su política de austeridad, privatizadora y de apertura externa— pudo desmontar el estatismo patrimonialista, autoritario y corrupto, continuando los quebrantos financieros, la recesión, la mayor pobreza y desigualdad, el subdesarrollo político (precario Estado de derecho, grotescos fraudes comiciales, etc.), la proliferación del crimen organizado, etc.
Cuando la nación estaba sumergida en una de sus peores oscuridades, diversas reformas democratizadoras despejaron el brumoso cielo autoritario: un Poder Judicial con mayor autonomía, un organismo electoral ciudadano, un sufragio efectivo, un Poder Legislativo como auténtico contrapeso del Ejecutivo, la alternancia en la presidencia y la transparencia en la información pública dieron lugar a la República de la Transición Democrática. Parecía el final de la prolongada edad sombría, y la promesa de una era de Estado de derecho, libertades, democracia, desarrollo económico y social… estaba en el horizonte un inédito ciclo de renacimiento nacional.
Sin embargo, las élites políticas y económicas, y los partidos de la transición perpetuaron el Estado-botín y la lucha encarnizada por el poder y la riqueza nacional, de forma similar a las etapas previas. Florecieron la corrupción, la impunidad, el descrédito de las instituciones, de los partidos, del Congreso, del Poder Judicial… y el clamor de justicia creció ante el agravamiento de los problemas sociales (miles de homicidios, desapariciones, extorsiones, etc.). Según escribimos en Eje Global, “en este contexto de bancarrota política y moral de las élites, de la partidocracia, y de las instituciones, y de polarización política y social”, se creó la tormenta perfecta para la victoria electoral de López Obrador. Impuso la República Populista, “con rasgos similares a los del caudillismo de hace un siglo”, como la concentración del poder en el Ejecutivo federal, quien nuevamente se convirtió en el gran legislador y sufragista, juez y parte, paternalista y clientelar, dueño de la economía (ficción) y de la riqueza nacional, a la vieja usanza del presidencialismo conservador e imperial.
Conforme se publicó en este espacio, “la restauración del antiguo régimen significó el desmantelamiento de la República Liberal y Democrática” (la abrogación de las libertades políticas, de la separación de poderes, del Estado de derecho, etc.). Aunque, a diferencia de la era caudillista, el obradorismo instauró un narcoestado (forma extrema de Estado fallido), caracterizado por la alianza de la clase política con el crimen organizado para la conquista, conservación y reparto del Estado, del territorio, de la economía, de la población.
Con la presidenta Sheinbaum, incluso, el Estado populista se está transformando en un régimen totalitario, al avanzar en la militarización, el espionaje, el control policiaco, la persecución política, la creciente censura, entre otras medidas (ya anunció una contrarreforma electoral para institucionalizar los comicios de Estado), que recuerdan lo hecho por el fascismo y el comunismo de antaño y actual. Asimismo, el autoritarismo, la bancarrota financiera, la servidumbre política, la inseguridad y la violencia, la corrupción e impunidad nos asemejan a las dictaduras populistas latinoamericanas.
El populismo en México nuevamente instaura una edad oscura, similar a otras épocas —como la de hace un siglo—, aunque ahora con tinieblas más amenazantes, porque los narcopolíticos pretenden perpetuarse en el poder con un régimen totalitario que sumerja al país en un profundo socavón de esclavitud, pobreza y sangre, del cual será muy difícil salir.
Catedrático de la UNAM desde 1984. Doctor en Estudios latinoamericanos, experto en temas de historia de México y América Latina, de política internacional, socialdemocracia y populismo. Autor de 10 libros, entre los que se encuentran: Origenes y nacimiento de la autonomía universitaria en América Latina; Orígenes del pensamiento político en México y Pensamiento Político Socialdemócrata I. Ha sido Columnista del periódico Excélsior y de la revista Capital Político, entre otras. Fundador del Partido Socialdemócrata y Secretario de Ideología por ese partido.