
El 17 de agosto de este año, Bolivia vivió una jornada electoral que desafió muchas predicciones y evidenció un cambio en la dinámica política del país. Según las encuestas previas, los principales contendientes —Unidad, la alianza de Samuel Doria Medina y Luis Fernando Camacho, y Alianza Libre, el partido de Tuto Quiroga— no superaban el 25 % de intención de voto. Sin embargo, el resultado fue inesperado: el Partido Demócrata Cristiano (PDC), una sigla política sin estructura consolidada, que prestó su registro a Rodrigo Paz y Edman Lara, se posicionó como un actor crucial, alcanzando un desempeño superior al previsto en la primera vuelta y asegurando su lugar en la segunda.
El análisis de la campaña revela varios factores determinantes. Por un lado, los partidos tradicionales fallaron en conectar con las necesidades y aspiraciones del electorado, centrando sus esfuerzos en la confrontación y los ataques personales más que en la presentación de propuestas concretas. Esta estrategia, sumada a una mala lectura de los datos de intención de voto y a la sobreestimación de su propio techo electoral, dejó a estos partidos vulnerables frente a un PDC que supo articular un mensaje directo y tangible para ciertos sectores del electorado, especialmente la economía popular e informal, que representa más del 80 % del empleo, según el INE.
El triunfo del PDC también evidencia el impacto relativo de las campañas digitales y cómo las llamadas cámaras de eco pueden distorsionar la percepción de la realidad. En este caso, muchos seguidores de Samuel Doria Medina y Tuto Quiroga permanecieron encerrados en burbujas digitales, convencidos de que sus líderes contaban con el apoyo mayoritario, mientras una campaña territorial más discreta pero efectiva ganaba terreno. Las campañas digitales masivas, por sí solas, no garantizaron la movilización efectiva del voto.
Sin embargo, para mantener un análisis imparcial, es importante señalar que parte del éxito del PDC también se explica por la incorporación de sectores oportunistas provenientes del MAS, así como de figuras cuyo desempeño o reputación en instancias anteriores no ha sido intachable. Estos actores aprovecharon la visibilidad y el momentum de Rodrigo Paz y Edman Lara para posicionarse políticamente. La magnitud de este fenómeno solo se visibilizó tras conocerse los resultados de la primera vuelta y, especialmente, luego de definirse las cámaras alta y baja, lo que evidencia que el análisis de la campaña debe considerar no solo el contacto directo con el electorado, sino también la dinámica de los actores políticos internos y su capacidad de adaptación a nuevas oportunidades.
En contraste con los partidos tradicionales, la campaña territorial del PDC fue consistente y estratégica. Rodrigo Paz recorrió comunidades rurales y urbanas, mientras que Edman Lara complementó su presencia con estrategias digitales en TikTok, logrando conectar lo tradicional con lo moderno. Su mensaje impactó especialmente en los votantes de la economía popular, que suelen estar subrepresentados en los canales de comunicación política formales. Este trabajo de base, articulado con la ciudadanía y con movimientos locales, fue un factor decisivo en la capacidad del PDC de superar las expectativas iniciales de las encuestas.
El escenario electoral también mostró un cambio en la psicología del votante. El electorado reflejó un descontento con los líderes tradicionales y una búsqueda de alternativas percibidas como más cercanas o menos alineadas con las estructuras partidarias tradicionales. La pérdida de credibilidad del MAS y la percepción de confrontación y falta de propuestas en los partidos opositores tradicionales abrieron espacio para actores emergentes. En este contexto, el PDC supo capitalizar la desafección, aunque parte de su éxito se apoya en la entrada de figuras políticas con historial cuestionable, lo que añade complejidad al análisis y obliga a considerar los riesgos de sostenibilidad de este crecimiento en la segunda vuelta.
Otro aspecto relevante es la interpretación de las encuestas. Si bien los sondeos anticipaban una competencia cerrada entre Unidad y Alianza Libre, no reflejaban adecuadamente el voto indeciso ni el impacto del trabajo de base del PDC. Esto muestra la importancia de analizar los datos cuantitativos junto con la observación cualitativa de campo, especialmente en contextos donde los actores emergentes pueden tener ventajas tácticas que no se ven en los números preliminares.
En conclusión, el desempeño del PDC en la primera vuelta es un ejemplo de cómo las campañas orgánicas, territoriales y conectadas con sectores específicos del electorado pueden superar a estrategias digitales costosas y a partidos con mayor visibilidad mediática. Al mismo tiempo, revela dinámicas internas de los partidos y la migración de actores políticos de un espacio a otro, que deben ser consideradas al proyectar escenarios futuros. La segunda vuelta plantea interrogantes estratégicos: ¿lograrán los partidos tradicionales reconectar con los votantes descontentos? ¿Mantendrá el PDC su impulso o la entrada de figuras oportunistas afectará la coherencia de su mensaje? La respuesta a estas preguntas será crucial para comprender la evolución política de Bolivia en los próximos años.
Este análisis se centra únicamente en la primera vuelta y busca ofrecer una lectura imparcial de la campaña electoral, considerando tanto los logros del PDC como las dinámicas internas y oportunidades que surgieron a partir de los resultados y la configuración de las cámaras legislativas.
Licenciada en Ciencias de la Comunicación y MSc. en Marketing Político, es columnista especializada en temas de comunicación política y analista en este ámbito. Su experiencia incluye consultoría en transparencia electoral y participación como observadora internacional en procesos comiciales. Además, es socia de ACEIPOL, un espacio comprometido con la profesionalización de la política, desde donde impulsa estrategias innovadoras y análisis profundos sobre el panorama político contemporáneo.