Segunda vuelta decisiva: una campaña caótica en medio de un país fragmentado

Eje Global

Bolivia se encamina a una segunda vuelta presidencial el próximo 19 de octubre de 2025, después de unas elecciones generales que reconfiguraron por completo el mapa político del país. En la primera vuelta del 17 de agosto, ningún candidato alcanzó el umbral necesario para ganar en primera instancia —más del 50 % de los votos válidos o al menos el 40 % con una diferencia de 10 puntos sobre el segundo—, por lo que el país se prepara ahora para elegir entre las dos opciones más votadas.

El nuevo gobierno que surja de la segunda vuelta deberá asumir el 8 de noviembre de 2025. Lo hará en un contexto institucional particularmente complejo: la Asamblea Legislativa quedó altamente fragmentada, lo que convierte a la nueva legislatura en un escenario inevitable de pactos y negociaciones. Quien gane la Presidencia no tendrá mayoría propia, lo que obligará a construir alianzas desde el primer día para aprobar leyes y garantizar gobernabilidad.

La gran revelación de esta elección ha sido sin duda el ascenso del PDC, que sorprendió en la primera vuelta con una campaña que muchos analistas calificaron como ejemplar para los estándares latinoamericanos. Sin grandes recursos económicos, sin maquinaria estatal ni respaldo empresarial, el partido logró construir una estructura orgánica y territorial sólida, con presencia real en comunidades rurales, barrios populares y sectores tradicionalmente marginados. Esa conexión directa con la gente le permitió crecer silenciosamente y posicionarse como la alternativa del cambio posible frente a los modelos desgastados del MAS y de las élites tradicionales.

Sin embargo, el paso a la segunda vuelta ha expuesto las debilidades internas del PDC y transformado aquella campaña impecable en un escenario de contradicciones y caos. El mayor problema ha sido la falta de una línea estratégica clara. Hoy no existe un solo PDC, sino al menos tres campañas distintas: la del propio Edman Lara, centrada en el discurso anticorrupción y la renovación ética; la del candidato a presidente Rodrigo Paz, quien busca posicionarse como puente con sectores moderados; y una tercera, impulsada por Gabriel Espinoza, asesor económico del Partido Demócrata Cristiano (PDC).

Las diferencias entre ellos no son menores y se reflejan en contradicciones graves. Esta dispersión no solo debilita el mensaje, sino que proyecta una imagen de improvisación que podría costarle caro al partido en la recta final.

Por su parte, la alianza Libre tampoco ha logrado capitalizar el desgaste del MAS ni la incertidumbre sobre el PDC. Uno de los grandes desafíos para Tuto Quiroga era ampliar su base electoral más allá de Santa Cruz, su bastión actual. Sin embargo, la elección ha demostrado que el mito de que “Santa Cruz define la elección” no se sostiene: si bien la región más poblada del país lo respalda mayoritariamente, eso no basta para garantizar la victoria nacional. A ello se suma un traspié que ha golpeado la credibilidad de su fórmula: la aparición de tuits antiguos de 2010 de JP Velasco, su candidato a vicepresidente, con declaraciones racistas y clasistas. Aunque los mensajes fueron verificados por plataformas como Chequea Bolivia y Bolivia Verifica, la campaña de Libre cometió un grave error estratégico al no gestionar la crisis con rapidez. En lugar de reconocer el problema y frenarlo, la respuesta fue minimizarlo e incluso intentar desacreditar a los verificadores, usando tiktokers y activistas para atacarlos. Esto no solo dañó la imagen de Velasco, sino que abrió un debate más amplio sobre la desinformación, un fenómeno que se ha disparado exponencialmente durante esta campaña y que amenaza con erosionar aún más la confianza pública.

Ambas campañas parecen atrapadas en sus propios errores y en la incapacidad de ofrecer una narrativa de esperanza y unidad en un país profundamente fragmentado. El tejido social boliviano ha sido debilitado por años de polarización, regionalismo y discursos identitarios, y sin embargo, tanto Lara como Velasco insisten en agitar banderas que profundizan las divisiones. En lugar de presentar propuestas concretas para reconstruir consensos, ambos apuestan por confrontaciones simbólicas que no resuelven los problemas de fondo.

Los debates electorales, que podrían haber sido una oportunidad para elevar el nivel del debate público, han contribuido poco a clarificar las opciones. El debate entre candidatos a la vicepresidencia, celebrado la semana pasada, fue decepcionante por partida doble. Lara se limitó a lanzar ataques personales sin demostrar conocimiento profundo de la gestión pública, mientras Velasco leyó la mayor parte de sus intervenciones, transmitiendo inseguridad y falta de preparación. El debate presidencial del domingo 12 de octubre, en el que también se presentarán las últimas encuestas, será decisivo para medir el pulso de la opinión pública, aunque históricamente los debates en Bolivia no suelen alterar significativamente los resultados finales.

A pesar de las deficiencias actuales, tanto Quiroga como Paz llegan a esta contienda con una trayectoria política considerable. Tuto, expresidente y exembajador, aporta experiencia en política exterior y conocimiento del Estado, mientras que Rodrigo Paz, exalcalde y exsenador, representa una generación de políticos con sensibilidad social y vocación de diálogo. Por ello, se espera que el encuentro del 12 sea, al menos, un espacio de confrontación de ideas con altura. Pero la experiencia comparada demuestra que las campañas no se ganan en los debates, sino en la capacidad de conectar con las preocupaciones reales de la ciudadanía.

La segunda vuelta de 2025 no solo definirá al próximo presidente, sino el rumbo del país. Más allá de quién gane, el nuevo gobierno deberá gobernar con un Parlamento fragmentado, una sociedad polarizada y una crisis energética y económica aguda. La gran pregunta es si alguna de las dos opciones sabrá estar a la altura de ese desafío. Hasta ahora, las campañas han ofrecido más errores que visiones, más ataques que propuestas y más ruido que esperanza. Bolivia necesita mucho más que eso.

Las campañas deberían apuntar a reconstruir el tejido social, proponer reformas institucionales, un mensaje de unidad y gobernabilidad. Pero lo que vemos es un foco excesivo en destrucción del adversario, manipulación digital y descuido del diálogo profundo con comunidades rurales o alejadas. Este contexto juega en contra para cualquiera de los dos candidatos: si gana Paz, su reto será consolidar estructura estatal sin caer en el error autoritario, respetando pluralidad; si gana Quiroga, deberá convencer a la base dispersa de Unidad y alianzas de que se sumen al proyecto, evitando rupturas internas. En ambos casos, el mayor desafío no estará solo en la campaña, sino en gobernar con alianzas, legitimidad y estabilidad institucional.

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Licenciada en Ciencias de la Comunicación y MSc. en Marketing Político, es columnista especializada en temas de comunicación política y analista en este ámbito. Su experiencia incluye consultoría en transparencia electoral y participación como observadora internacional en procesos comiciales. Además, es socia de ACEIPOL, un espacio comprometido con la profesionalización de la política, desde donde impulsa estrategias innovadoras y análisis profundos sobre el panorama político contemporáneo.