Un nuevo ciclo antisistémico

Aproximadamente cada 100 años aparecen ciclos antisistémicos que, en lo inmediato, provocan crisis y caos, incertidumbre y desconcierto, pero que llegan a transformar el mundo en varios sentidos, algunos contrapuestos entre sí.

Después de la Primera Guerra Mundial, surgió un nuevo orden mundial, con gobiernos e instituciones internacionales que ensayaron un globalismo político a fin de establecer un statu quo favorable a sus intereses y a los de sus élites (con reparto neocolonial incluido), aunque sostenido con alfileres por la grave crisis financiera que enfrentaban, el colapso de la globalización económica, la autoexclusión de Estados Unidos de la Liga de las Naciones y, sobre todo, por la irrupción de poderosos movimientos antisistémicos que demolieron el orden de la posguerra, incluyendo la globalización.

El primer desafío anti-establishment fue la revolución soviética, con un alto grado de radicalidad, ya que los bolcheviques rechazaron el capitalismo, el liberalismo y el imperialismo, y fueron promotores del comunismo bajo un régimen totalitario. Los soviéticos se convirtieron en foco desestabilizador y fueron excluidos del nuevo globalismo. En Europa irrumpieron el fascismo italiano y el nacionalsocialismo alemán, que compartieron con el comunismo soviético un fuerte liderazgo político, su carácter totalitario, su antiliberalismo, un nacionalismo beligerante y su repudio al statu quointernacional. Como parte de esta matriz antisistémica, también se ubica el populismo latinoamericano, particularmente el peronista, que se autoproclamó como una tercera vía. Aunque menos extremista que el fascismo y el comunismo, el régimen de Perón era autoritario, estatista, nacionalista, filogermanista y reacio a someterse a Estados Unidos.

Mientras que los regímenes fascistas fueron destruidos y los diversos populismos colapsaron, el comunismo se convirtió en uno de los polos dominantes del establishment de la Guerra Fría. El nuevo orden internacional (incluidos los subsistemas regionales como la OEA) sufrió pronto desgaste y, ante el fuerte descrédito, la ONU asumió la agenda del tercermundismo, el ecologismo, la socialdemocracia y el feminismo, entre otros movimientos críticos que aspiraban a participar en la gobernanza mundial y que lograron ser incorporados dentro del globalismo de la posguerra fría, al igual que instituciones de la globalización neoliberal.

Así, las élites y las potencias occidentales del nuevo globalismo asumieron valores del progresismo (en lo político y cultural) y del neoliberalismo en lo económico, y buscaron imponerlos a través de la institucionalidad internacional, los organismos y bloques regionales, entre otras vías. Sus críticos exigían la “democratización de la ONU” o un “comercio más justo” (entre muchas otras demandas), pero dentro del marco de la gobernanza mundial.

Desde los noventa irrumpieron movimientos étnicos, globalifóbicos y altermundistas opuestos al hegemonismo norteamericano, al “gobierno mundial”, al “pensamiento único”, a la “dictadura del capital financiero” y a la globalización neoliberal, sin cuestionar los valores progresistas de la élite, pero sin comprometerse con los de carácter democrático-liberal. Pese a sus protestas y activismo, estas fuerzas fueron domesticadas al darles cauce institucional a su resistencia o incluso financiamiento.

En realidad, el nuevo ciclo antisistémico fue inaugurado con la llegada al poder de gobiernos neopopulistas. Por ejemplo, en su versión chavista se instauró un régimen caudillista, militarista, estatista, providente, nacionalista-antiimperialista, que liquidó la democracia y rechazó el sistema interamericano para fundar nuevas instituciones, particularmente latinoamericanistas (ALBA, UNASUR, CELAC). El chavismo fue expansivo, y el oleaje populista de izquierda llegó a varios países (incluyendo México). El neopopulismo de derecha también hizo presencia con Fujimori, Bolsonaro y Bukele.

El movimiento antisistémico cobró impulso con la llegada del populismo al poder en distintas naciones de Europa en el contexto de la crisis económica de 2008, la migratoria, y del propio establishment político europeo. Su agenda incluyó la reivindicación del nacionalismo conservador, xenofóbico, islamofóbico, contrario al multiculturalismo y antinmigrante; rechazo al aborto, a la eutanasia y al matrimonio igualitario; partidarios de la democracia iliberal (la política del hombre fuerte, como la instaurada con Viktor Orbán en Hungría); rechazo del europeísmo (Unión Europea, Banco Central Europeo, euro, etc.), sobre todo ahora por su política belicista en la guerra de Ucrania.

Sin embargo, es con las presidencias de Donald Trump que el nuevo ciclo antisistémico presenta repercusiones globales. Ante el desafío económico y tecnológico que implica China, el proteccionismo de la UE, el conflicto de Medio Oriente, la guerra de Ucrania y, en general, un establishment internacional considerado hostil, el gobierno trumpista tomó medidas extremas, tales como una guerra arancelaria mundial, una férrea política antinmigrante y contra los cárteles del narcotráfico, junto a otras audaces como buscar una salida diplomática al conflicto ruso-ucraniano, entre otras. Es claro que la política de Trump pretende relanzar el hegemonismo norteamericano por vías alternas al globalismo dominante e, internamente, implantar un nuevo paradigma tecnoeconómico basado en el reshoring, la autonomía energética, tecnológica e industrial, el abaratamiento del dólar, la reducción de la deuda, etc.

Asimismo, la presidencia de Trump representa una batalla cultural contra “lo políticamente correcto”, el “lenguaje inclusivo”, la “ideología de género”, el multiculturalismo, el ecologismo, entre otras expresiones de la cultura woke, que fueron impulsadas por los demócratas y que han regido la agenda de las élites del globalismo, propiciando que ahora la rebeldía “provenga de la derecha”.

Los movimientos antisistémicos recurrentemente aparecerán mientras existan factores de polarización estructural en el orden mundial o en cada país. Los cambios que impulsan pueden cimbrar el orden prevaleciente, transformarlo o sepultarlo, aunque el precio que paguen sea su propio colapso.

Enrique Villarreal
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Catedrático de la UNAM desde 1984. Doctor en Estudios latinoamericanos, experto en temas de historia de México y América Latina, de política internacional, socialdemocracia y populismo. Autor de 10 libros, entre los que se encuentran: Origenes y nacimiento de la autonomía universitaria en América Latina; Orígenes del pensamiento político en México y Pensamiento Político Socialdemócrata I. Ha sido Columnista del periódico Excélsior y de la revista Capital Político, entre otras. Fundador del Partido Socialdemócrata y Secretario de Ideología por ese partido.