En noviembre de 2024, Uruguay eligió a su nuevo presidente en un balotaje que, aunque sin grandes sorpresas, dejó importantes aprendizajes en el antes, durante y después de la campaña electoral. Este proceso nos invita a reflexionar sobre estrategias, errores y oportunidades que marcaron la contienda.
1. La relevancia del candidato como figura central
Uno de los principales aprendizajes es que, en tiempos de campaña, la figura del candidato define la narrativa y el arrastre político de una propuesta. No importa cuán prestigioso sea el equipo asesor: si el candidato carece de carisma, léxico o presencia mediática, su camino al éxito será cuesta arriba.
El caso de Álvaro Delgado, del Partido Nacional, es un ejemplo claro. Su decisión de incorporar a Valeria Ripoll como compañera de fórmula generó dudas desde el inicio. Ripoll, exsindicalista y exmilitante del Partido Comunista de Uruguay, fue percibida como una figura outsider en la coalición gobernante. Este giro estratégico, que buscaba atraer votantes moderados, terminó por alienar a las bases tradicionales del Partido Nacional, erosionando la credibilidad de Delgado como representante de la continuidad del gobierno de centro-derecha de Luis Lacalle Pou.
En el terreno político, perder identidad es perder terreno. El votante uruguayo, ante dos opciones que parecen converger discursivamente, tenderá a elegir aquella que percibe como más auténtica. En este caso, la fórmula Yamandú Orsi-Carolina Cosse, del Frente Amplio, representó una opción coherente y sólida en su mensaje, logrando capitalizar la percepción de credibilidad. Como analogía, si vas a regalar un juguete a un niño de 11 años, ¿eliges el original o una imitación que no convencerá a nadie? En política, como en el mercado, la autenticidad es clave.
2. El mensaje: forma, fondo y sincronía
Un mensaje poderoso puede cautivar, pero si no está alineado con el liderazgo y la narrativa del candidato, pierde efectividad. La campaña de Delgado, con un discurso que coqueteaba con políticas más distributivas, terminó enviando señales contradictorias, generando desconfianza tanto en votantes tradicionales como en nuevos sectores. En contraste, Orsi y Cosse proyectaron un mensaje integrado, que resonó mejor con el electorado.
3. La ausencia del debate como oportunidad perdida
Otro aspecto que marcó esta elección fue la sorprendente falta de debates sustanciales. No hablamos de confrontación, sino de contrastes profundos en torno a políticas públicas, formas de ejercer autoridad y visiones estratégicas para el país. El debate televisado realizado el 14 de noviembre de 2024, que debía ser un espacio para exponer estas diferencias, mostró en cambio coincidencias notables entre los candidatos, dejando al electorado con una sensación de superficialidad en las propuestas.
La política se nutre del contraste de ideas. La falta de un debate enriquecedor deja un vacío en el interés público y limita la capacidad de los candidatos para cautivar a votantes indecisos. Si algo queda claro tras esta campaña, es que el debate no solo es una oportunidad para diferenciarse, sino un deber democrático que fortalece la confianza ciudadana.
En definitiva, el balotaje uruguayo de 2024 nos recuerda que la credibilidad, la coherencia y el contraste son pilares esenciales en cualquier campaña electoral. Más allá de las fórmulas y estrategias, lo que define el éxito es la capacidad de conectar auténticamente con el electorado y de ofrecerle una visión clara y confiable para el futuro.
4. El oasis latinoamericano
Más allá del momento electoral vivido, uno de los grandes aprendizajes es de tipo cultural político. A diferencia de muchos contextos latinoamericanos (basta observar la confrontación política en Colombia, Chile, Brasil, entre otros), Uruguay se identifica por el respeto a las otredades, al gran abanico de opciones políticas presentes en la cultura política. Ello es un gran baluarte, que se refleja como hecho noticioso luego del cierre de las mesas electorales. Es una democracia con sus bemoles, pero profundamente responsable con la institucionalidad y la continuidad de su estructura.
Este respeto se traduce en un clima electoral donde predominan los argumentos por encima de los ataques personales, un rasgo que fortalece la confianza ciudadana en el proceso democrático. Los debates, aunque a veces carezcan de profundidad, se desarrollan en un marco de civilidad que permite a los votantes valorar las propuestas más allá de la polarización. Esta madurez política, cimentada en una tradición republicana y en un sistema de partidos sólidos, convierte a Uruguay en un referente regional, donde el diálogo supera las fracturas ideológicas. Es un recordatorio de que la estabilidad democrática no es un accidente, sino el fruto de una cultura política comprometida con el bien común.
Reflexión final
El balotaje de 2024 no solo nos deja lecciones sobre las estrategias de campaña, sino que también nos recuerda la importancia de los principios fundamentales que sustentan una democracia madura. En un contexto regional marcado por la polarización y las tensiones, Uruguay destaca como un ejemplo de estabilidad, coherencia y respeto por las instituciones, confirmando una vez más su rol como un verdadero oasis latinoamericano.
José Luis Agüero es miembro Directivo de Zeitpolitik Consultores en el Departamento de Análisis de Discurso y Senior B del Departamento Legal (área Global Mobility) en KPMG Uruguay. Es especialista en análisis crítico del discurso político y estudio de políticas públicas en materia de Migración Internacional. Es doctor en Ciencias Humanas (Mención Discurso y Cultura) por la Universidad Austral de Chile. Es Licenciado en Ciencias Políticas y Administrativas por la Universidad Central de Venezuela, con amplia trayectoria como docente universitario en Chile y consultoría política en Latinoamérica.