
En mayo de 2024, el Pew Research Center publicó su análisis más reciente, denominado When Online Content Disappears, el cual reveló que una parte significativa de las páginas web revisadas hasta ese año desaparece con el tiempo. Sus hallazgos más relevantes muestran que, entre la década de 2013 a 2023, aproximadamente una cuarta parte de todas las páginas web analizadas a nivel mundial ya no son accesibles, lo que demuestra la volatilidad del contenido en línea e implica la pérdida de información, datos y recursos que podrían ser valiosos para investigaciones, estudios y la sociedad en general. Peor aún, muestran un patrón de información a lo largo del tiempo que facilitaría mejores observaciones en materia de predictibilidad.
El fenómeno anteriormente descrito es parte de lo que se conoce como descomposición digital o contaminación digital, y se refiere al impacto ambiental negativo generado por la infraestructura y el uso de internet y tecnologías digitales, que van dejando una huella de carbono. Este impacto incluye la emisión de gases de efecto invernadero, la contaminación por residuos electrónicos y el consumo de energía de centros de datos y dispositivos, lo cual afecta a un 38 % de las páginas web que existían en 2013 y a un 8 % de las que existían en 2023, conforme a los datos arrojados por dicho estudio.
Si bien la inaccesibilidad a las páginas web no constituye la totalidad del fenómeno de la descomposición digital, sí es una parte relevante, especialmente en lo que respecta al consumo energético. Los centros de datos que almacenan páginas web desactualizadas inciden en una demanda elevada de energía, lo que a su vez incrementa las emisiones asociadas a este fenómeno.
En lo que respecta a la pérdida de registros históricos y el deterioro de la información, se trata de una problemática que cada vez adquiere mayor relevancia a nivel mundial. Se ha llegado a la conclusión de que es una tarea inabarcable y materialmente imposible preservarlo todo, incluso con iniciativas como Internet Archive, que busca ser el mayor repositorio gratuito sin fines de lucro para almacenar libros de texto, películas, música, software, entre otras categorías de datos que pueden ser consultados por cualquier persona con acceso a internet.
Cuando se habla de los centros de datos como uno de los grandes contaminantes a nivel mundial, no es una exageración. Informes recientes emitidos por organismos especializados, como la Agencia Internacional de Energía, muestran que estos requieren grandes cantidades de energía y agua, además de generar crecientes volúmenes de residuos electrónicos.
La electricidad utilizada por estos centros proviene, en muchos casos, de fuentes no renovables o energías fósiles, lo que genera emisiones de gases de efecto invernadero, contribuyendo al cambio climático. Se estima que representan alrededor del 2 % del total de emisiones globales de CO₂. Además, para el enfriamiento de los servidores se requieren grandes volúmenes de agua, y la gestión de los residuos electrónicos generados por la obsolescencia tecnológica constituye un desafío tanto para los gobiernos —nacionales y subnacionales— como para los entes privados, que ven disminuidos sus márgenes de ganancia y capacidades operativas al intentar resolver el problema.
Los centros de datos se han convertido en la columna vertebral de nuestra economía global actual, pero su rápida proliferación conlleva un coste ambiental significativo. Esto deriva en una descomposición digital en su fase operativa, que parte desde la minería hasta su etapa final. La extracción y producción de los materiales necesarios para la fabricación de dispositivos electrónicos y sus componentes también tiene un impacto ambiental enorme. A ello se suma la obsolescencia de páginas web, enlaces caducos y pérdida indiscriminada de información que se queda almacenada en la basura de la red, una bomba de tiempo frente a la cual no existe aún un plan de acción global efectivo.
La descomposición digital es un mal que se fusiona con otros fenómenos como el big data, que reclama la creación infinita de datos y acciones de procesamiento en un espacio cada vez más reducido, lo que se contrapone con la creciente demanda de almacenamiento y recursos digitales en la red.
Inmaculada Ramírez es colaboradora en la Revista Eje Global, donde aborda temas relacionados a la sustentabilidad y el medio ambiente.
Actualmente es asesora parlamentaria en el Congreso del Estado de Jalisco y fundadora de la asociación civil Construyendo Políticas A.C. Ha escrito en diversos medios de comunicación locales como en Decisiones, Capital Político, entre otros.
Politóloga de formación, con maestrías en Políticas Públicas y Administración Pública; así como Doctorado en Educación. Tiene en su haber diversos diplomados en materia de planeación urbana, derechos humanos, evaluación de programas públicos, programación presupuestaria, cultura, integridad web, entre otros.
Desde hace más de una década ha incursionado en el servicio público mexicano en diversos puestos en los tres niveles de gobierno, que van desde auditoría y gestión documental para proyectos de conectividad federal con la anterior Secretaría de Comunicaciones y Transportes, responsable del área de cambio climático en los municipios metropolitanos de Guadalajara y Zapopan y Directora General para la política de verificación vehicular en Jalisco.
Por la parte académica, ha sido coordinadora de diplomado en la Universidad de Guadalajara y colaboradora con el Instituto de Formación para el Trabajo del Estado de Jalisco.