Durante el presente mes de marzo, la Ciudad de México se convirtió en el epicentro de una controversia que ha dividido a la sociedad: la modificación de las corridas de toros aprobada por el Congreso local. Esta decisión, que prohíbe las corridas “con violencia y sangre” pero permite espectáculos taurinos bajo un nuevo formato “libre de violencia”, ha polarizado la conversación pública. Por un lado, los defensores de la tauromaquia alzan la voz en favor de una tradición con más de cinco siglos de historia, profundamente arraigada en la identidad cultural mexicana. Por el otro, los animalistas y sectores progresistas celebran un avance ético que refleja una creciente sensibilidad hacia el bienestar animal, rechazando el sufrimiento como espectáculo. La solución adoptada por el gobierno capitalino, liderado por Clara Brugada, buscó un punto intermedio: preservar la actividad económica y cultural sin perpetuar la muerte del toro. Sin embargo, este intento de conciliación no ha satisfecho plenamente a ninguna de las partes, dejando abierta la pregunta: ¿es posible resolver este conflicto de manera que ambas posturas encuentren un terreno común? Para explorar esta posibilidad, la teoría de juegos ofrece una perspectiva útil que podría iluminar el camino hacia una resolución estable.
La defensa de la tauromaquia: tradición, economía y ética
Los partidarios de la tauromaquia, representados por figuras como Tauromaquia Mexicana y la administración de la Plaza México, sostienen que las corridas de toros son mucho más que un simple espectáculo: son una expresión artística y cultural que trasciende el tiempo. Con raíces en la llegada de los españoles en el siglo XVI, el toreo se ha entrelazado con la historia de México, generando una subcultura rica en simbolismo, estética y valores. Para ellos, el toro de lidia, una raza criada específicamente para este fin, encuentra su propósito en la plaza, donde su bravura es exaltada en un enfrentamiento que culmina en un acto de “dignidad” al morir frente al público. “El toro nace para ser lidiado”, argumentan, subrayando que sin las corridas, esta especie única podría enfrentarse a la extinción.
Además, los taurinos destacan el impacto económico de la actividad. En la Ciudad de México, la Plaza México, la más grande del mundo, genera miles de empleos directos e indirectos, desde ganaderos y toreros hasta comerciantes y hoteleros que se benefician de las ferias taurinas. Prohibir las corridas tradicionales, dicen, no solo amenaza una tradición, sino también el sustento de familias enteras.
Pero más allá de lo cultural y económico, los taurinos también sostienen su postura desde un marco ético propio. Consideran que la tauromaquia promueve valores fundamentales como la libertad individual, el respeto a la diversidad cultural y la preservación de un patrimonio legítimo. Defienden la idea de que prohibir estas expresiones sería imponer una moral única y desconocer la autonomía de las personas para decidir qué prácticas consideran valiosas. Además, destacan que el toro de lidia vive en condiciones privilegiadas durante su crianza, en contraste con otros animales en la industria alimentaria, lo que para ellos refuerza la legitimidad ética de la tauromaquia bajo sus propios principios.
El rechazo animalista: entre la ética, el bienestar animal y la violencia social
En el otro extremo, los animalistas y progresistas sostienen una visión ética distinta, viendo en las corridas de toros una reliquia de un pasado que choca con los valores del siglo XXI. Su argumento central es que el sufrimiento animal no puede justificarse bajo el manto de la tradición o el arte. Científicamente, está comprobado que los toros, como mamíferos con un sistema nervioso desarrollado, experimentan dolor y estrés intenso durante la lidia, desde las banderillas hasta el estoque final. Para ellos, la distinción es clara: matar animales por necesidad (como en la industria alimentaria) es una cosa; hacerlo por placer o entretenimiento es otra, y esta última práctica resulta inadmisible en una sociedad que reconoce a los animales como seres sintientes.
Organizaciones como Animal Heroes y Humane World Animals México han liderado esta lucha, respaldadas por encuestas, como la publicada por la firma demoscópica Enkoll, que mostró que 7 de cada 10 encuestados está en contra de las corridas.

Argumentan que las tradiciones no son intocables: así como se abolieron los sacrificios humanos o los combates de gladiadores, la tauromaquia debería evolucionar o desaparecer. Aunque celebran la prohibición de la violencia explícita, muchos animalistas consideran la reforma insuficiente, ya que el “espectáculo taurino libre de violencia” aún somete a los toros a estrés y manipulación, perpetuando una forma de explotación. Su meta final sigue siendo la abolición total, alineándose con una tendencia global que ya ha visto prohibiciones en países como Colombia (a partir de 2027) y varias regiones de España.
Desde esta perspectiva, la discusión ética no solo se centra en el bienestar y los derechos de los animales, sino también en la necesidad de disminuir la apología de la violencia en la sociedad. Para ellos, prácticas públicas que celebran el sufrimiento animal contribuyen a normalizar la violencia, un fenómeno que tanto daño ha causado al tejido social mexicano. Avanzar hacia espectáculos sin maltrato animal no solo es una cuestión de ética individual, sino también una apuesta por una cultura más respetuosa y menos permisiva hacia la agresión.
Así, el debate se convierte en una confrontación entre dos sistemas de valores: uno basado en la defensa de la tradición, la libertad y la preservación cultural, y otro que prioriza tanto la dignidad animal como la transformación hacia una sociedad menos violenta.
La decisión de la Ciudad de México: un punto medio en disputa
El 18 de marzo de 2025, el Congreso de la Ciudad de México aprobó una reforma que prohíbe el uso de objetos punzantes, la muerte del toro y cualquier forma de maltrato, creando la figura del “espectáculo taurino libre de violencia”. Los toros deben salir vivos de la plaza, ser atendidos por veterinarios y regresar a su ganadería, mientras el tiempo de lidia se limita a 15 minutos por animal. Esta medida, impulsada por una iniciativa ciudadana con más de 27 mil firmas y respaldada por la jefa de gobierno Clara Brugada, busca conciliar la tradición con la sensibilidad moderna, preservando empleos y actividad económica sin sacrificar el bienestar animal.
Sin embargo, la solución ha generado críticas desde ambos lados. Los taurinos, como Raúl Pérez Johnston de Tauromaquia Mexicana, argumentan que sin la “suerte suprema” (la muerte del toro), la corrida pierde su esencia y se convierte en un espectáculo diferente, incapaz de atraer al público tradicional. Por su parte, algunos animalistas sostienen que el estrés del transporte y la lidia sigue siendo una forma de sufrimiento, y que la reforma es solo un paso tímido hacia la prohibición total que realmente desean. Este punto medio, aunque bienintencionado, parece no haber alcanzado un consenso pleno, lo que nos lleva a analizar el conflicto desde la teoría de juegos.
Teoría de juegos: el equilibrio posible en un juego de suma no cero
La teoría de juegos permite entender este conflicto como un juego estratégico entre dos actores —taurinos y animalistas— con intereses opuestos pero interdependientes. No se trata de un juego de suma cero, donde la ganancia de un actor equivale a la pérdida exacta del otro. Aquí, existen múltiples resultados posibles, y las decisiones de cada parte afectan directamente la posición de la otra.
El concepto clave es el llamado equilibrio de Nash: un estado donde ninguna de las partes puede mejorar su posición cambiando unilateralmente su estrategia, dado lo que hace el otro. La reforma aprobada puede interpretarse como un intento por alcanzar este equilibrio: un escenario en el que los taurinos conservan parte de su actividad económica y cultural, y los animalistas logran limitar el sufrimiento animal, aunque ambos ceden frente a sus objetivos ideales.
Este tipo de acuerdos se acerca a lo que la literatura especializada denomina una solución de compromiso (bargaining solution). Ningún bando consigue la victoria total, pero ambos evitan sus peores escenarios: la prohibición absoluta para los taurinos, la permanencia de la violencia para los animalistas. El gobierno, al actuar como árbitro, facilita este equilibrio introduciendo reglas que hacen viable la coexistencia temporal de ambas posturas, aunque imperfectamente.
Para fortalecer este equilibrio, las autoridades podrían recurrir a instrumentos adicionales: diálogo continuo, incentivos para reconvertir la industria taurina, o mecanismos que aseguren el bienestar animal más allá del espectáculo. La teoría de juegos sugiere que mientras los actores perciban que el costo de no negociar es mayor que el costo de ceder parcialmente, el equilibrio puede sostenerse y evolucionar.
Un debate en evolución
La modificación de las corridas de toros en la Ciudad de México es un reflejo de una sociedad en transformación, atrapada entre el peso de su historia y la presión de sus valores emergentes. Los taurinos defienden un legado cultural y económico que consideran irremplazable, y también lo hacen desde una ética que prioriza la libertad, la tradición y la diversidad cultural. Los animalistas, por su parte, abogan por una ética distinta, que prioriza la vida y el bienestar animal, y que busca contribuir a la construcción de una sociedad menos violenta. La reforma aprobada en marzo de 2025 intenta tender un puente entre ambos, pero su recepción mixta demuestra que el equilibrio perfecto sigue siendo esquivo.La teoría de juegos nos muestra que, si ambas partes son racionales y buscan evitar sus peores desenlaces, la vía para una estabilidad duradera pasa por aceptar concesiones estratégicas. Así, el futuro de la tauromaquia y del bienestar animal en la Ciudad de México probablemente seguirá definiéndose bajo este delicado juego de equilibrios, donde visiones éticas distintas deberán buscar, una y otra vez, un punto de compromiso.
Consultor y analista data-driven. Egresado de la licenciatura en Ciencias Políticas por la Universidad de Los Andes (Venezuela), del Máster en Gestión Pública de la Universidad Complutense de Madrid (España) y de la Maestría en Política y Gestión Pública del ITESO (México). Fue Director Editorial de la revista Capital Político. Actualmente es Director General de la agencia Politics & Government Consulting y CEO de la revista Eje Global en la ciudad de Miami, Estados Unidos de América.