
Brasil tiene 1.7 millones de personas que se identifican como indígenas. Esto corresponde al 0.8 % de la población total del país. El Norte concentra el 45 % de los indígenas brasileños, destacándose especialmente el estado de Amazonas, que alberga por sí solo a 490,900 indígenas, es decir, el 29 % del total. El Nordeste cuenta con el 31 % de la población indígena. A pesar de esta concentración, hay indígenas en todas las regiones y en todos los estados brasileños. De las 5,570 ciudades del país, 4,832 tienen habitantes indígenas (86.8 %), según datos del Censo del IBGE —Instituto Brasileño de Geografía y Estadística—. Es decir, casi el 90 % de las ciudades del país tienen presencia indígena, con 1.7 millones de personas distribuidas en 4,832 municipios de todo Brasil, según el IBGE 2022.
Aún se viven tiempos difíciles en Brasil, con una fuerte tendencia a la descalificación y a la violación de los derechos políticos, individuales, colectivos y culturales de los pueblos originarios. En los últimos años, los contextos políticos y administrativos han evidenciado la edición cotidiana de normas que pueden provocar la exclusión de estas personas, al enfrentarse a los derechos humanos e imponer regímenes de convivencia social, religiosa y de costumbres con características fundamentalistas y conservadoras.
Los pueblos originarios son algunos de los más dramáticamente afectados por la precariedad asistencial y las pésimas condiciones en salud, educación, vivienda y seguridad. Muchos habitan en ciudades o en sus alrededores, y enfrentan graves adversidades y violaciones a sus derechos fundamentales, lo que revela una doble discriminación: una, por parte del gobierno federal que no los asiste porque muchas veces son “desaldeados”; otra, por parte de estados y municipios cuyos gestores alegan que las acciones y servicios dirigidos a estas poblaciones son responsabilidad del gobierno federal, no de ellos.
Por lo tanto, entre los afectados por la falta de asistencia, los pueblos originarios que migran —por diversas razones que abordaremos a continuación— son los que más sufren. Han terminado por instalarse en lugares degradados, improvisados, insalubres, sin infraestructura ni vivienda adecuada, y donde la sociedad circundante los repele y agrede. Estas migraciones no son un fenómeno contemporáneo, y por lo tanto no deberían causar extrañeza.
¿Los dueños de la tierra?
Actualmente, en todo Brasil, hay más de 120 pueblos que han comenzado a autodeclararse indígenas y se identifican como resistentes. Históricamente desasistidos por el gobierno, comenzaron a recibir mayor atención después de la promulgación de la Constitución Federal de 1988, que les aseguró derechos para mantener sus estilos de vida, lenguas, creencias, tradiciones y proyectos de futuro. El reconocimiento de estas diferencias en el texto constitucional propició avances significativos en las luchas por el auto reconocimiento, convirtiendo a los pueblos originarios en sujetos de derecho y exigiendo la demarcación de sus territorios para garantizar políticas asistenciales diferenciadas.
El camino de regreso a los territorios originarios, en determinadas circunstancias, ya no era posible. Miles de indígenas, presionados por factores como la expulsión y devastación de sus tierras, la expansión urbana y la entrega de terrenos a propietarios privados, migraron a grandes centros urbanos en busca de atención médica, acceso a la educación escolar y universitaria, o simplemente para trabajar, comercializar sus productos y obtener ingresos.
Este movimiento urbano respondió también a un contexto sociopolítico y cultural vinculado a la visión de un Estado urbanizado, fenómeno acentuado a partir de la década de 1950 con el llamado éxodo rural, que se prolongó hasta finales de los años ochenta. Capitales como Manaus, Campo Grande, Cuiabá, Belém y Porto Alegre recibieron grandes contingentes de indígenas. Las familias se asentaron en márgenes urbanas o periferias, y algunos grupos conservaron una estructura comunitaria.
Sur de Brasil
En Río Grande del Sur, hubo una gran migración de familias Kaingang hacia Porto Alegre y otras ciudades más pobladas, donde constituyeron aldeas integradas por clanes que previamente habitaban tierras de las que fueron expulsados por colonizadores o que abandonaron las reservas creadas por el Servicio de Protección a los Indígenas (SPI).
Entre los indígenas, la población masculina supera a la femenina en varios segmentos, alcanzando 106.65 hombres por cada 100 mujeres en áreas rurales fuera de tierras indígenas. En contraste, en áreas urbanas fuera de tierras indígenas, la razón es de 89.37 hombres por cada 100 mujeres, cifra inferior a la media nacional urbana (91.97 hombres por cada 100 mujeres).

De 2010 a 2022, el analfabetismo entre los indígenas se redujo significativamente. La tasa de analfabetismo cayó 8.35 puntos porcentuales, y dentro de Tierras Indígenas la disminución fue de 11.5 puntos. Sin embargo, estas tasas (15.05 % y 20.8 %, respectivamente) siguen por encima de la media nacional (7.0 %).
Y otra comunidad Pampa Michi es una pequeña comunidad de nativos Asháninkas ubicada en el departamento de Junín, provincia de Chanchamayo, en Perú. Se dedica al turismo vivencial, ofreciendo vestimentas y canciones típicas en lengua local para recibir a visitantes y compartir sus ancestrales costumbres y tradiciones.

La comunidad indígena Asháninka Marankiari Bajo, Perú – 2025
En 2010 y 2025 pude acercarme a la cultura peruana en Chanchamayo, Junín, visitando las ciudades de San Ramón, Monobamba y La Merced, y conociendo comunidades de pueblos originarios. Entonces constaté que, mientras en Brasil las familias indígenas urbanas deben confeccionar sus artefactos, bisuterías y cestos para vender en los centros históricos, exponiendo a mujeres y niños pequeños en las aceras —vulnerables a violaciones, secuestros y muertes—, en Perú presencié una búsqueda activa de autosustentabilidad. Allí, las comunidades trabajan con marketing, ejercen sus danzas, narran su historia y cultura a turistas, y venden sus productos en sus propias aldeas, sin necesidad de exponerse.

El desarrollo rural que estas realidades de Chanchamayo evidencian permite pensar que sí es posible cuidar mejor nuestras tradiciones y a nuestros pueblos originarios que habitan en ciudades, como sucede en Porto Alegre, donde existen once aldeas, aunque ninguna con estándares adecuados.
Posgrado en Gestión Pública y Docencia Universitaria por la Facultad Anhanguera. Tiene especialización en Psicología Social, Grupos Operativos y Psicodrama por la Universidad Popular La Bocca de Argentina, y es funcionario público municipal desde 1987. Es coordinador del Equipo de Articulación con los Consejos Municipales de la Municipalidad de Porto Alegre.