
Hace unos días el mundo despertó ante un hecho que parecía inevitable pero no por ello menos alarmante: un ataque directo de Israel contra infraestructura clave de Irán. No se trató esta vez de operaciones encubiertas, sabotajes selectivos ni acciones intermediadas a través de terceros. Fue una acción frontal, deliberada y con un objetivo claro: frenar de manera definitiva el programa nuclear iraní.
La pregunta inmediata es: ¿Por qué ahora? ¿Qué condiciones se alinearon para que Israel decidiera asumir un riesgo de guerra con una potencia regional como Irán? Para dilucidar estas preguntas es necesario considerar una serie de factores estratégicos, militares, políticos y diplomáticos que confluyeron en un momento que Israel ha interpretado como crítico para su existencia y seguridad nacional.
I. El debilitamiento de los “proxies” iraníes
Durante años, Irán ha consolidado su poder regional no solo mediante la diplomacia, sino a través de una arquitectura militar basada en aliados no estatales o proxies. Esta red le ha servido como escudo, espada y mecanismo de disuasión, especialmente frente a Israel. Gracias a ella, Teherán ha evitado enfrentamientos directos mientras golpeaba a Israel desde varios frentes: Hezbollah en Líbano, Hamas en Gaza, los hutíes en Yemen y milicias chiitas en Irak y Siria.
Sin embargo, en los últimos meses, estos actores han sido debilitados sistemáticamente. Hezbollah, el grupo chiita libanés fuertemente armado, respaldado y financiado por Irán, y que ha sido durante décadas el principal disuasivo ante cualquier ofensiva israelí directa contra Teherán, ha sufrido importantes bajas en su liderazgo por ataques de precisión israelíes, y sus capacidades para librar ofensivas prolongadas han sido mermadas.
Tras la devastadora ofensiva israelí que siguió al ataque del 7 de octubre de 2024, Hamas —el grupo islamista palestino que gobierna la Franja de Gaza desde 2007 y que ha recibido apoyo financiero, logístico y militar de Irán— ha quedado severamente debilitado, tanto en su estructura política como en su capacidad operativa.
En Yemen, los hutíes —una insurgencia chiita alineada con Teherán que controla gran parte del norte del país—, aunque geográficamente distantes de Israel, jugaron un papel clave en la estrategia de guerra indirecta iraní al perturbar las rutas marítimas del mar Rojo y del golfo de Adén, elevando los costos comerciales y presionando a aliados occidentales. Sin embargo, una serie de ataques coordinados por Estados Unidos, el Reino Unido y Arabia Saudita ha reducido significativamente su capacidad ofensiva y su valor estratégico para Irán.
El debilitamiento de estas milicias —que durante años funcionaron como tentáculos regionales de Irán para desatar una guerra por delegación, coordinada y potencialmente devastadora— disminuyó el riesgo para Israel de verse atrapado en un conflicto simultáneo en múltiples frentes, y, por tanto, redujo de manera significativa el costo estratégico de lanzar una operación preventiva contra Irán.
Irán también atraviesa un debilitamiento económico y diplomático sostenido, marcado por protestas internas, sanciones internacionales y un entorno regional adverso.
II. El colapso del “corredor estratégico” iraní
La situación en Siria también cambió el ajedrez político de la región de forma radical. El régimen de Bashar al-Assad colapsó tras un avance de las fuerzas opositoras, presión internacional renovada y un repliegue táctico de aliados clave como Rusia e Irán. Ello redujo la capacidad de Irán para utilizar el territorio sirio como plataforma logística y militar. Con la caída de Damasco y la erosión del “puente terrestre” entre Teherán, Bagdad, Damasco y Beirut, se abrió una oportunidad táctica para Israel: atacar sin preocuparse por una reacción escalonada desde el norte.
III. Irán ya no está enriqueciendo uranio: está a semanas de fabricar una bomba
El detonante inmediato —y más decisivo— del ataque fue el avance del programa nuclear iraní. A estas alturas, el debate ya no gira en torno a si Irán enriquecerá uranio hasta niveles armamentísticos: eso ya ocurrió. Desde 2025, la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) ha confirmado que el régimen iraní ha acumulado suficiente uranio altamente enriquecido como para fabricar varias bombas nucleares. Expertos coinciden en que Irán está a solo semanas de lograrlo.
Para Israel, que considera un Irán nuclear una amenaza existencial inaceptable, esperar ya no era una opción. El primer ministro Benjamín Netanyahu justificó el ataque como un acto de defensa preventiva, evocando cuando Israel evadió un grave peligro al destruir los reactores nucleares en Irak y Siria —el de Osirak (1981) y Deir ez-Zor (2007), respectivamente—. Sin embargo, el caso de Irán es distinto: se trata de una potencia regional con una red militar sofisticada, inteligencia avanzada y aliados estratégicos en varios países.
Un Irán con capacidad nuclear alteraría drásticamente el equilibrio estratégico en Medio Oriente, desataría una carrera armamentista en el mundo árabe —con Arabia Saudita y Turquía como candidatos inmediatos— y haría inviables los actuales procesos de normalización diplomática entre Israel y los países árabes.
IV. Estados Unidos ya no es el garante de seguridad de Israel
Uno de los cambios más determinantes en el contexto del ataque israelí es el giro en la relación con Estados Unidos bajo el segundo mandato de Donald Trump. A diferencia de su primer mandato, marcado por un respaldo incondicional, la nueva administración ha adoptado una política exterior más transaccional, aislacionista y centrada en prioridades económicas, lo que ha reducido el peso estratégico de Israel en la agenda de Washington.
Las negociaciones indirectas entre Estados Unidos e Irán —con frecuencia sin consultar a Jerusalén— han sido interpretadas como una señal clara de desvinculación diplomática. Israel ya no es visto como un aliado excepcional, sino como un actor regional más, cuya autonomía militar se tolera, pero no se respalda automáticamente.
El efecto es claro: el respaldo estadounidense ya no está garantizado, ni en foros multilaterales como el Consejo de Seguridad de la ONU, ni en términos de apoyo militar directo. Ante esta nueva realidad, Israel optó por actuar unilateralmente bajo su derecho a la legítima defensa, sin esperar luz verde de Washington.
No hay ruptura formal, pero sí una desalineación estratégica creciente, marcada por el menor compromiso de Trump con la lógica tradicional de disuasión nuclear que ha sustentado la seguridad israelí durante décadas.
V. Cálculos internos: una oportunidad política para Netanyahu
En el plano interno, Benjamín Netanyahu enfrentaba una de sus crisis políticas más agudas. Acusado de negligencia en la prevención del ataque de Hamas en 2024, debilitado por divisiones internas en su gabinete y por protestas sociales contra sus reformas judiciales, el primer ministro israelí encontró en el ataque a Irán una oportunidad para reposicionarse y sanear su legado: ser el líder que frenó el avance nuclear de Irán, cuando nadie más se atrevió.
¿Y si Israel no logra detener a Irán?
El principal riesgo de un ataque preventivo contra un programa nuclear es su limitada eficacia. A diferencia de los reactores destruidos en Irak o Siria, el programa iraní está altamente protegido, descentralizado y en gran parte enterrado bajo tierra. Aunque Israel haya logrado impactar objetivos clave, es improbable que haya desmantelado la capacidad técnica y científica de Irán para reconstruir lo perdido. En el mejor de los casos, la ofensiva ha retrasado el avance nuclear iraní, pero difícilmente lo ha detenido.
Si Irán opta por responder —ya sea mediante ataques directos, el rearme de sus milicias aliadas o acciones cibernéticas—, el escenario más probable es una escalada de violencia en toda la región, con efectos impredecibles dentro y fuera del Medio Oriente.
Los escenarios que se abren
El escenario más inmediato es una escalada regional: ataques a intereses israelíes, sabotajes en rutas marítimas, drones sobre capitales del Golfo, y posibles reacciones y posicionamientos de potencias como Turquía, Rusia o China. Esto podría llevar a Arabia Saudita a acelerar su propio programa nuclear, iniciando una carrera armamentista regional.
Otra posibilidad es una guerra indirecta y prolongada, con Irán recurriendo a ciberataques, operaciones encubiertas y atentados en terceros países, intensificando un conflicto no declarado pero sostenido, que ya forma parte del historial de enfrentamientos entre Teherán e Israel.
Un tercer escenario es la intervención directa de Estados Unidos. Si Teherán ataca bases o aliados estadounidenses, Washington podría verse obligado a actuar militarmente.
Finalmente, el impacto global es inevitable: precios del petróleo al alza, mercados financieros inestables, cadenas de valor interrumpidas y un aumento en flujos migratorios hacia otras regiones.
El ataque de Israel a Irán no fue producto de un impulso ni de un arrebato ideológico. Fue el resultado de una lectura estratégica compleja: sin sus proxies, con Siria colapsada, Irán más cerca que nunca de la bomba nuclear y con un Estados Unidos más distante, Israel optó por tomar la iniciativa. Es un acto que muchos celebrarán como necesario, otros condenarán como temerario, pero que todos coincidirán en señalar como un parteaguas. Si algo ha quedado claro, es que Oriente Medio está entrando en una nueva fase menos diplomática, más impredecible y, quizá, más peligrosa. Lo que está en juego ya no es solo el equilibrio regional, sino el futuro del régimen global de no proliferación nuclear.
Licenciada en Derecho por la Universidad Iberoamericana, especialista en Gestión de Proyectos por la Universidad de Georgetown y Maestra en Derecho por la Universidad de Harvard, donde fue becaria de mérito e Investigadora Invitada. Es fundadora de la firma de gestión de proyectos internacionales y comunicación estratégica Synergies Creator. En el ámbito mediático, ha sido creadora de contenidos, presentadora y analista de política internacional en medios nacionales e internacionales, participando recientemente en Univisión Chicago durante las elecciones presidenciales de EE.UU. en 2024. Ha recibido reconocimientos nacionales como el Premio al Mérito de la Mujer Mexicana 2025 (ANHG-UNAM), además de distinciones de la Academia Nacional de Perspectiva de Género y de la Legión de Honor Nacional de México. Representó al sector privado en reuniones del G20 (India, 2023) y fue seleccionada por el Grupo Santander como una de 50 mujeres de altos mandos para integrarse al Programa de Liderazgo SW50 con pasantía en la London School of Economics (2024). Es Asesora Senior del Global Policy Institute en Washington, D.C.; miembro de la Legión de Honor Mexicana, Miembro de Número de la Academia Nacional de Historia y Geografía, y Dama Distinguida de la Ilustrísima Orden de San Patricio. Es políglota, conferencista y autora de varias publicaciones.